miércoles, 27 de junio de 2012

Horror en el comedor II

Un nuevo post para comentar acerca del anterior que hablaba de los problemas de alimentación o más bien, de los problemas de actitud en la mesa de algunos niños.

Os contaba el método que pusimos en funcionamiento cuando las cosas comenzaron a ir mal en la mesa con mi hija pequeña. Y hoy, unas semanas más tarde, quería comentar cómo han ido las cosas.

Para empezar, a las madres y padres que lo están pasando mal con este tema, tengo que animarles de forma rotunda: las cosas pueden cambiar.

Como muestra un botón. Mi hija pequeña es todo carácter. Una tanqueta que suave pero imparablemente va recorriendo sus días con la voluntad de hierro de un luchador de sumo. Esto que puede ser una gran ventaja en algunos aspectos, en otros es sencillamente tremendo. En la mesa, por ejemplo. Cuando comenzó a comer mal nos pilló por sorpresa. Hasta unos días antes, comer era su placer principal. Pero de pronto, todo eran problemas ante el plato. Se acercaba con mala cara, comentaba lo fea que era la comida e informaba de que no pensaba comérsela. A partir de ahí, comenzaba el despliegue: persuasión, distracción, regañinas y en fin, tensión. En poco tiempo el problema se convirtió en oficial. La niña no comía. ¿Porqué? Después de analizarlo mucho llegamos a una conclusión; porque no le venía en gana. Increíble pero cierto, la mesa se había convertido en su campo de batalla, donde se medía y donde descubría su poder sobre mí, que era quien más se preocupaba y más nerviosa se ponía. Los celos con su hermano, fueron el catalizador que le dieron forma al conflicto. El mayor ocupaba la mayor parte de la atención con sus chascarrillos y sus comentarios a la hora de comer. Ella se convirtió en protagonista cuando dejó de comer. Y con el paso de los meses, creció mi angustia al ver en lo que se habían convertido las comidas en casa, hasta entonces el momento del encuentro familiar, de comentar el día, de reirnos juntos. Ahora eran el rato más tenso de la jornada. Llegamos a pensar en ponerla a comer aparte para evitar que la tensión afectara a todos los demás. No llegamos a hacerlo, demasiado acostumbrados a compartir en familia, sin tele ni distracciones.

Hace unas semanas la situación era insostenible. La niña adquiría cada vez más habilidad en su batalla personal contra mis menús. Ya no sabía que poner en su plato. Todo era rechazado firmemente. Escupía cualquier cosa. Hacía arcadas ante cualquier cosa que no fuera pan o patatas fritas. O dulces. Un día se atragantó. Tenía que ocurrir dado que cualquier cucharada que le diera era recibida con una llantina a gritos. El mal rato que pasó ella fue histórico. El que pasé yo no tiene nombre. Por un momento terrible, toda mi vida pasó ante mis ojos viendo a la pequeña ponerse colorada sin respirar. Por supuesto cuando el susto pasó, los abrazos y llantos (míos en este caso) fueron abundantes. Y se lo aprendió. A partir de ese momento, cuando llegaba la hora de comer trataba de atragantarse haciendo ruidos extraños con la lengua mientras me miraba y me decía, "mira mamá, lo que me pasa". Hubo un momento en que me pregunté si habría desarrollado algún problema de masticación de deglución, pero claro, no existe problema que se produzca con un lenguado fresco y no con una tarta de bizcocho. Lo mismo ocurrió con el vómito. Ante mi atónita mirada, después de una vomitona tras la que se hizo con el control de la mesa, empezó a repetir el hecho.

Pero ahí empezamos a hacer las cosas bien. Hubo que pararse y reflexionar. Alejarse emocionalmente del problema para analizar sus causas profundas y buscar estrategias. Ponerse de acuerdo toda la familia ante la actitud a tener y ponerse manos a la obra. Os lo contaba con detalle en "horror en el comedor", un post anterior. El tema de los atragantamientos y las vomitonas tuvo curiosamente una solución muy sencilla. Aunque a mí se me hiciera muy costosa. Comencé a fingir que no me afectaba nada. Cuando empezaba a hacer arcadas y me decía "mira mamá, voy a vomitar", yo seguía con lo mío, me volvía para que no me viera cara de preocupada y le decía; ·"ah, vale. Pues nada, cuando acabes me avisas y sigues comiendo ¿vale?". Con los atragantamientos fue lo mismo, pero más duro para mí, que casi me muero del miedo. Cuando comenzó a mover la comida hacia su garganta buscando el efecto deseado la miré tranquilamente y le dije "¿te vas a atragantar? Uf, qué mal lo vas a pasar". Y me puse donde no me viera, en este caso detrás de ella, vigilándola angustiada y rezando para que dejase de hacerlo. Y funcionó. No ha vuelto a hacerlo más. Ha probado con alguna arcadita, pero como no hay reacción,  la comida sigue su curso, no lo ha hecho más.

Ahora, somos muy rigurosos con el método. No la obligamos nunca, la ayudamos cuando vemos que es cansancio pero acepta la comida a gusto. La raciones son pequeñitas pero con preparaciones normales, tal como las comemos los demás. Hablamos con ella mucho cuando come tranquila. Y su actitud es radicalmente distinta. No hablamos con ella de la comida antes de comer ni durante la comida. No entramos en el juego de "no me gusta, pero si está muy rico, pues no lo quiero". Se le pone y cuando empieza a protestar no recibe atención. Ella sola, ante la comida, decide finalmente probar lo que tiene delante y casi siempre se lo acaba comiendo. Su actitud es otra. Ya no se acerca como si fuera un combate. Aunque sigue estando siempre alerta por si el menú no es de su agrado, las comidas han vuelto a ser agradables y amenas. Cuando terminamos de comer, todos los días, comentamos en alto. "¿Os habeis dado cuenta lo bien que se porta nuestra niña en la mesa? No llora, no se enfada y come solita como una niña grande" A lo que ella contesta: "Siii, un aplauso para miiii..." . :-))

Probad el sistema si teneis niños que comen mal. Pero sed constantes, alejaos del problema emocionalmente (o sea no os angustieis, que no se mueren de hambre ni mucho menos, ni les entra desnutrición sin durante los primeros días comen muy poco), y no les deis caprichos entre horas. Vereis qué cambio. Ah, y espero que si lo conseguís me lo conteis. Me encantará saber que a otras familias también les ha funcionado.

El verano ya llegó.

Ya están en casa. Se acabaron las obligaciones escolares y los peques están en casa, llenándolo todo, haciendo brillara cada rincón de la casa. Estaba deseando este momento, El de que sean mios todo el rato, sin tener que someterme a la voluntad ajena, a los horarios a veces insoportables, a las exigencias de tareas y estudios...soy un poco mamá gallina, lo sé. Pero crecen tan deprisa que quisiera aprovecharles todo el tiempo posible. Y ellos, se dejan querer.

Hasta que aparecen...¡los amigos! Cuando salimos a la piscina los tres solos, se establece un momento precioso de intimidad. Jugamos, nos reimos, y disfrutamos juntos. Pero en cualquier momento llegan los amigos. Mejor dicho: Los Amigos, con mayúsculas. Esas personitas que se han convertido en el referente de mis hijos, especialmente del mayor que ya está en edad de admirar a otros. En ese preciso instante, yo sufro una metamorfosis maternal: me convierto en La Portadora. Un cargo importante, imprescindible más bien, pero poco apasionante. Consiste básicamente en llevar las toallas, las cholas, las cremas, los manguitos, las pistolas de agua, la sombrilla, la pelota, los yogures y alguna cosa más, de aquí para allá. A veces, hasta me llevo un libro ¡optimista que es una! porque entre los "mira mami, lo que hago", y los "mamáaAAA...Fulanito me salpicóoooo...", nunca consigo abrirlo.

Me desvanezco y eso me da una oportunidad de oro de ver a mis hijos crecer. De ver cómo juegan en grupo y observar cómo se aprende a vivir jugando.

martes, 26 de junio de 2012

MIs pequeños héroes.

Hoy ha sido un día importante en la familia. Era el día de entrega de notas en el cole. Mis pequeños estaban impacientes por acudir a por ellas. El mayor, ya consciente de  lo que significan, para comprobar definitivamente si su esfuerzo había dado los frutos deseados. Y mi pequeña porque se había contagiado de la emoción del mayor. Es un espejito que reproduce a su hermano haciendo las mismas cosas pero en pequeño, adaptadas a su talla y a su lengüita de ratón.

Los dos esperaban ansiosos también el pequeño regalo que les esperaba como premio a tanto trabajo. Lo habían escogido después de mucho pensar y lo tenían aparcado junto a la puerta, esperando el momento de abrirlo al fin. Un premio merecido, porque el año ha sido duro para los dos. Cada uno ha tenido que escalar sus propias montañas. Ella comenzando la aventura escolar, peleando como una campeona, consiguiendo sus metas, con su forma particular de hacer las cosas, pausada pero imparable. El, con su primer acercamiento a la realidad académica del estudio, haciéndose mayor, aprendiendo a aprender en serio.

Mis hijos son los afortunados alumnos de un pequeño colegio. Un mundo aparte, alejado de la masificación y de la despersonalización, donde el día a día es la pauta de relación con los profesores. Un colegio con solo dos aulas, en las que el aprendizaje se firma con nombre y apellidos. En las pequeñas aulas, los niños y los profesores se convierten en familia. Los profesores conocen a los niños en clase y en casa. Comparten con los padres alegrías y sinsabores diarios. Saben de mocos nocturnos, de pesadillas o de celos. Cuidan de los niños como si fueran propios. Una lotería de la que disfrutamos consiguiendo además, el mejor nivel de la zona escolar. Un ambiente que supone para mí, que lo analizo todo, la tranquilidad de saber que nada pasa desapercibido, que siempre hay alguien dispuesto a ayudar si hace falta.

Hoy los niños se abrazaban a sus profesoras. Un diploma, un poema de agradecimiento por su cariño de parte de la profesora, unas chuches...Y un rato de charla en el que hacer sentir a los pequeños que su trabajo del año ha valido la pena. A los niños...y a nosotros, que también nos hemos esforzado lo nuestro.

Con sus notas relucientes, sus sonrisas enormes y satisfechas, nos han pintado en la cara el orgullo de ser sus padres...aún más si cabe. Porque para los dos ha sido un año complicado. Hemos tenido sustos y disgustos. Tropezones y alguna zancadilla de la vida. Pero ambos se han levantado y han seguido adelante fuertes y felices. ¡Qué poco parece una pistola de agua y una cámara de juguete para premiar tanto esfuerzo! Pero a ellos...les ha encantado. Mis héroes. Cuánto tengo que aprender de ellos. Qué bien que tengo todo el verano para disfrutarlos !!!

viernes, 22 de junio de 2012

Cuando los niños no vienen bien.

Cuando una mujer está embarazada hay una frase que es recurrente en las conversaciones: "yo lo único que quiero es que venga bien". Una frase sencilla que encierra sin embargo un contenido muy grande. En la vida de un feto hay muchas cosas que pueden ocurrir, muchos momentos delicados, muchos riesgos...la vida es un milagro de la fortuna. Un reto de perfección que la evolución trata de perpetuar. Cuando se conocen los riesgos, el milagro parece aún mayor.

