domingo, 31 de enero de 2016

La madre biológica. El gran tabú.



Con siete años mi hija explora el mundo sin cansarse. Es una navegante emocional muy curtida, a pesar de su corta edad. Cada día reflexiona sobre algún aspecto nuevo de sus sentimientos, de los míos, de los de su entorno y saca sus propias conclusiones.

Ha sido siempre como un scanner viviente del mundo emocional que la rodea. Tiene ese don. Y desde siempre ha sido muy consciente de sus orígenes adoptivos. Desde, quizás, demasiado pronto, sorprendiéndonos a todos con comentarios y preguntas que esperábamos mucho más tarde.

Ahora hemos dado un paso más.

La niña siempre ha sabido que su origen biológico no partió de nosotros. Nunca hemos cometido el error de crear una falacia que nos lo hiciera más fácil en algún momento. Pero siempre hemos ido poco a poco, respondiendo a sus preguntas sin irnos más allá de lo que ella demandaba. Sin embargo, a pesar de la transparencia, de que mi hija ve en su cara cada día sus diferencias biológicas con su hermano y con nosotros, sus padres, de las fotos y cuentos que le cuentan la historia de su llegada a la familia, a pesar de todo eso mi hija tiene dudas.

Ella pasó, como muchos niños adoptados, por la fase en la que quería escuchar que estuvo en mi barriga y no quería oír hablar de su adopción. Quiso jugar a que era un bebé que nacía y llegaba a mis brazos pequeñito, pequeñito, para recrear esos momentos que no compartimos. Quiso oír una y mil veces, cómo la buscamos, cómo la encontramos, cómo la quisimos...que lo nuestro es para siempre. Y aún así...

¿Os habéis parado a pensar en el poder oculto del lenguaje? La forma de expresar determinadas cosas define mucho del mundo sentimental que subyace tras de él. Mi hija llevaba tiempo diciéndome: "Eres mi mejor mamá". Una frase sencilla. Cabría pensar que el uso del posesivo es solo un pequeño defecto de     expresión. Pero no lo es. Hay todo un universo por detrás. Muchas preguntas sin resolver.

Yo ya había abordado muchas veces con la niña el tema de la madre biológica. Una cuestión inseparable de la historia de mi hija que siempre quise que formase parte de su vocabulario natural, para evitar desgarros cuando tarde o temprano esa expresión y esa idea aparecieran. Sin alardes, sin dramas, sin momentazos. Simplemente se mencionaba de vez en cuando, cuando venía al tema: una conocida embarazada podía ser el desencadenante, por ejemplo.

Y parecía que estaba claro.

Pero más allá de nuestros intentos de dar al asunto una forma dulce, la cuestión del abandono es un dolor que tarde o temprano será descubierto y sufrido por nuestros niños. Y con él, las grandes preguntas acerca de la madre primigenia, la biológica, la de la barriga, la que queráis. La que les parió y les puso en el mundo. Y ahí estaba mi niña. Con sus dudas masticadas en su pequeña mente sin atreverse a salir.

Por fin, el otro día, cuando de nuevo me otorgó el título de "su mejor madre" le pregunté directamente en quién pensaba. Fue el momento de abrirle otra vez las puertas a sus deseos de saber. ¿Porqué, en qué momento, ha llegado ella a la conclusión de que mencionar o preguntar sobre su madre biológica puede no ser adecuado? Quizás en su propio miedo esté la respuesta.

Miedo a indagar en un dolor que el abandono tatúa en el corazón de nuestros hijos adoptados.

Unos días más tarde me acordé de que tenía en casa el cuento que escribió Mercedes Moya (pincha aquí para conocerla) para explicar la figura de la madre biológica a los niños. Y se lo leí. Y simplemente con ver su cara, ya sabía que cada palabra estaba llegando al lugar preciso al que tenía que llegar.

La historia es la de un niño que se da cuenta de que tuvo dos madres: una biológica y una adoptiva y el impacto que esta revelación causó en él. Mi hija, que se distrae con facilidad, no perdió ni un detalle. Fue poniendo imágenes a sus dudas y dándole respuesta a cosas que no sabía formular. Al acabar, me pidió que se lo leyese de nuevo. Sonreía y hacía comentarios positivos, demostrando empatía y disfrutando del relato con toda normalidad.

¿Sabéis cuáles fueron sus palabras al terminar el cuento? Me miró muy seria y, al hilo de lo que decía el cuento, me dijo: "Claro mamá, porque las madres no se cambian. ¿verdad?"."No, mi amor. Tu familia es para siempre". Y se acurrucó a dormir con una sonrisa en la cara.
 Para conocer el cuento ¿Yo tengo dos mamás? pincha aquí

Sé que hay muchas corrientes de pensamiento sobre este tema en el mundo de la adopción. He de reconocer que yo, antes de tener a mi hija, era bastante fundamentalista al respecto. Decía y creía que su única madre era yo. La que la amaría siempre, sin condición. Y eso era lo que pensaba que debíamos transmitir para crear seguridad en nuestra hija cuando llegase a casa.

Pero a día de hoy creo que estaba en un tremendo error. Soy la segunda madre que mi hija ha tenido en la vida. Se lo puedo contar de mil maneras diferentes. Camuflarlo bajo palabras preciosas, contarle los cuentos más dulces que oculten la dura realidad. Pero siempre estará ahí. Esperando el momento adecuado para hacerse presente en su vida. Quizá cuando su madurez le enfrente a la situación con más herramientas para descifrar lo que se esconde detrás de las frases tan cuidadosamente construidas. Quizá cuando alguien se lo lance a la cara como un reproche. Quien sabe. Pero el abandono es un hecho inseparable de su historia. Y con él, su madre biológica, la que la creó, la parió y la abandonó (y figo esto sin juicios de valor, como un hecho, con los mil matices de esta acción).

Cada niño es un mundo, ya lo sabemos. Y cada cuál se enfrenta a la vida como puede. Pero creo que incorporar con naturalidad la figura de la madre biológica al vocabulario, a las conversaciones de nuestros hijos, les puede ir dotando de herramientas para enfrentarse a su realidad cuando sean mayores.

A mi hija ya le habían dicho en el colegio que yo no era su madre verdadera. Ahora es ella la que explica que tuvo otra madre que la llevó en la barriga pero que, según sus palabras "esta es mi mejor mamá. Mi mamá verdadera y para siempre".

Quizá exactamente las palabras que ella necesitaba en este momento para sentirse segura.

¿Qué voy a decir yo? ¿Que me gustaría ser la única? ¿Que me gustaría haber tenido el privilegio de parirla? Pues si. Pero la vida es como es, no como nos gustaría que fuera. Y yo quiero saborearla, así sin perderme ni un trago.

Ayer, charlando en el coche, en un momento de intimidad sacó de nuevo el tema. Y las dudas, esas que parecía que no existían, salieron a borbotones. Sin pudor ya y sin recelos. Sabiendo que podía contar conmigo también en eso. Hablamos, repasamos, y cuando al final, su necesidad de hablar del tema se sació cambió tranquilamente a otra conversación más trivial.

Al final del día, cuando se iba a acostar, me dijo.

"Mamá, tú eres mi única mamá. La mejor mamá del mundo."

¿Notáis la sutil y brutal diferencia? Yo si. Y ella también.