martes, 18 de octubre de 2016

La autoestima: el primer escalón.





Mi hija es alegre.
Mi hija es hermosa.
Mi hija es cariñosa.
Mi hija es empática.
Mi hija es ordenada.
Mi hija es trabajadora.
Mi hija es graciosa.
Mi hija es ingeniosa.

Sin embargo...

Mi hija se siente triste.
Mi hija cree que es muy fea.
Mi hija se muestra arisca.
Mi hija se aleja de los demás.
Mi hija pierde en interés en sus cosas.
Mi hija se rinde antes las dificultades.
Mi hija se ofende con las bromas.
Mi hija está a la defensiva.


En medio de esas dos listas hay algo muy simple. Tan simple como un colegio. 

Un lugar en el que la convencieron de que no era capaz ni de hacer la fila y la llevaban de la mano la primera. A ella, que es la primera que se levanta de la cama y se viste, eso sí, después de combinar cuidadosamente el modelito del día ("mamá, tú no entiendes de moda").

Un lugar en el que un día, la profesora de PT, en medio de una conversación en la que yo mencionaba lo bonita que iba a ser de mayor me corrigió y me dijo "bueno...atractiva" y los niños la llamaban fea sin cesar, por sus ojos de almendra.

Un lugar en el que nadie la invitaba a los cumpleaños, incluso si, por compromiso acudían a suyo.

Un lugar en el que la convencieron de que no sabía recoger su material y hacían que otros niños lo hicieran por ella. A ella, que se hace la cama cada mañana y que recoge todos sus juguetes. A ella que conserva las mismas ceras desde hace tres años.

Un lugar en el que nunca le dieron alas para aprender y donde, cuando yo les contaba los grandes avances que observaba trabajando con ella en casa me contestaban..."bueno, bueno...con los pies en el suelo" y la ponían a colorear en un rincón.

Un lugar en el que una niña la acosó durante dos años sin que nadie en el colegio pusiera remedio. A ella, que deseaba más que nada en el mundo tener amigas.

Un lugar en el que el castigo cuando según ellos se lo merecía, era llamarla bebé y llevarla a la clase de los más pequeños del colegio. 


¿Porqué lo aguantamos? Porque a veces no ves lo que tienes delante de tus narices hasta que te alejas un poco. Porque la vida no nos permitía escoger en ese momento. Porque  estábamos abrumados y nos convencían de que no había otra manera de hacer las cosas. Porque hasta en esto, hay que aprender y nosotros éramos ignorantes en este territorio.

Mi hija se enfrenta ahora a un gran desafío. Un colegio nuevo en el que, por ahora (tengo demasiadas heridas como para confiar completamente) le han abierto los brazos. Es un macrocolegio con cientos de niños de todas las edades. Y muchos, muchos de ellos, son niños especiales en inclusión. O sea, en un aula normalizada. 

Yo tenía tanto miedo...un colegio tan grande y mi niña tan pequeña. ¿Y si realmente no sabia hacer la fila? ¿Y si, como me decían, no era capaz de estar sentada ante su pupitre como los demás? ¿Y si, y si, y si...?

El primer día la acompañé hasta el patio donde hacen la fila, ya dentro del recinto escolar. Esperé a que entrase y le tiré un montón de besos. Ella se fue tan feliz.

Al día siguiente, antes de salir para el colegio, me dijo muy seria: "Mamá, haz el favor de no acompañarme hasta dentro, que me dejas en ridículo. Y no me mandes besos. Ya me los darás luego." La dejé en la puerta envuelta en una marabunta de niños que entraban al colegio. Y la vi alejarse, con su mochila al hombro, camino al patio en el que se colocó en su lugar en la fila. Una niña más. 

Ni más ni menos lo que es.

Sin embargo aún nos queda mucho camino por andar antes de que ella vuelva a sentirse igual que las demás. Su autoestima está muy dañada. Y su confianza en los demás también. Y ese es el primer escalón que hay que superar para afrontar cualquier tipo de aprendizaje. Tan convencida está de que no puede aprender que cuando se enfrenta a un reto se bloquea, se frustra y abandona. Es  una actitud de supervivencia. Si tu experiencia se basa en el fracaso huirás de las circunstancias que históricamente te lo han proporcionado. Un ejemplo: está aprendiendo a leer y jugando, lee las palabras por separado sin ninguna dificultad. Hasta que, de pronto, se percata de lo que está haciendo. En ese momento, deja de ser algo divertido para ser algo angustioso y quiere dejar de hacerlo.

La confianza en las propias posibilidades es imprescindible para aprender. Corregir demasiado, exigir de forma impaciente, no valorar los pequeños pasos, despreciar la iniciativa, dar más importancia al error que al acierto, comparar con otras personas y sobre todo, no aceptar la forma de aprender de cada niño son errores que pueden herir de forma grave la capacidad de nuestros hijos de sentirse capaces. 

Ahora mi reto es conseguir que sepa cuánto vale y que crea, igual que nosotros sabemos, que es una niña maravillosa.

Su nuevo profesor en la primera reunión del aula nos dijo una sencilla frase: "Ella es, sin ninguna diferencia con el resto de sus compañeros, una niña más en el aula".

Qué pedazo de frase. Creo que me la voy a enmarcar...

1 comentario:

Vero dijo...

Si ha sido duro leerlo, imagino lo durísimo que es pasar para la peque por ello. Ojalá de corazón y porque se merece eso y muchísimo más que en este nuevo cole encuentre su lugar y sea querida y respetada como siempre tenía que haber sido. Mucho ánimo y a seguir luchando a su lado. Un abrazo, Vero.