Cuando adoptamos, salvo que hayamos decidido ser padres de niños con dificultades especiales, también deseamos lo mismo: que el niño venga bien.

Pero esto, en los dos casos, no siempre se cumple. Hoy quisiera hablar de esos casos en que los niños llegan con problemas de salud.

En el caso de la maternidad biológica, un buen número de problemas son detectados a lo largo de la gestación. Otros, al nacer. En cualquier caso, una mala noticia que cambia drásticamente las espectativas de los padres.

Pero me gustaría hoy centrarme en el tema de los niños adoptados. Anteriormente hablé de los riesgos que en este sentido lleva aparejada la adopción internacional (y la nacional también, aunque en otra medida). Los padres conscientes deben conocer estas circunstancias antes de emprender los trámites preadoptivos. Existen completos estudios que recogen de forma clara algunos de estos riesgos sanitarios aclarando las dudas posibles o dando una buena orientación al respecto. Uno de ellos es el de "SALUD EN ADOPCIÓN. GUÍA PARA FAMILIAS, CORA" que describe algunos de los problemas más recurrentes en la adopción: trastornos hipercinéticos, trastornos del vínculo, alteraciones en el lenguaje, trastornos del sueño y la alimentación y síndrome de alcoholismo fetal.

Cuando se realizan los trámites preadoptivos los padres deben decidir para qué se consideran preparados. Se refiere este punto al tema de la salud. Los padres reflexionan y deciden si están preparados o no para ser padres de un niño o niña con alguna alteración de la salud física o mental. La mayor parte de las solicitudes se decantan por niños sanos o con enfermedades recuperables. Pero algunas familias optan por ofrecer su amor y una familia, a niños con dificultades especiales. Una decisión que nunca debería estar influida por la mayor agilidad que el proceso tiene en estos casos ya que conlleva un cambio de perspectiva en lo que será la vida familiar, muy drástico en algunas ocasiones.

Llegados a este punto, cuando se adopta, se asume que lo que ocurra después nos ocurrirá a todos. Al niño y a sus padres. Y ocurre en más ocasiones de las que se supone, que aparecen importantes problemas indetectados de salud que provocan una debacle emocional en los padres recién estrenados.

Los embarazos no controlados, no deseados, los partos difíciles, las condiciones de nacimiento desfavorables...los problemas neurológicos no son ninguna rareza. Y, cuando los niños adoptados lo son cuando aún son bebés, son dificilmente detectables.

A veces, los padres sienten que algo no va bien desde el primer momento. Otras veces es al llegar a casa cuando se comienzan a detectar los problemas. El paso del tiempo revela otros. Pero en todos los casos, el descubrimiento de la enfermedad, síndrome, lesión, etc, supone un duro golpe para los padres.

Y aquí, como en casi todo lo que acontece con las familias adoptivas, hay matices que pueden dificultar más si cabe la situación.

En el caso de los niños recién llegados, el descubrimiento de una enfermedad o limitación importante se puede convertir en una dificultad más en el proceso de vínculo y apego. Asumir que se tiene un hijo con limitaciones que podrán ser graves o no, es más duro cuando aún no ha llegado el momento del amor completo y entregado que comparten las familias ya constituídas.

Por otra parte, las familias también pueden atravesar un doloroso periplo en el que la sospecha del problema  es intensa, pero no es refrendada por los profesionales. Esto puede ocurrir por diferentes causas. La más común es la falta de formación o información de los facultativos acerca de los riesgos especiales de salud que tienen nuestros niños. Otra, es una extraña discriminación positiva que lleva a muchos de ellos a achacar cualquier síntoma o comportamiento poco claro, a sus orígenes, recurriendo a la necesidad de cariño de los niños como remedio para todo. Los padres adoptivos se dan cuenta enseguida, de que han pasado a ingresar en el club de los tontos. Me refiero a la actitud extendida entre muchos profesionales de la salud infantil, con la que las madres (da igual sin son adoptivas o biológicas) somos englobadas como colectivo especializado en localizar y alarmarse por síntomas imaginarios de nuestros pequeños. Cuando un pediatra te llama "mami", enhorabuena, acabas de ingresar en el club.

Por eso, tampoco son extraños los casos en los que los niños pasan años en su nuevo hogar antes de que sea detectado el problema. Años en los que padres y madres se enfrentan cada día a los problemas que la falta de ayuda y orientación añaden al problema en concreto. Y sobre todo, años de soledad en los que la familia adoptiva se siente incapaz de manejar o enfrentar una situación sin nombre, sin diagnóstico y sin pronóstico.

Cuando un niño llega enfermo a casa, la familia tiene que pasar por ciertas fases imprescindibles para seguir adelante. La primera es conseguir un diagnóstico de lo que está ocurriendo. Lo que una madre ve, salvo excepciones raras, es lo que realmente ocurre. Si se sospecha un problema hay que insistir, buscar y llegar a una respuesta clara.

Después llega el proceso de conocimiento. Hay que conocer al detalle todo lo que se pueda sobre la situación del niño. Ponerle nombre, aprender qué implica, qué desarrollo tiene, qué soluciones.

A partir de aquí, hay que comenzar a aceptar la nueva realidad. Los padres de un niño con una lesión cerebral tendrán que aprender a pensar en otra clave en el futuro de su hijo: si soñaban que jugarían al futbol, correría por la playa o que andaría en bici por el campo...tendrán que hacer un doloroso duelo por el hijo que imaginaron antes de aceptar el hijo real. Los padres de niños hiperactivos con déficit de atención, tendrán que aprender nuevas tácticas de comunicación, acostumbrarse al control psicológico o psiquiátrico. Los padres, en fin, que tengan hijos con dificultades especiales tendrán que aprender otro tipo de paternidad en la que la presencia médica será una constante.

Cuando el niño es adoptivo surgen además otros problemas que pueden complicar la situación aún más: el desconocimiento o la falta de datos acerca de la herencia genética, o de las circunstancias concretas del parto, o del embarazo...impiden conseguir detalles que en ocasiones serían de gran utilidad en diagnósticos o tratamientos.

 Cuando un niño enferma de importancia es un momento terrible en cualquier familia. El apoyo de otras familias que atraviesan por momentos similares es muy importante. Las asociaciones de enfermos, o más bien de padres de niños enfermos poseen grandes dosis de información que puede ayudar a los padres desorientados. La voz de quienes han atravesado esa situación es la mejor guía para caminar.

Una vez aceptada la nueva situación, la vida se irá abriendo camino. Surgirán nuevas formas de vivir, nuevos futuros, diferentes a los soñados seguramente, pero igualmente válidos. Y a los padres les tocará luchar un poco más duro, por colocar a sus hijos en el camino que la vida les haya deparado.


miércoles, 20 de junio de 2012

Depresión postadopción.

Hace poco leí de nuevo acerca de la depresión post-adopción. Cuando nos embarcamos en este proyecto nos sentimos capaces de todo y creemos que nunca nos ocurrirá. Pero a veces pasa. Y es devastador. Hoy os contaré la experiencia de una madre que lo vivió en primera persona.

"Cuando P. llegó, llevábamos ya tres años luchando por llegar a él. Comenzamos con muchísima ilusión. Nuestro primer hijo había sido sido el fruto de una reproducción asistida. Cuando tenía cuatro años quisimos tener otro hijo. Por él para que tuviera un hermano y por nosotros, que deseábamos revivir los maravillosos momentos de paternidad que habíamos vivido y ser padres de nuevo.

Después del primer proceso invitro decidimos adoptar como forma de completar nuestra familia. Para nosotros era igual que la primera vez. Pusimos toda la carne en el asador, como suele decirse.Siempre habíamos pensado en la adopción como una posibilidad más de ser padres, así que nos lo tomamos con alegría y con la misma ilusión que la vez que optamos por la vía biológica.

Sin embargo durante el proceso, comprobamos que no era lo mismo. Los trámites se alargaban indefinidamente, no teníamos información veraz acerca del cauce de nuestra solicitud, nos sentíamos maltratados por nuestros tramitadores y totalmente indefensos antes sus abusos: retrasos injustificados, mentiras flagrantes, precios desorbitados por cada servicio...Poco a poco la ilusión se iba transformando en ansiedad y desconfianza. Al final del proceso estábamos agotados. Habíamos vivido en un hilo durante tres años. Llegó un momento en que nos sentíamos ciudadanos de segunda. Sin derecho a saber, a preguntar o a  conocer nada más que las migajas que querían darnos.

En estas condiciones, como suele pasar, cuando estábamos a punto de tirar la toalla llegó la esperada llamada. La adrenalina se nos disparó. Retomamos la ilusión y empezamos a visualizar de nuevo el final de nuestro proyecto de familia.

Los últimos meses pasaron deprisa, llenos de tensiones y problemas burocráticos y de todo tipo. Pero al fin llegó el momento de conocer a nuestro hijo.

Habíamos visualizado ese momento muchas veces. Pero nunca imaginamos que nos sentiríamos como lo hicimos. En el orfanato la sensación que nos invadía era el miedo. El niño parecía distante y ausente y nosotros nos sentíamos cansados e incapaces. Sin embargo, decidimos luchar por ese niño. A lo largo de las visitas las cosas mejoraron mucho. El niño empezó a relacionarse con nosotros y a abrirse y eso nos hizo ver las cosas con más optimismo. Poco a poco el pequeño empezó a hacérsenos imprescindible y cuando volvimos a casa ya le sentíamos como nuestro hijo. Al menos, en parte. Quedaba mucho camino.

Ya en casa, el niño continuaba avanzando y progresando. Todo el mundo decía lo rico que era, lo grandote que había venído y lo gracioso que les parecía. Y nos daban la enhorabuena.

Estábamos ya en ese momento que tanto habíamos deseado, pero por alguna razón no nos sentíamos felices. Estábamos como bloqueados. Siempre habíamos esperado tener esa relación amorosa que se había dado con nuestro hijo mayor. Una relación llena de caricias, de abrazos, de mimos, de cuentos compartidos, de canciones de cuna. Pero el pequeño era totalmente distinto. No sentíamos el afecto que esperábamos. No quería abrazos, ni besos. No buscaba consuelo cuando lloraba...Y par colmo, si le ocurría algo y había algún extraño presente prefería su consuelo al nuestro, dejándonos ahí como espectadores de la vida de un niño que solo quería de nosotros alimento y cuidados pero que no sabía nada de amor.

Poco a poco fuimos entrando en un situación muy triste. Pensábamos que el niño no nos quería y nunca lo haría. Buscamos ayuda psicológica pero nos encontramos con la incapacidad de algunos que se limitan a colgar una placa en su puerta.  Y finalmente, entramos en la depresión post-adopción.

Ahora sabemos que es muy habitual, o al menos, que no es rara, pero en aquellos momentos pensábamos que simplemente habíamos fracasado. Comenzamos a pensar en que debíamos aceptar que quizá nuestro hijo nunca llegaría a querernos. Pero éramos sus padres y nuestra obligación era quererle incluso en esas circunstancias.

