miércoles, 4 de mayo de 2011

El hijo soñado

La adopción, como cualquier otra vía para la maternidad, empieza por un deseo. Un sentimiento que será el motor que impulse todo el proceso. Se podría creer, a primer pensamiento, que este deseo es evidentemente, el de ser madre. Pero no. El uiverso emocional humano, en su amplitud, se refleja también en este tema. A veces, otros deseos se imponen: el deseo de ser perpetuado, el de sentirse arropado en la vejez, el de dar un hermano o hermana a otro hijo, el de tener alguien que herede los bienes, el de consolidar una pareja, el de integrarse en el ámbito de las familias con hijos... El espectro es inmenso.

Pero ¿son todos estos deseos los más idóneos para poner en marcha una adopción? O más aún, ¿para tener un hijo? Evidentemente, este es un tema que corresponde a los más profundos e íntimos de los recodos del pensamiento de cada familia. Sin embargo, este es uno de los temas más importantes a la hora de conseguir el anhelado certificado de idoneidad.

Aunque, realmente, no son muchos los casos de expedientes rechazados en España, este es uno de los motivos que a veces concurren en la denegación de la idoneidad.

Dejando de lado otras consideraciones, creo que la búsqueda de un hijo, a través de cualquier vía, debe tener de forma clara y nítida un sentimiento guía: el amor por un hijo que aún no está. Los niños no pueden llegar a nosotros a cubrir nuestros huecos, en ningún sentido. Los niños no son pegamento para las parejas, no son enfermeros de nuestras senilidad futura, no son los responsables de perpetuar nuestro apellido. Los niños son personas independientes de nuestra propia entidad, que crecerán libres y forjarán su propio destino. Y nosotros, caminaremos a su lado, llevándoles la mochila que la vida les de, ayudándoles a conseguirlo.

Todo esto, viene a colación de un tema que me parece fundamental y que siempre debería reflexionarse con detenimiento antes de llegar a la adopción. Se trata de definir con toda claridad y honestidad, ante nosotros mismos, cuál es realmente nuestro deseo al adoptar. Y ya no me refiero a lo que acabo de mencionar, sino más bien a lo que se refiere a nuestra idea personal de maternidad o paterninad. ¿A quién estamos esperando?

Cuando comenzamos la adopción, todos tenemos una idea más o menos clara en este sentido. La mayoría de los padres persiguen el sueño de un bebé. Muchos de ellos, tienen ya decidido el sexo que esperan que tenga. Otros sin embargo, buscan un niño mayor.

Pero cuando el camino empieza, la inestabilidad de los procesos lleva a veces a situaciones en las que todo deseo, toda decisión en este sentido, quedan relegadas al cajón de las cosas sin importancia. Cuando el proceso se vuelve incierto, cuando las familias que esperan comienzan a temer que sus expedientes se encontrarán con el cierre repentino del pais de destino, o un cambio inesperado en los requisitos que les dejaría fuera, o van viendo como el tiempo se estira haciendo que sus edades rocen los límites máximos permitidos...la prioridad se va volviendo llegar a los niños, sin edades, sin sexos...

En principio, este es el punto de partida más saludable y probablemente más generoso que se podría tener desde el inicio. Adoptar un ser humano, independientemente de su sexo, raza o edad.

La adopción no puede ser un mercado creado a la medida de los padres necesitados. No está, ni debería estar nunca, creada para satisfacer las demandas de los adultos. La adopción es una vía de encuentro entre dos necesidades. Es un camino creado para recorrer a medias, ofreciéndonos y recibiendo.


Y sin embargo, hay algo muy importante que las personas que emprenden este camino deberían tener muy en cuenta. Cuando el deseo de tener un hijo está muy focalizado en algo concreto, hay que reflexionar muy bien sobre qué es lo que nos mueve, y qué profundidad tiene este deseo.

Iré al grano.

"Siempre deseé tener un bebé. Me imaginaba meciéndole, acariciando esos pequeños piececitos, dándole el biberón, paseándole en su carrito... Pero cuando por fin, después de una interminable espera, me llegó el momento, me asignaron un niño de casi tres años. Ni me lo pensé. Tenía demasiado miedo de que las cosas se truncaran como para poner pegas. Cuando lo conocí, me pareció un niño maravilloso. Y ya en casa, todo el munco coincidía en lo afortunda que era de tenerlo. Sin embargo, reconozco que durante mucho tiempo, me costó sentirlo como mío. Y creo que la mayor barrera ha sido la pena que me ha quedado de no tener mi bebé soñado. Ahora, con el tiempo, mi pena ha cambiado y lo que me duele es no haberle tenido a él cuando era un bebé y ya me necesitaba".


"Queríamos una niña. Era nuestra ilusión. Los dos procedemos de una familia de varones y soñábamos con la niña todo el tiempo. Pero la niña no llegó. Y aunque no cambiaría a mi hijo por nadie en el mundo, sigo teniendo ese deseo incumplido. Un penita por dentro que no se me acaba de quitar."


"Empezamos la adopción con una edad en la que ya no nos veíamos con fuerzas para emprender la paternidad desde el principio. Habíamos pensado en adoptar un niño mayor, al menos de cuatro años. Queríamos poder viajar con él, porque nuestra familia siempre se está moviendo, y disfrutarle de forma activa desde el principio. Pero, mira por dónde, nos tocó un bebé chiquitín. Al principio nos entró el pánico. No teníamos logística adecuada, ni material ni mental. Pero hubo que adaptarse. Ha sido duro y nos preguntamos ¿cómo es posible que con tantas familias que esperan bebés nos hayan asignado uno a nosotros, que esperábamos un niño grande? Otra de las incógnitas que quedarán sin resolver. Por suerte, nuestro hijo lo compensa todo...¡hasta las noches en vela y los pañales!".


Cuando los hijos que llegan no responden al deseo original de la pareja, hay un proceso inevitable que hay que vivir: el duelo por el sueño perdido. En mayor o menor medida, hay que ir despidiéndose del hijo soñado para concentrarse en el que realmente viene. Él tiempo que esto lleve, dependerá del arraigo de ese deseo. Si se ha conseguido separar la idea de maternidad, de un modelo de hijo concreto (bebé, mayor, niña, niño...) esto no será un problema. Pero si se tiene asociado puede ser difícil para la persona que debe renunciar. Hacer un profundo examen de uno mismo antes de enfrentarse a esto, es por ello muy importante. Reconocer nuestros límites es probablemente la actitud más justa para nosotros y para nuestros hijos.

Cada niño merece ser el sueño de sus padres. Y para eso, cada madre y cada padre, debe abrir al máximo su corazón, para hacerle capaz de acoger los sueños más diversos.