Cada noche nos acostábamos hablando del tema, de los pequeños sinsabores del día relacionados con él. Al despertarnos, sentíamos una terrible sensación de pánico, de pena, de cansancio por el día que nos esperaría.

Fueron tiempos muy difíciles para los cuatro.

Sin embargo seguimos adelante. Seguimos tratando de crear familia, de encontrar a nuestro hijo bajo todo aquello que nos separaba.

Ahora, dos años después, todo ha cambiado. Miramos hacia atrás y vemos alejarse todo aquello. Hemos caminado mucho y hemos aprendido mucho. Pero sobre todo, hemos tenido que aprender a ser padres de nuevo. Nuestro hijo nos ha adoptado al fin. Y ahora, los besos, las caricias y los abrazos no dados que tanto nos dolieron, abundan. Ha sido un proceso duro y doloroso, con momentos hermosos desde luego, pero que hemos tenido que recorrer solos. Hoy puedo decir orgullosa que mi hijo P. me quiere, que quiere a su hermano y que adora a su padre. Ya no queda nada de aquél pequeño armadillo que llegó a nuestra vida. Tardó dos años en abrirse pero esperarle valió la pena porque lo que guardaba dentro es sencillamente maravilloso".

La depresión post-adopción no es un mito, no es ninguna tontería y desde luego no es algo vergonzoso. Sin embargo, para los padres que la padecen se convierte en un problema en muchos sentidos. La depresión se puede producir por muchas causas, algunas endógenas pero otras, las más comunes, exógenas:

Durante el proceso se invierten enormes cantidades de energía. A veces, los tiempos se alargan y se viven situaciones estresantes que agotan a los futuros padres. Y es este ínterin se pierde de vista que el verdadero reto llegará a casa después, cuando los niños estén en su nuevo hogar. La fatiga física y mental puede ser el primer escollo a la hora de consolidar la adopción.

En ocasiones la imagen mental que los padres adoptantes tienen acerca de la paternidad o del hijo que esperan no corresponde con la persona que encarnará ese sueño en la realidad. Como ya comenté en otro post anterior, aceptar al hijo real es un paso imprescindible para convertirse en padres.

Los problemas que el niño puede traer consigo pueden sorprender, asustar y desestabilizar a los padres que se sienten superados por las situaciones que se pueden producir. Los niños institucionalizados traen un equipaje de problemas por resolver que puede llegar a ser dramático el algunos casos y la formación de las familias no siempre está ajustada a las necesidades de los niños.

En ocasiones, las parejas descubren que no están en sintonía frente a la llegada de un niño, frente a la paternidad adoptiva, frente a la paternidad con dificultades, etc. Pueden salir a relucir muchas fisuras.

Confrontar la propia imagen ideal de maternidad o paternidad con la real puede colocar a los nuevos padres ante la sorpresa de descubrirse de una manera inesperada, con menos capacidad de la supuesta, falta de firmeza o todo lo contrario...un nuevo rol requiere una nueva forma de reconocimiento personal.

etc...

El tema, es que llegados a este punto, las familias que sufren de depresión postadopción sienten que sus sentimientos pueden hacer creer a su entorno que no quieren al niño porque no es biológico, que se han equivocado.

Una situación muy común entre las madrea adoptivos es la siguiente: la madre charla con otras madres acerca de los hijos, o con una vecina. Se comentan las travesuras, las manía o cualquiera de esos problemillas con que la crianza se adereza normalmente; y de pronto, cuando la madre adoptiva trata de compartir su parte, la otra parte sale en defensa del niño o niña adoptado. "pobre" es la expresión más común. Como dice una madre adoptiva "cada vez que me quejo de mi hija, por cualquier tema típico de la edad , es como si tuvieran que "vendérmela", como si detrás de mi queja se ocultase una falta de amor porque no es biológica".

Esto, que es simplemente un detalle, ilustra lo que puede sentir una madre o un padre que se siente deprimido tras la adopción.

La depresión post adopción como otras formas de depresión requiere atención. Primero de los propios interesados, reconociendo su situación, tratando de acercarse a ella sin dramatismos. Después es importante contar con apoyos sólidos. Del entorno personal o familiar o  si es necesario, apoyo profesional. Sobre todo, hay que huir de la culpabilidad. Las personas que lo padecen pueden sentirse decepcionados por sus propias emociones.

La depresión post-adopción es transitoria. Una etapa difícil y dolorosa que hay que atravesar si llega el caso mirando siempre hacia adelante.

La depresión post-adopción puede complicar el proceso de vinculación con los niños. A veces es la pescadilla que se muerde la cola: niños con problemas que dificultan la vinculación, depresión maternal o paternal por ello, la vinculación de complica, más problemas de depresión...

Los consejos son sencillos.

Para empezar, es muy importante tratar de recuperar el equilibrio personal. Para ser buena madre hay que sentirse bien con una misma. Por ello, incluso si es complicado, es imprescindible contar con un momento regular para una misma: una vez al día un café con una amiga sin niños, una vez a la semana yoga, ginmasio...algo que recargue las pilas y nos ubique en la vida fuera de la tarea maternal. Si te sientes en paz, relajada o feliz, transmitirás eso y te sentirás más capaz de enfrentar las situaciones que te resultan difíciles.

Hay que aceptar las propias limitaciones. Perdonarse por no ser la madre que soñabas y trabajar siempre en mejorar pero sin culpa. A veces las madres o padres con depresión post-adopción se sienten incapaces de ser lo cariñosos que creen que deberían ser. Reconocerlo es importante para avanzar y mejorar, pero los sentimientos de culpa se convierten en una piedra más en el zapato. Hay que darse tiempo. Un buen punto de partida es hacer lo correcto. Lo ideal llegará más tarde.

No olvidar nunca que con los hijos, bailamos un curioso baile; un pasito adelante, un pasito atrás y de pronto, un saltito. Retrocesos y avances se sucederán sin más en el proceso de crecimiento. Los niños nos irán dando pistas de que mejoran pero los retrocesos, regresiones y demás, estarán presentes en él.

Olvida momentáneamente las obligaciones educativas y céntrate en divertirte con tu hijo. Lo lúdico atrae el resto. No importa si tu hijo no tiene modales en la mesa. No gastes energía ni estropees ninguna ocasión de bienestar común en inculcarle ahora esas normas. Tendrás tiempo de sobra más adelante y ahora solo se convierten en temas que os dificultan la relación.

Cuando tu hijo te decepcione trata de recordar siempre que él también está tratando de reinventarse en la nueva vida que le ha tocado. Dentro de un tiempo todo será distinto. El será distinto y tú también.

Aléjate de las personas que te llenen de pensamientos negativos, que te envíen mensajes apocalípticos y te hagan sentir más angustiada. Recuerda que la depresión post adopción es una respuesta a una situación de estrés.

Si tu hijo tiene dificultades especiales, de salud, de desarrollo, etc, busca el apoyo y la comprensión de las personas que sufren lo mismo. Las asociaciones de padres de niños que padecen alguna dolencia, carencia o  problema están formadas por personas que han sentido lo mismo que tú en algún momento, y te ayudarán a asumir y normalizar la nueva situación.

Un nuevo reto es a menudo el momento de conocerse mejor y de crecer. Apoyarse en los demás, es la forma más inteligente de afrontar nuestras propias limitaciones.

sábado, 16 de junio de 2012

Niñez Desamparada y Adopción: El relato de una hija adoptada

Niñez Desamparada y Adopción: El relato de una hija

Este post lo escribe una mujer que fue adoptada y es, como ella misma se define, una hija del corazón. Para mí es una lección de futuro, de cómo se puede consolidar una familia adoptiva sin perder en la oscuridad de la ignorancia el origen biológico. Ella escribe y cuenta muy bien todo esto en este post. Os lo recomiendo.

viernes, 15 de junio de 2012

Miguel de Unamuno y la propiedad de los hijos.

"...nadie es propiamente hijo de quién lo engendró, cosa muy fácil y sin mérito alguno, sino lo es de quién lo crió, lo formó y lo educó, poniéndolo en el lugar que le corresponde".

(Miguel de Unamuno)


He copiado esta cita del blog de Verónica Fiorito.* Como veis, el tema siempre ha estado en la mente de los que le dedican un tiempo a la reflexión. La duda que me queda, es si realmente, nosotros como padres, ponemos a los hijos en el lugar que les corresponde. Yo, diría que les damos el lugar al que tienen derecho, en el seno de una familia que les aliente y les reconozca como seres únicos, especiales y valiosos. Lo que sí creo es que ellos son los que nos ponen a nosotros en el lugar que nos corresponde al convertirnos en padres y madres. 


*En una versión anterior de este post equivoqué la referencia. Perdón por las molestias y perdón a Verónica. :-)

jueves, 14 de junio de 2012

Y tú ¿de quién eres?

De pequeña mi infancia estuvo ligada a un pueblo. Uno de esos pueblos extremeños, de casas blancas impolutas, de calles estrechas y sinuosas; un pueblo con olor a café, a aceite de oliva recién prensado, a roscas y magdalenas del horno de leña. Era un lugar especial. Un pueblo limpio y paciente, en el que el verano se dajaba caer como desmayado, acomodándose entre las encinas y las parras, atorrando las losas de la plaza. Monroy es además un pueblo con castillo. Un castillo medieval como los que poblaban los cuentos de mis libros. Con torreones y murallas, con foso y con misterios. Un maravilloso lugar en el que descubrir la vida sin prisa y sin obligaciones.

Nosotros vivíamos a su sombra. El patio de la casa que vio nacer a mi madre, que construyó mi abuelo con sus propias manos, se llenaba del sonido de las cigüeñas haciendo "gazpacho" en sus nidos. Las golondrinas y los gorriones atravesaban el cielo veloces como saetas, persiguiendo insectos. Y a veces, en los momentos más felices, escuchaba en la calle, subiendo, el resonar de los cascos de los caballos que volvían del campo.

Hablar de Monroy siempre me hace volar a mi infancia. Y hoy, me han llevado hasta allí mis hijos. Cuando llegábamos, la primera aventura para nosotros, niños de ciudad, era salir hasta la plaza, comprar una de esas barras enormes de pan blanco, de miga gruesa y sabrosa y corteza crujiente como una galleta. Salíamos, deslumbrados por el sol blanco y enorme y atravesábamos la calle, felices. Y, como cada año, éramos sometidos al ritual más común. Las abuelas del lugar se nos acercaban y después de escudriñarnos un rato nos preguntaban:

-Y tú ¿de quién eres?

Al principio no sabíamos qué responder a esa pregunta. Nunca nos habíamos preguntado a quién pertenecíamos. Nos quedábamos sin sabes qué decir. Pero la experiencia es un grado y después de varios viajes ya sabíamos perfectamente cuál era el protocolo en estos casos:

-Yo soy de La Mari, la de Tío Costuras (por ejemplo).

Había que definirse, dar la filiación y para terminar de aclarar bien la situación, incluir el apoyo ancestral que disipaba todas las dudas.

Me acordado de esto porque hace poco hablaba de la sensación que tengo de que mi hija es eso, mía. Pero esta vez, el asunto circulaba en el otro sentido, el que quizás, analizamos menos y es si cabe, más importante. Esta mañana mis hijos han protagonizado un debate acerca de esto de la pertenencia. Mi hijo mayor es muy cariñoso. Con sus ocho años, oscila entre una preadolescencia que empieza a querer asomar (socorro!) y un perfil de osito amoroso que me deleita hasta el alma. De pronto, mientras yo trataba de decidir qué menú ponerles para el recreo; algo que según él debe "comerse muy rápido para poder jugar a fútbol" y según mi hija "no puede ser sandwich, plátano, yogurt, manzana, zumo, bocadillo...". Total que en ese momento se me cuelga de una pierna como un perezoso. Yo, que no desperdicio ni un abrazo, le hago arrumacos y trato de seguir con lo mío prescindiendo de mi pierna. Y desde la mesa del desayuno escucho a la pequeña que observando la situación, informa a su hermano: "Mamá, es MIA". Inmediatamente, el niño se agarra más fuerte y tras sacarle la lengua contesta "De eso nada. Es MIA". Y ahí comenzó el debate. "Mamáaaa, ¿a que eres MIAAA?" "Nooo, es MIIIIIA".

Claro que lo soy. Soy de ellos como ellos son míos. Porque se nos ha quedado pegadita el alma y ya no veo dónde acaba la suya y dónde empieza la mía. Pero que me lo recuerden así, para empezar la mañana, es como una inyección de alegría que me hace caminar por las horas con los zapatos de hacer las cosas bien. Ellos nos hacen suyas y eso es lo mejor que a una madre le puede pasar.
:-)))


miércoles, 13 de junio de 2012

Horror en el comedor.


Suelo abordar este tema de vez en cuando, porque la hora de comer es un momento crítico en muchas familias. Cuatro veces al día, los niños se ponen delante de la tarea de consumir lo que les indicamos: desayuno, comida, merienda y cena. Cuando los niños tienen problemas para comer, estos tiempos pueden ser una auténtica pesadilla para las familias. Una fuente de malestar que empaña las relaciones entre padres e hijos y puede acarrear mayores complicaciones, incluyendo los trastornos de salud.

LA PRIMERA ETAPA. APROXIMACION A LA COMIDA SOLIDA.

Aprender a comer no es sencillo. Cuando un niño deja de mamar, o de tomar exclusivamente biberón, se produce una oportunidad de oro para conseguir que su relación con la comida sea buena para toda su vida. Es un momento delicado pero muy bonito. Los bebés están ávidos de nuevas experiencias y se prestan a todo tipo de nuevos sabores. Al principio, las limitaciones más importantes son las marcadas por los pediatras en cuanto a ritmo de introducción de los alimentos, teniendo en cuenta la edad, evitando así aparición de alergias alimentarias o en su caso, haciendo que den la cara cuando los niños son más mayores y por tanto, más resistentes.

En esos momentos, la alimentación de los niños es mucho más que el mero hecho de la nutrición. Los bebés no tienen prejuicios. No nacen creyendo que la coliflor o las espinacas son un castigo para el paladar. No saben de ascos y de manías. Pero nosotras si, y a veces, caemos en el error de contagiar a nuestros hijos nuestras preferencias y nuestras antipatías en la mesa.

Durante los primeros momentos, en la aproximación a la alimentación con cuchara, lo más importante es la actitud. Los niños deben ir acostumbrándose a las nuevas texturas, a los sabores diferentes, a los aromas. Hasta ese momento, la suavidad de la leche ha sido todo su universo gustativo.

Algunos bebés son muy lentos, otros muestran gran avidez, otros se distraen por cualquier cosa y pierden enseguida el interés. Es muy importante aquí, que la persona que les da de comer, sea paciente y cuidadosa. No es una buena idea, por ejemplo, engañar a los niños metiendo el chupete en la boca inmediatamente después de la cucharadita de puré. En este momento, el niño está tratando de aprender a manejar la nueva textura en su boca, acostumbrada solo a succionar y tragar. Si el bebé rechaza el puré, deberemos repasar cómo lo hemos realizado. Es mejor empezar con purés de un solo ingrediente, como la zanahoria, suave y dulce, más parecida a lo que han comida hasta entonces, para después ir añadiendo poco a poco los demás. La sal, no es necesaria de momento. También es preferible evitar endulzar los alimentos y dejar que descubran el sabor real de las cosas.

Poco a poco, iremos teniendo un rango mayor de alimentos permitidos que nuestros hijos podrán probar. Esta etapa es fundamental. Hasta los dos años, aproximadamente, los niños están en la llamada edad del si. Lo quieren probar todo; esto incluye todo lo que les rodea; los cochecitos de juguete, las ceras, los juguetes... Su relación con el mundo pasa por la boca, un órgano extremadamente sensible y que les proporciona una gran información.

Por eso, esta etapa hay que aprovecharla. Cuantas más texturas, sabores y aromas les presentemos, mejor. Evidentemente, no todo lo que les ofrezcamos les parecerá igual de interesante o de apetitoso. Pero estamos creando un hábito, un reconocimiento, una actitud acerca de la comida que será definitoria de lo que pase posteriormente en la mesa. Que un día no quieran un alimento, no puede suponer que nunca más se lo ofreceremos. La evolución de su paladar en muy rápida y deberemos probar de nuevo más adelante, sin recordarle nada del tema.

Los niños pequeños pueden masticar. A veces, la tentación de ofrecer los alimentos muy molidos puede ser muy grande. Pero, pasados los primeros momentos, cuando los bebés necesitan una comida muy suave y muy bien batida, debemos comenzar a ofrecer los alimentos lo más cerca posible de su estado original.

Cuando mi primer hijo tenía doce meses, le llamaba mucho la atención lo que yo comía. Nos sentábamos a la mesa juntos y comíamos lo mismo. Pero si, por ejemplo, teníamos acelgas con patatas, las mías estaban en trozos, con su sofrito por encima. Y las suyas, trituradas en forma de puré. Enseguida descubrí que la que a mi me parecía una textura desagradable, la de las acelgas, a él, simplemente, le producía curiosidad. Empezó a comerlas con las manos, masticando poco a poco. Y yo empecé entonces a pasarlas por la picadora, no por la batidora. Así conseguía trocitos pequeños, pero seguían diferenciándose las patatas, las acelgas... Este sistema nos llevó poco a poco y tranquilamente hasta el momento de cortarle los trocitos con tijera o con cuchillo, a la medida de sus posibilidades de masticación.

Otro detalle que creo que es importante es el de ofrecer todo a probar a los niños. Salvando las lógicas excepciones en cuanto a alimentos prohibidos para los niños (picantes, excitantes, alcohol, etc) los niños lo pueden probar todo. Después, no todo será de su agrado, pero se acostumbrarán a darle  una oportinidad a los nuevos alimentos o preparaciones que van apareciendo a lo largo de la vida. En este sentido, es importante también ir variando las formas de preparación de la comida frecuentemente, para evitar que se acostumbren por ejemplo, a la tortilla de mamá, aborreciendo cualquier variación. En este sentido, un niño de dos años y medio, puede disfrutar de las preparaciones más elaboradas, con sofritos, salsas y demás variantes.

Después, aproximadamente a partir de los tres años, los niños van volviéndose más selectivos. Ya no es tan sencillo presentar nuevos alimentos y conseguir que prueben cosas nuevas. Lo que hayamos conseguido hasta ese momento será lo que defina su relación con la comida y en la mesa en general.

Pero, como todas las madres adoptantes sabemos, no siempre hay oportunidad de empezar a construir desde el principio.





SEGUNDA ETAPA. "ESTO NO ME GUSTA"


La hora de comer, cuando los niños ya no son bebés, es mucho más que el momento de recargar energía. Como muchos padres sabemos, puede ser un momento de gran tensión en el que entran en juego muchos factores ajenos a la alimentación: relaciones de poder, rebeldía, afirmación, control...

Cuando nuestros hijos adoptados llegan a casa, traen consigo sus rutinas alimenticias. Habitualmente nosotras, las madres, las desconocemos. Y si las conocemos o las intuímos, normalmente no podemos ni deseamos mantenerlas porque no suelen ser las más adecuadas en muchos sentidos.

Pero además, los niños traen consigo, su propia relación con la comida. Una relación afectada por muchos factores: escasez, falta de atención o ayuda para comer, tiempo limitado, monotonía, tensión, malas experiencias (comida ardiente o helada...)...o simple y terriblemente, hambre.

Este bagaje de entrada puede ser un grave problema a la hora de comer en casa.
Lo más habitual cuando los niños llegan es la avidez por la comida. Esto es muy común, incluso en niños que aparentemente no han sufrido de hambre. Son los pequeños que tratan de comerse además de lo suyo, lo de los demás. Que comen cualquier miga que se caiga del plato. Que, en un cumpleaños, no se separan de la mesa de la comida y no juegan ni participan en nada, solo pendientes de lo que pueden comer.

Hace poco, en el precioso blog "Cuaderno de Retazos", leía acerca de los niños que no sabían reconocer la sensación de hambre. Niños que lloraban, se ponían furiosos, desconcertando a los padres que no reconocían lo que ocurría. ¿cómo reconocer una sensación y saber que se cura comiendo, si quizás nunca has tenido la ocasión de ponerle remedio anteriormente?

No me voy a extender en las peculiaridades que nuestros niños muestran ante la mesa. Cada familia reconoce las suyas, con sus matices particulares.

Yo también me he visto enfrenta, y aún me veo, a esta situación con mi hija pequeña.

Cuando llegó tenía una gran avidez por la comida. Pero, al mismo tiempo, su rango de aceptación de alimentos era muy pequeño. Casi todo le daba arcadas, escupía la comida de la boca y se negaba a comer. Simultáneamente, era increíble el control de la cuchara que tenía. Con solo quince meses era una profesional comiendo sopa. No se derramaba ni un fideo. Y no sobraba ni una gota.

Durante los primeros tiempos, intenté aprovechar que aún era casi un bebé para ofrecerle nuevos sabores. Cada día insitía un poco con algunos de los rechazados, como el plátano. Un pedacito nada más. Pero cada día. Y poco a poco fuimos dando pasos.

Durante una etapa intermedia, la niña comía bastante bien. Nunca conseguí, como con mi primer hijo, que se abriera a la comida con confianza. Siempre fue recelosa y escrupulosa. Pero comía contenta y sin problemas.

Sin embargo, los problemas en la mesa reaparecieron de forma repentina y virulenta. De pronto (o quizás no, y no me di cuenta de lo que se avecinaba) la niña ya no disfrutaba comiendo. Nada le gustaba, rechazaba cualquier comida, incluso de forma agresiva...un drama. Fue limitando su espectro de alimentos aceptados hasta un límite insostenible. De pronto dejaron de gustarle los yogures, las tortillas de cualquier tipo, la carne, el pescado, los sándwiches, los bocadillos, el jamón, los cereales... ¿os imaginais planificar un menú para dos niños con estas condiciones?  De momento, solo se libran las patatas fritas, las galletas y los dulces en general.

Así que volví a mis libros. Y os comentaré, por si os sirve de utilidad, cuáles son los sistemas que me están funcionando.

Después de analizarlo mucho me dí cuenta de que mi actitud alimentaba el problema. La niña veía claramente que el tema me preocupaba. Hablaba de ello, con ella y con mi marido, me frustraba o me enfadaba. La reñía o la premiaba, tratando de encontrar el camino...

Poco a poco, la niña encontró en la comida una herramienta de control. Este tema, el de las actitudes asociadas a la hora de comer es muy importante. Muchas veces no hay más que prestar un poco de atención a lo que ocurre en la mesa para detectar qué está pasando.

Una de las situaciones más típicas es la de la búsqueda de rol. A veces, en una familia, cuando nos sentamos a comer, cada uno tiene su papel. Los mayores mantienen una conversación, los niños más grandes participan...y los más pequeños lo intentan pero no siempre lo consiguen. Ahí se produce un momento peligroso. ¿Qué ocurre cuando en una familia que come reunida, en medio de una conversación animada, el más pequeño deja de comer? Todo se detiene. Alguien se dedica completamente al niño, tratando de que coma. Todo el mundo le mira y seguramente le dicen algo, incitándole a comer, comentándole cómo está la comida, incluso reprochándole el comportamiento. Es decir, se ha convertido en el protagonista de la mesa. Es un rol incómodo, desde el punto de vista de un adulto, pero desde el de un niño, tener a su madre encima, con atención exclusiva, vale la pena.

Este aspecto, sin embargo, es el más sencillo de controlar. Si el niño come tranquilo, hay que incluirlo en lo que pasa en la mesa y hacerle ver que, las personas que comen tranquilamente, participan en las conversaciones. Cuando lo haga se le presta toda la atención positiva que necesita y merece.

Por otra parte hay que controlar muy bien el asunto comida. Si nuestro niño ya está comiendo mal y es mayorcito, es buena idea hablar con él y explicarle por ejemplo: "mira, he estado pensando y me he dado cuenta de que tenemos un problema a la hora de comer, porque siempre acabamos enfadados y tú te pones muy triste. Como mamá no quiere verte así, a partir de ahora no vamos a pelear más." Esta información, al niño le ayudará a dar un primer paso para ir relajado a la mesa. DEsde luego, hay que cumplir lo prometido y empezar a olvidarse de regañinas, castigos o presiones para comer.

La estrategia debe comenzar por las raciones. Habitualmente, ofrecemos a los niños raciones mucho mayores de lo que realmente necesitan. En nuestro caso, comenzaremos a ofrecer a los niños que tienen problemas en la mesa, raciones muy muy muy pequeñas. Ridículamente pequeñas. Pongamos que tenemos lentejas. Al niño no le gustan. En un plato grande le colocaremos una cucharada de lentejas en el centro. Parecerá muy poco, y ese es el objetivo. Un niño que no come bien, solo de ver el plato lleno ya se agobia. No comentaremos NADA acerca de la cantidad de comida que le damos. No entraremos en debates acerca de la comida. No discutiremos antes de comer si le gusta o no, desviaremos su atención hacia otras cosas, como poner su plato favorito...Cuando se siente, con toda la familia, le ponemos el plato delante. Normalmente, se quedan perplejos ante la miniración. Y aquí hay dos teorías:

Según Carlos González en su libro "Mi niño no me come", si no lo come, al cabo de unos minutos prudenciales le preguntamos si ha terminado y pasamos al segundo plato, repitiendo el protocolo. No saltamos ningún plato, ni el postre y no comentamos nada si no se lo come. Eso si, no compensaremos lo no comido, con un vaso de leche, ni ningún otro alimento hasta que toque la siguiente comida y pongamos lo que toque.

En mi caso, he optado por una variante, porque mi hija se sostenía a base de fruta, flan, o de las meriendas y comidas de media mañana. Se saltaba los platos alegremente y su alimentación era muy limitada.

Así que yo utilizo un método intermedio.

Una vez ofrecida la miniración, les informo de que para pasar al siguiente plato hay que comerse el anterior: la miniración. Procuro además, que si el primer plato no es de su gusto (96% de probabilidades!!) el segundo le resulte más atractivo. Y cuando va pasando el tiempo y no lo come (muchas veces) le pregunto tranquilamente "¿has terminado?" cogiéndole el plato. Normalmente lo agarra y dice que no. A veces, es buena idea ofrecerse a ayudarles "¿te ayudo un poquito?" pero siempre asegurándonos de que les echamos un cable ( y un mimo) y no les forzamos con la cuchara, sino, lo habremos perdido todo.

Si se acaba el plato (fácil, si se pone se lo come en tres cucharadas), les preguntamos si quieren un poco más. Sorprendentemente, a veces dicen que si. Y les ponemos otra pizca. Esto se puede repetir algunas veces, pero recordando que tenemos segundo plato y si se llenan deberemos considerar que ya no tienen más hambre. Es mejor que lleguen a los dos platos. Vamos creando rutinas. Con el segundo plato, repetimos el proceso exactamente igual.

Y no comentamos nada. Ni qué bien, o cuánto has comido...nada que ligue nuestro estado de ánimo a lo que ellos consumen en la mesa. Esto es muy importante porque no enseñamos que comer o no comer tiene efectos de control sobre los demás, otorgando a la comida un peligroso poder que podría ser nefasto en el futuro. Es una de las bases de los trastornos alimenticios. Lo que sí se puede alabar es el comportamiento: "qué bien te has portado hoy en la mesa. No te has enfadado ni has llorado. Muy bien hecho."

Con este sistema, seguimos ofreciendo a los niños los diferentes alimentos que se comen en casa. Tratamos de que los vayan probando e incorporando. Y, aunque quizás coman poco de ellos, van aprendiendo a tolerarlos e incorporando sus sabores y sus texturas.

En cuanto a la cantidad, los niños comen lo mismo con este sistema. No es un método para que coman más. Es una forma de que coman mejor y de que su relación con la comida sea más sana. Y eso repercute directamente en el bienestar de toda la familia.

Espero que este post os sirva de ayuda. Me gustaría saber si alguna de vosotras ha vivido algo similar y tiene alguna otra idea acerca del tema.



lunes, 11 de junio de 2012

Con los ojos del corazón

Ultimamente me he dado cuento de algo curioso. Se trata de mi hija. Con sus ojos de luna negra, su nariz de botón y sus labios de corazón es evidentemente asiática. Preciosa como un sol y como no podía ser de otra manera, la niña más bonita del mundo para su madre.

Recuerdo cuando llegó. La miraba en su cuna, la miraba en el parque, la miraba en la silla...trataba de aprendérmela de memoria. Me resultaba exótica y diferente. Me llamaba la atención la forma de sus ojos, como pececillos sin cola. La manera en que sus labios se levantan. Su frente redonda, su piel morena... La observaba y la analizaba tratando de hacer míos esos rasgos distintos. La veía y veía su país de origen. Me recordaba a aquellas mujeres hermosas, de largas melenas y pómulos perfectos.

Dos años y medio después, de pronto, me he dado cuenta de algo. Cuando miro a mi hija solo veo una niña más. No soy capaz de ver nada exótico en sus rasgos. Cuando la observo, por alguna curiosa razón, se han borrado todos aquellos detalles que la hacían diferente. Se me ha vuelto tan mía que no soy capaz de reconocer aquello que me llamaba tanto la atención. Es tan intenso esto, que a veces, pregunto: ¿a tí te parece que a la niña se la han borrado los rasgos asiáticos? Y, curiosamente, la gente que nos quiere y que pasa tiempo con nosotros se queda pensando un momento y contesta: "pues ahora que lo dices...yo no la veo nada asiática". Y lo es, desde luego. Pero ¿qué ha ocurrido ahí para que ya no seamos conscientes de ello?

Antes, cuando entrábamos en un restaurante, por ejemplo y le gente nos miraba, yo siempre creía que estaban analizándonos porque éramos algo distintos, con un niño rubio y una niña asiática. Pero ahora, cuando entramos y nos miran, lo que mi viene a la cabeza es que nos falta la cabra y la escalera para ser un pequeño circo. Pero, por el ruido que hacen mis dos retoños a la hora de organizarse. (yo me pido esta silla, no me la he pedido yo, pues tú has llegado tarde, mamáaaaaa...¿os suena?) Se me ha olvidado que mi hija no nació de mí. Se me ha olvidado que no se parece a su padre o a su madre. Se me ha olvidado que, supuestamente, somos diferentes. Hasta tal punto que a veces, después de una de esas charlas de parque con otra madre desconocida hasta entonces, me preguntan "¿te estaba preguntando por la adopción?" Y yo, me sorprendo y digo. "qué va. Si no creo ni que se haya dado cuenta."

Se me ha olvidado porque mi hija ya es MIA. Definitivamente. Y ahora mis ojos, no la ven desde la pupila. La ven desde el corazón. Y ven que se ríe como mi hijo. Y que se enfada como yo (mmmssss). Y que es la niña de los ojos de su padre. ¿Que no se nos parece? Como dice siempre mi madre: "hija, no la habrás parido, pero es que es igualita que tú con su edad". Eso es lo que yo llamo, la increíble y maravillosa genética aérea. La que asegura y consolida, la formación del clan. No importa cómo seamos por fuera. Poco a poco nos iremos contagiando del aire de familia con que el amor común  nos cubre a todos.






jueves, 7 de junio de 2012

Niños robados. Vidas robadas.

Ayer, cosa extraña en mi, me quedé muy tarde viendo un reportaje de investigación acerca de las actividades de la monja imputada por el robo de niños para adopción en España. No hace tanto tiempo de aquello. Ya éramos un país con ganas de arrancar. Teníamos al naranjito en la pantalla del televisor, funcionábamos con la joven democracia que habíamos estrenado hacía poco, Felipe González ganaba las elecciones, ... No eran tiempos tan lejanos cuando ocurría todo aquello.

Vi todo el reportaje con el corazón estremecido. Analizando cada gesto, cada palabra de los implicados. Tratando de escudriñar detrás de los datos, de la información, de los triviales detalles que llenaban el tiempo del reportaje en algunos tramos.

Y al terminar, me quedé con una imagen. Con casi total seguridad, no la misma que habrá impactado a la mayoría de los espectadores, pero sí la que a todas nosotras nos habría resultado más cercana. El reportaje se centraba en la historia en concreto de una chica que, a través de un programa de tv, encontró a su madre biológica. Ella fue una de las niñas a la que Sor María entregó en adopción. Y, según el testimonio de la madre biológica, contra su voluntad, mediante amenazas y coacciones.

No quiero entrar ahora a analizar el terrible drama que supone ver cómo te arrebatan a un hijo. Como madre, ese desgarro me he hace evidente con solo imaginarlo un instante. Me retuerce las entrañas y me hace comprender bien ese dolor y esa angustia.

Pero la imagen que a mi se me ha quedado pegada es otra. En el programa, cuando la hija y la madre biológica se encuentran, análisis genético de por medio, se produce una escena muy conmovedora y de gran intensidad. La madre y la hija biológicas se abrazan, el padre adoptivo las arropa a las dos entre sus brazos y todos lloran emocionados, embargados de alegría y agradecimiento. Las hermanas biológicas entran entonces en el plató y se suman a la emoción general, abrazando a su recién encontrada hermana biológica.

Y allí, en primera fila del público, con una expresión desolada en el rostro, se limpia las lágrimas sola, la madre adoptiva. Ella no llora entre sonrisas. No se levanta a celebrar, ni se abraza extasiada con los desconocidos que acaban de entran en su vida. Ella contempla la escena y llora discretamente, con los ojos llenos de pena. A su alrededor la vida parecía detenerse.

Me quedé con su rostro y su mirada preguntándome tantas cosas, imaginando tantas otras...Esperaba la frase que nunca llegó a pronunciarse en ese momento: "me alegro de haber conocido al fin a mi madre biológica pero mi madre es ella y nadie podrá sustituirla". O algo similar. Algo que diera a esa mujer el lugar que en justicia le correspondería.

Poco después, un psiquiatra comentaba como al desgaire: "lo biológico pesa".

Desconozco las circunstancias concretas de esta familia. La chica vivía con su padre desde que el matrimonio se separó. Quizá su relación con su madre adoptiva no fuera buena. Quizá fuera la decepción en esa relación la que la empujó a buscar una madre "mejor"...No lo sé.

Pero esta situación, unida a la de tantos hijos adoptados que emprenden la búsqueda desesperada de sus padres biológicos ponen en marcha en mi cabeza todas esas dudas y temores que acompañan en muchos casos la maternidad adoptiva. Sabemos que no todos los adultos que fueron adoptados tienen el impulso de buscar sus orígenes biológicos. Y también que entre los que sí lo hacen, no siempre se busca una nueva madre o padre, sino conocer el origen de su propia existencia, responder a algunas preguntas quizás. Pero también sabemos que en muchas ocasiones, los hijos adoptados emprenden un camino sin retorno hacia una nueva realidad.

Cuando adoptamos, de forma consciente y realista, sabíamos que debíamos convivir con la presencia de una historia anterior a nosotros en la vida de nuestros hijos. Una historia que, a lo largo de sus vidas, reaparecerá y desaparecerá de forma recurrente, presentándose en forma de preguntas, de dudas, de miedo, de rabia, de decepción...Sabemos que deberemos estar ahí siempre, acompañando, comprendiendo, consolando.

Pero ¿qué ocurre en esos casos en que, de pronto, la presencia del hecho biológico adquiere un peso y una envergadura tan grande como en el que comentaba más arriba?

Cuando empezamos el camino de la adopción, pensaba que el amor puede con todo. Pero con el paso del tiempo, creo que a veces, no es suficiente. Igual que hay heridas que nuestro amor no puede curar, quizás haya dolores, ausencias o huecos que todo el cariño del mundo no puedan remediar. Y la pregunta es ¿somos lo bastante fuertes como para compartir a nuestros hijos a ese nivel? ¿para ver que nuestro rol de padres adoptivos se cuestiona y pierde valor frente al "peso de lo biológico"? En el caso ideal, soñamos con que nuestros hijos no sentirán la necesidad de conocer su origen biológico. O en el caso de que lo hagan, sea desde una perspectiva distante, buscando respuestas a sus dudas, no el afecto o la relación con unos padres imaginados que nunca han castigado, reñido o censurado y mantienen abiertas así las posibilidades ideales de unos padres a medida.

Porque también me imagino ahora, cómo será la relación de esa chica que encontró a su madre biológica con ella y con su madre adoptiva. Su relación será de adultas. La madre biológica se aprenderá a su hija como es; una mujer adulta, responsable de sus propias decisiones, definida y formada. No tendrá la responsabilidad de hacer de ella una persona competente, capaz de abrirse paso por la vida y de buscar su felicidad. Será una relación adulta. Y eso eliminará seguramente las fricciones más comunes en la relación materno-filial. La invitarán a los cumpleaños, conocerá a sobrinos y primos, irá de compras con sus hermanas...Será como encajar en la familia de un novio, de un marido... Sin control, sin exigencias, quizás.

Y frente a eso, estará la relación de la chica con su madre biológica. La que la acompaño en sus noches de fiebre, la que la llevaba a las actividades extraescolares y le enseñó las tablas de multiplicar. La que la esperaba levantada cuando, adolescente, llegaba tarde a casa. La que la castigaba por fumar y la reñía cuando hacía pellas. La mujer que, en algún momento, se alejó de su hija quién sabe porqué razones.

Me pregunto si todo lo que se construye en una vida en común, con la inmensa entrega que supone ser madre, las incontables horas y minutos compartidos, el amor... se queda pequeño cuando, en algún lugar del camino surgen los problemas. Tan pequeño como para ser sustituido o apartado. Tan liviano frente al "peso de lo biológico".

Cuando llegue el momento, mi hija preguntará más. Y sus dudas serán más certeras, más ávidas, más necesitadas de respuestas exactas. Nuestra promesa es acompañarla también en ese camino. Nuestro deseo, llegar cogidas fuertes de la mano, al final de las dudas. Nuestro sueño, que nadie pueda sustituirnos nunca en el corazón de nuestra hija.

miércoles, 6 de junio de 2012

Para mi Flor de Luna

Hoy me dirijo a tí, mi niña del alma. Te hablo en público para hacer volar mis palabras y darles alas. Porque hablo de mil cosas de la vida cotidiana, de lo que creas con tu fuerza y tu presencia, y sin embargo...Sin embargo nunca te he escrito cuánto te quiero. No le he puesto palabras dibujadas a estos sentimientos que me embargan. Porque me arrastra la vida y me sumerjo en el deber olvidando a veces el querer. Porque me quedo pequeña a veces ante el peso que a menudo nos echa encima la vida. Porque se me agota la energía y me quedo en el camino hacia tí sin llevarte en las manos, evidente, el amor que siento por tí. Y de pronto, cuando de nuevo algo ocurre en este devenir nuestro, siempre convulso, siempre alerta, me quedo suspendida en un pulso, contando los segundos sumergida en el miedo. Y te veo tan chiquita, con tus ojos de noche y tu nariz diminuta; tu sonrisa de pilla y tus idioma personal, con tu media lengua y tu mirada larga, larga, que traduce mi alma y la reescribe de nuevo. Tan pequeña y tan grande. Hoy, mi amor, te escribo mi amor en el aire, y me duelen las ganas de abrazarte enseguida y de saberte segura de nuevo.
Mi niña de luna, mi flor de luz. Te quiero Aigul. Te quiero y nunca te lo diré lo bastante alto, lo suficientemente fuerte.

viernes, 1 de junio de 2012

El lenguaje en los medios de comunicación y la adopción.

Recurrentemente me ocurre algo que seguramente, resultará familiar a las madres adoptantes. De la forma más inesperada, subrepticiamente y si aviso previo, desde cualquier programa de televisión, radio o en forma de letra escrita en la prensa, nos encontramos con el tema de la adopción. Quizá se trata de una trama secundaria en el culebrón más popular de la TVE, quizá estamos leyendo acerca del tema de actualidad de los niños robados en España, quizá en la radio comentan alguna situación, o estamos frente a un programa de testimonios en los que alguien bucea en sus orígenes haciendo de ello un espectáculo público.

La cuestión es que en todos los casos, inevitablemente, nos encontramos con una descripción del hecho en el que tenemos que escuchar hablar de "la verdadera madre" o "los verdaderos padres" de las personas adoptadas. Es algo que se repite cada vez que en los medios se tiene que hablar de este tema.

Este asunto, a primeras luces quizás trivial, no lo es de ninguna manera. Y tiene además muchos matices que debemos repasar. Por una parte, los medios de comunicación de masas son los responsables de alimentar y mantener un lenguaje que hace ecahar raíces a determinados conceptos en el ideario común. Este poder es algo fehaciente y de sobra conocido. Por ello, en cada medio existen o deberían existir, libros de estilo que recogen estos matices y los regulan recogiendo las formas políticamente correctas de expresión, las que propician el respeto. Lo que ocurre, es que la realidad hace que lo que nuestros oídos y ojos reciben, no siempre está escrito por personas razonablemente preparadas, sensibles o políticamente correctas. Y de esta forma, se perpetúa una determinada forma social de pensar. Y además, en los últimos tiempos, vivimos una etapa de "todo vale" en los medios de comunicación de masas, penoso y vergonzante.

Sin en un artículo de un diario se lee la expresión "verdadera madre" se está regando abundantemente la semilla de la idea de que madre solo es la que pare. Y padre, el que engendra. Un terrible error.

Porque además, la connotación es muy clara. Frente a la expresión verdadera madre, tenemos el antónimo equivalente que sería falsa madre. O sea ¿madres adoptivas?. Evidentemente eso es incorrecto.

En Español la forma correcta de hablar del tema es "madre biológica o padre biológico". Por mucho que no me guste el término, porque sigue dándole a la expresión todo el peso y el valor inmenso de la palabra madre o padre, es correcto, puesto que se refiere a la concepción, embarazo y parto posterior y en biología se usa para definir ese acto. Utilizar esa expresión delimita la diferencia que las familias adoptantes tenemos sin implicar de forma tan grosera e insultante, una notable inclinación hacia la importancia de parir frente a la de criar.

En este sentido, escuchamos también otra expresión de dramática implicación: "la mujer que me crió". Esto es increíblemente común en los ámbitos que comentaba al principio. Se habla de las verdaderas madres, y con suerte, se agradece el cariño con el que trataron a los niños o niñas, las mujeres que les criaron. Suena como algo meramente práctico. Totalmente alejado de lo que la maternidad significa. Convierte a las madres y padres adoptantes en una especie de agentes cuidadores. Qué triste.

Ser Madre no es parir. Eso es dar a luz a un niño. A partir de ese hecho biológico falta un paso más para convertirse en Madre: hacerse responsable de ese niño. Si esto no se produce, desde mi punto de vista, no se es madre. Se ha parido, pero no hay un vínculo que ligue a esas dos personas. Yo, a mis niños y cuando tengo que explicarlo a niños, suelo decirles que para ser madre hay que apuntarse. A veces se hace después de dar a luz a un niño y otras veces, sin haberlo hecho. Y lo entienden de primera. ¿no es sencillo?

Pues, sin embargo, a nivel general, se sigue dando una brutal importancia al hecho biológico. Una importancia que sobrevive mantenida por formas de expresión arcaicas que no evolucionan al ritmo de los tiempos y perpetúan la diferencia creando además la sensación de que la familia adoptiva no es verdadera. No al menos con la envergadura que se atribuye a la biológica.

Eliminar este tipo de lenguaje público es fundamental en el camino a la igualdad que, de momento, nos está vedada en muchos sentidos. No lo consintamos: hagamos notar el error y quizá poco a poco consigamos algo.

Yo, de momento, trataré de hacer llegar mi queja a donde corresponda.

Para nosotras, verdaderas madres de nuestros hijos, no hay mayor falacia que la de otorgar el maravilloso título de madre a personas ajenas desde hace mucho tiempo a la vida de nuestros hijos.









lunes, 21 de mayo de 2012

En este preciso instante...: Conocer para asumir;

http://alotroladodelhilorojo.blogspot.com.es/

Conocer para asumir;

Mercedes, en su estupendo blog "al otro lado del hilo rojo" ha puesto sobre la mesa una cuestión de peso en el tema de la adopción. En este caso, no me hace falta el apellido "internacional" porque el tema se puede aplicar a todos los tipos de adopción que existen en España. Se trata de los aspectos especiales que la maternidad adoptiva lleva consigo. Y no se trata en esta ocasión, de volver a la diferencia esencial del origen no-biológico de nuestro vínculo.

Cuando emprendemos la adopción, cada uno se prepara como puede. Algunos nos sumergimos en la investigación y aprendizaje de todo lo relacionado con el tema. Leemos sobre apego, lengua materna, vacunas,  retraso psicomotor y otros temas. Navegamos por internet, nos apuntamos a cursos de padres preadoptantes...Otras familias se ponen en manos de su instinto, de su sentido práctico, de sus recursos personales. Otras simplemente, deciden que es lo mismo que parir pero sin contracciones. Cada uno de nosotros, en fin, recorre el camino a sus hijos en su particular vehículo.

Sin embargo, creo que sólamente una minoría, muy pequeña realmente, conoce de verdad profundamente los entresijos de la adopción.

En las administraciones correspondientes se dedica una considerable cantidad de energía y recursos a analizar a las familias y sus posibilidades. En algunas, incluso, se imparten cursos de preparación a la adopción. Los padres que esperan, suelen acudir a ellos con su ilusión y sus espectativas relucientes, ávidos de cualquier información que les haga sentirse más cerca de sus aún desconocidos hijos. En los cursos, si son completitos, se suelen mostrar situaciones difíciles a las que los posibles padres podrían tener que enfrentarse en el futuro. Situaciones en las que otras familias, las de los ejemplos, se tienen que medir con conflictos difíciles, circunstancias complicadas y algunos casos realmente terribles. Pero todo esto se presenta como realidades poco probables. Un poco, como las terribles amenazas que uno lee cuando firma un consentimiento informado en una intervención médica. En realidad, los padres nos sentimos fuertes y confiados en esos momentos. Capaces en enfrentar cualquier eventualidad pero seguros de que esos casos, poco frecuentes seguramente, nunca nos tocarán a nosotros.

La realidad es otra. La adopción, especialmente la internacional conlleva asociados una serie de riesgos muy elevados. Saberlo, es necesario para adoptar. Asumirlos, creerlos y estar preparado para enfrentarlo es imprescindible.

Noticias de niños devueltos saltan de vez en cuando a la palestra informativa dando muestra clara de que el fracaso de un proceso adoptivo es una realidad posible contra la que hay que trabajar desde mucho antes de que los niños lleguen a casa:


"Tras conocerse el abandono de 77 niños adoptados en Cataluña durante los últimos diez años, el secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad, Juan Manuel Moreno, afirmó hoy que el Gobierno, a través de la Dirección General de Familia e Infancia, se reunirá con los responsables autonómicos con el objetivo de «estudiar, valorar e intentar mejorar los procedimientos de adopción que se han dado en Cataluña que nos parecen alarmantes"
El 66,7 por ciento de los menores de edad devueltos a un centro residencial de acción educativa (Crae) supera los 10 años; el 23,7% tiene entre 6 y 10 ,y dos de ellos no alcanzan los dos años. Del total de infantes abandonados, un 63% proviene de adopciones internacionales."
Es tremendo, porque detrás de cada uno de estos números hay un niño que sufre un doble desamparo, un doble abandono y una familia destrozada, con sus ilusiones y su vida rota por este fracaso.
 ¿Porqué ocurren estas cosas? Porque ni el certificado de idoneidad más exhaustivo puede predecir cómo evolucionarán las relaciones entre los diferentes miembros de las nuevas familias. Ni si serán capaces de afrontar con éxito las situaciones difíciles si llegan. 
Y aunque la vida es improgramable, si considero esencial realizar un atento y cuidadoso recorrido por la realidad de los riesgos que implica la adopción antes de emprender la aventura. 
Todos hemos escuchado hablar de la maleta. El bagaje personal que el abandono produce en nuestros niños. Pero se tiende a pensar que esta maleta es liviana o incluso inexistente cuando los niños son muy pequeños. Esto no es cierto. Los primeros momentos de vida de un bebé son definitorios en su historia personal. La forma en que llegamos al mundo, como somos acogidos y cuidados en los primeros momentos, en las primeras semanas de vida, son fundamentales en nuestro desarrollo.

Los niños que nacen sin amor esperando, permanecen en la soledad de la falta de cariño en los momentos más delicados de su vida. Si sufren un abandono hospitalario, serán atendidos en sus necesidades médicas o físicas, pero difícilmente serán mecidos, consolados o abrazados. En estas condiciones, solo los más fuertes salen adelante sin caer en el espectro autista o sin taras emocionales importantes. Los más frágiles, pueden incluso fallecer.

La deprivación afectiva que continua después, la vida en institucionalización, la despersonalización que sufren...todo eso que mencionaré someramente van dejando también su huella. De nuevo, los temperamentos más fuertes saldrán adelante con menos heridas. Pero menos, no significa ninguna.

No me extenderé acerca de la debacle personal que el abandono produce en los niños. Ya lo he tratado anteriormente. Pero quisiera incidir en que raramente los pequeños salen indemnes de esta situación.

Pero además, hay otros aspectos fundamentales que también hay que valorar. Los embarazos de nuestros hijos se convierten en la mayor parte de los casos, en un tiempo de riesgo muy elevado. Procedentes de situaciones cuando menos complicadas, los embarazos no suelen ser controlados, no son mimados como el preludio de lo que será un nacimiento feliz y los cuidados prenatales pueden ser inexistentes. Y en esas circunstancias, el nacimiento se convierte en una prueba de fuego para la salud de los niños. En los mejores casos, si nacen en el hospital, tendrán al menos los cuidados postnatales básicos. En el resto, llegarán al mundo en condiciones no muy favorables para su salud.

En algunos paises, el consumo de alcohol está íntimamente relacionado con la pobreza. El estrato fundamental del que proceden los niños que llenan los orfanatos. Esta ingesta, en muchas ocasiones se mantiene durante el embarazo. Las consecuencias pueden ser devastadoras para el desarrollo neuronal de los niños. La morbilidad en estos paises es muy elevada además. La prostitución, la miseria y todas las tristezas que a veces asolan a los paises más desfavorecidos y sus habitantes. No hay más que echar un vistazo a los informes de UNICEF para entender la envergadura del problema.

Después, una vez sometidos al abandono o a la institucionalización sobrevenida por diferentes causas (maltrato, desamparo...), la malnutrición, la ausencia de programas de vacunación adecuados y otros temas, la vida sigue siendo terriblemente difícil, peligrosa y aterradora para los niños.

Me doy cuenta de que el panorama que planteo es desolador. Pero es real. Cuando adoptamos, debemos conocer muy bien cuál es el panorama real de lo que estamos acometiendo. No sirven como referencia las historias de princesitas chinas, o muñequitas rusas para emprender este reto. Conocer la realidad es el primer paso para prepararse bien. O para al menos, ser consecuente con nuestra capacidad.

Una vez, una madre adoptante que había culminado hacía tiempo su proceso me dijo que en los foros, la mayoría de las madres nos equivocábamos, porque adoptábamos llevadas por el corazón. Decía que a adoptar, había que ir con la cabeza, que era un proceso burocrático y que el romanticismo con el que lo vivíamos era un error que podía costarnos caro. El corazón, decía, había que dejarlo para después.

En aquel momento me sonó muy duro. Yo viví mi adopción de forma emocional. Sintiéndolo en plena carne y sufriéndola así. Pero creo que tiene toda la razón. Aunque pienso que el corazón debe ser el que lleve la delantera y marque el rumbo, la cabeza tiene que ser la que lleve siempre el timón. Nuestros hijos merecen padres capaces. Personas con las herramientas necesarias para acogerles, para ayudarles y para luchar por ellos si llega el caso. Y llega en más ocasiones de las que se supone.

En mi periplo como madre adoptante he conocido muchas familias con dificultades a posteriori. Por supuesto, no son todas, ni todas las situaciones son graves. Pero son muchas.

Los problemas de salud no son infrecuentes. Algunos leves, los famosos "recuperables en España", pero otro no. Hay problemas graves que afectarán a los niños toda la vida, situaciones psicológicas de difícil resolución... Muchos niños no llegarán nunca a normalizarse por completo y necesitarán acompañamiento constante.

Desde luego, nadie puede pretender estar a salvo de los avatares de la vida. Nadie puede controlar el futuro ni la vida de sus hijos. No se escoge lo que el porvenir te depara. Ni podemos soñar siquiera con lograr para nuestros hijos una vida segura, sin enfermedades, ni peligros. Pero es muy importante, en el caso de la adopción, saber qué riesgos implica y, en según qué circunstancias, qué capacidad de afrontar tenemos.

Saber con qué contamos es fundamental: apoyo familiar real, capacidad económica suficiente para ofrecer apoyo psicológico, médicos especiales, colegios especiales sin llegara el caso, es importante. Después de analizado esto, sabremos cuál es nuestra realidad.


Una vez analizado y asumido este tema, adoptar es como cualquier otra cuestión importante en la vida. Conocer los riesgos nos puede impulsar adelante, o paralizarnos. Pero hay que ser consecuente y reflexionar.

Después, cuando nuestros hijos lo sean al fin, lo que la vida nos traiga será eso; nuestro. Si nos toca pelear más que a otras familias, si encontramos más escalones en nuestro camino...bueno, la vida decide. Como padres, deberemos asumir con valentía y con fuerza lo que sea.  Las heridas hay que curarlas poco a poco. Algunas cerrarán por completo. Otras quizá no. Algunas cicatrices vivirán para siempre con nosotros. Otras se borrarán a base a amor y de paciencia.

Nuestros hijos merecen padres fuertes, que peleen por ellos y estén dispuestos a levantarse cada día de la cama preparados, no para ser los padres que soñaron, sino los padres que sus hijos necesitan.

Hay muchas familias adoptivas en las que todo transcurre de forma suave y sencilla. Muchas. Pero hay muchas otras también que cada día se enfrentan a todos los dolores que un hijo con problemas lleva consigo. Familias que descubren un día que la familia de sus sueños ha cambiado y tienen que asumir la nueva situación. Cuando esto ocurre en una familia biológica, es muy duro. Pero cuando lo hace en una familia adoptiva, puede serlo más aún porque se enfrentan a más retos, son más observadas, y encuentran más dificultades para afrontar los problemas.

Para ellas y para las que algún día se sientan flaquear es este post.

jueves, 17 de mayo de 2012

Seguimientos. Familias bajo sospecha.

Vuelvo de nuevo a abordar el tema de los seguimientos. Supongo que esta será una constante en mi vida como madre adoptante. Pero es que el tema es inagotable.

Ahora comienza a haber un movimiento generalizado de familias que sienten y padecen los inconvenientes que los seguimientos post-adopción generan. Y de nuevo, se me revuelve la inquietud que el tema me produce.

Cuando firmamos los compromisos de seguimiento lo hicimos, como tantas otras cosas, con la vista puesta única y exclusivamente en el objetivo de llegar a nuestros hijos como fuera. Sorteando las mil y una trabas que la administración nos ponía aquí y allí. Nunca, me atrevo a suponer, nos paramos a pensar qué supondría a lo largo de la vida, este compromiso adquirido tan a la ligera, sin reflexión previa y sin datos concretos. En mi caso, pensé que realmente no tendría importancia alguna ya que no temía en ningún sentido una inspección, segura de que todo iría bien en casa. Sólo pensaba en que era lo que había que hacer, lo que había que asumir. Y firmamos, como todos.

Sin embargo con el paso del tiempo, este seguimiento se ha convertido para mí en un escollo que me cuesta superar cada año. No hay nada que ocultar ni que temer, y a pesar de todo, la incomodidad que me produce esta inspección anual me llena de impotencia de forma recurrente. Y me pregunto muchas cosas.

Mi primera pregunta se refiere a la profundidad, el método, y lo prolijo en detalles de estos informes. Parecen más nuevos informes de idoneidad que simples seguimientos. Nos solicitan informes médicos y del colegio, visitan nuestras casas, hablan con los niños, comprueban su comportamiento y preguntan acerca de aspectos de su vida y de la nuestra. A mí, después, me queda una terrible sensación de vulneración de mi intimidad y sobre todo, de la de mi hija. ¿dónde queda nuestro derecho a la intimidad? ¿porqué debería nadie conocer la marcha en el colegio de nuestros niños, o su estado de salud? ¿o si come bien o mal, tiene rabietas o se pelea con su hermano?

Comprendo perfecta y totalmente la necesidad de comprobar que las familias adoptivas se han constituído correctamente. Lo comprendo y lo comparto. Conozco bien las dificultades por las que las familias pueden pasar hasta convertirse y funcionar de forma real como familias sólidas. Lo he visto infinitas veces y creo que es lo más habitual. Por eso, me parece normal, correcto y adecuado, que exista un control post-adoptivo que asegure que las cosas funcionan, que los niños están integrados, son amados y protegidos.

Pero este control no puede ser mantenido de por vida. En mucho países se firma un seguimiento hasta los dieciocho años y ahí es donde yo encuentro el verdadero problema.

Una vez demostrado que las familias funcionan, que la adopción se ha realizado con éxito, sobra toda injerencia ajena. Me es indiferente el interés que podamos suscitar a los países de origen. Si los niños proceden de naciones en las que el control sobre los ciudadanos pasa por encima de las libertades civiles, ahora son españoles, y deben disfrutar del derecho que todos los españoles tenemos a nuestra propia intimidad. En nuestro país, las familias no son vigiladas de oficio. Debe existir una causa que motive el seguimiento constante de una familia. Pongamos por ejemplo, una madre que tiene trillizos. Es evidentemente una situación difícil que podría provocar conflictos o problemas. Sin embargo, no se establece que cada familia que tenga más de un bebé en el parto, deba realizar un seguimiento anual. Para controlar y proteger a los menores existen mecanismos más sutiles y menos invasivos: los colegios, los pediatras y el entorno son los encargados de dar la voz de alarma cuando realmente hay algo que vigilar o atender.

Entonces ¿porqué a nosotros se nos mantiene en una situación de permanente control? Comprendo que desde los países de origen se exijan estos requisitos. No solemos traer a nuestros hijos de modelos de democracia. Pero en España las cosas funcionan de otra manera y nuestros hijos son españoles. ¿somos familias bajo sospecha? ¿es que nuestros hijos no acaban de ser españoles del todo? ¿tienen los paises de origen derechos sobre ellos? Me parece improbable, porque incluso en los casos en que los paises mantienen la doble nacionalidad, si en España no está reconocida ésta por un convenio internacional, a nuestros efectos los niños son sólo españoles.

También me sorprende que las autoridades españolas consientan este flujo de información desde España hacia otros países, exhibiendo la vida privada de sus ciudadanos de esta manera y por tanto tiempo. Para mí, pasado un tiempo, el seguimiento ya no tiene sentido en cuanto a protección de menor, y se convierte en un control de la vida familiar por un país al que no le debemos rendir cuentas. Adoptamos allí, si. Y respetamos el origen de nuestros hijos. Lo cuidamos con respeto para que nuestros hijos puedan mirar atrás sin miedo y con orgullo. Pero eso no implica que debamos seguir vinculados a ellos permanentemente.

Por otra parte, no en todas partes los seguimientos se realizan de la misma manera. En algunas comunidades, la sensibilidad de los funcionarios permite que el contacto anual se realice de forma sutil y discreta. Sin que los niños sean conscientes del examen. Pero, lamentablemente, no siempre es así. Es más, no es lo más frecuente. Y ahí entra en juego otro importante aspecto de la cuestión:

¿Cómo van a vivir nuestros hijos sabiendo que cada año debemos rendir cuentas de nuestra gestión parental a la administración y más aún, a sus países de origen? Cuando sean conscientes perfectamente de lo que esto significa ¿cómo podrán asumir que son nuestros hijos sin matices igual que sus hermanos biológicos, por ejemplo, si cada año nos enfrentaremos a este examen? Da igual lo que digamos o lo que expliquemos. Ninguno de sus amigos tendrá que pasarlo, y ellos tendrán que perder un día de colegio, dar explicaciones o mentir acerca del motivo y ponerse delante de un extraño para que vea que seguimos juntos, que podemos hacerlo. Y de esto se decuce  ¿es que podemos hacerlo mal y perderlos? ¿es que NUNCA seremos lo bastante buenos como para continuar solos? Imaginar qué podría poner en la cabeza de nuestros hijos de diez o más años esta situación da, como mínimo, miedo.

Y todo esto, sin entrar aún en que, al parecer, estamos sometidos también, a los cambios de exigencias respecto a los seguimientos, que los países de origen quieran realizar. Esto es algo, como mínimo, sorprendente. De pronto, años después de haber adoptado, nos exigen traducciones juradas en traductores específicos, especifican qué quieren ver, cuántas fotos y en qué papel... Y nosotros, al parecer, tenemos que acatar y cumplir. Y mi pregunta es: ¿cuál es el tope? ¿cuál será el punto máximo de exigencias que debamos ir asumiendo? Quizás, más adelante, consideren que lo más adecuado es viajar una vez al año a las embajadas para que realicen unos test a nuestros niños. ¿deberemos aceptar y callar? Seguramente no. Pero entonces ¿desde dónde hasta dónde nos protege nuestro sistema?

Y, por último, me referiré a los casos aún más asfixiantes, de los seguimientos de pago. Un sistema que lacra a las familias con un sobresfuerzo económico anual que, en ocasiones, se puede convertir en un verdadero problema doméstico. ¿Es esto en el interés superior del menor? Nadie nos avisó de que para tener a nuestros hijos tendríamos que mantener una capacidad adquisitiva que permitiera estos gastos anuales. Cuando las familias tienen más de un hijo en esta situación, los gastos se convierten en un dispendio difícil de asumir. Y más, con la coyuntura actual.

Cuando adoptamos, nos dijeron que seríamos familias corrientes. Nuestra legislación nos reconoce como familias normales en obligaciones y derechos. Cobramos la baja por maternidad, las deducciones por hijo, las ayudas a la maternidad...Contribuimos como el resto de los padres y madres de este país, cumplimos los compromisos que todos los padres adquirimos al serlo...¿Porqué entonces? ¿Porqué?

Cada año, las mismas preguntas.


viernes, 3 de febrero de 2012

Alas de mariposa...

La vida nunca será lo mismo. Sabemos que vivir es morir un poco cada día, y que decir adios es el precio que pagamos por existir. Pero ¿quién nos prepara para decir adios cuando aún no es momento? Hoy todo ha cambiado para siempre. Envejecer es caminar más despacio, cargados con las penas de todos los dolores padecidos en la vida, de todas la ausencias y todos los adioses; y descubrir que la vida es efímera, que las cosas malas ocurren y que la injusticia está instalada, agazapada detrás de cualquier esquina esperando para sorprendernos cuando menos la esperamos. Hoy mi carga se ha vuelto mucho, mucho más pesada.
Este blog se paró hace algún tiempo, breve o muy largo quien sabe. Se paró cuando una amiga comenzó su batalla contra el tiempo, defendiendo a su pequeña contra demonios sin piedad, presentando una batalla sin cuartel contra el enemigo que de pronto se volvió parte de sus vidas. ¿Cómo seguir adelante, hablando de berrinches, de enfados, de malas noches ? ¿Cómo, si ya todo parecía insignificante frente a lo que estaba pasando?
Mónica fue siempre parte indispensable de este blog. Siempre estuvo ligada a cualquier comentario, a cualquier post. Con su experiencia, sus consejos llenos de humor y de amor ha sido una invitada de honor.
Y para mi, desde hace ya tres años, una amiga incorpórea, una compañera en la distancia que me alentó en los momentos de miedo, me impulsó en los de cansancio, me escuchó en los de tristeza, me animó en los de desaliento... Me envolví en su ropa cuando busqué a mi hija en Kazajstán, y en sus palabras cuando esperaba el juicio. Me acurruqué en sus consejos y en su experiencia cuando las cosas no fueron fáciles. Y la sentí como una mano siempre tendida. Con su visión de la vida positiva, fuerte y alegre llenaba de luz todas nuestras conversaciones. ¿Cómo no quererla aún sin habernos visto nunca?

Y a través de su voz, fui viendo crecer a sus niñas. Su vida, su faro, su alegría. Su razón de ser. Ella, como yo, que lloraba imaginando cuando se fueran de casa al crecer... Sus niñas han sido un poco mías también durante estos tres años. Por eso, estoy aquí, a tres mil kilómetros, suspendida en este vacío que aún no puedo dotar de realidad, que no me puedo creer, que no asumo del todo.

La batalla ha terminado. La vida ha sido derrotada, una vez más. Y la pequeña valiente, "fuerza de roca, nombre de valle, alas de mariposa" ha emprendido el vuelo. ¿Cómo seguir adelante ahora? ¿Cómo ayudar a esa madre ahora? ¿cómo volver a sentir como antes?

Querida niña...imposible olvidarte. Vivirás para siempre en la risa de tu hermana, en los ojos de tu padre, en el pelo de tu madre...En cada brisa de verano, en los juegos en el parque, en esa Dora La Exploradora que tanto te gustaba...En esas calles que estarán mudas sin tu presencia. En las miradas de tus compañeros de cole. En el corazón de todos los que te quieren. Y en tu madre, que vivirá por tí, como siempre hizo y como ahora, tendrá que volver a hacer.