lunes, 2 de diciembre de 2013

PROYECTO SEGUIMOS SIENDO AMIGOS cuentos terapeúticos

Escribir es una parte de mi vida. Como comer, o respirar. Es algo con lo que he vivido siempre. Una constante que me lleva de aquí para allá: laboralmente, personalmente, socialmente...

Cuando después de mucho correr delante de ella la Crisis por fin me alcanzó, mi trabajo como directora creativa de una agencia de publicidad se disolvió en el absurdo de los trabajos prescindibles. Cuando el bienestar dio paso a la necesidad, la realidad se proyectó sobre los sueños, barriendo la creatividad sin objetivos plausibles e inmediatos.

Me tocó imaginar otra forma de vivir. Otra vez. Si miro hacia atrás,mi vida está llena de primeros días. Emocionante, pero agotador. Esta vez además, mi primer día de profesional sin trabajo se solapaba con mis primeros momentos como madre de mi hija recién llegada. Al principio, escribir requería una energía de la que carecía, entregada por completo a reajustar mi familia a los cambios que habían sobrevenido. Pero después, la necesidad de volcarme en la página en blanco se impuso de nuevo. Entonces decidí intentar un nuevo camino. Y puse mi primera empresa vía internet: Déjame que te cuente, www.tulibroamedida.com. Empecé a crear libros a medida para contar historias personales, románticas,  emocionantes, tristes..pero siempre hermosas.

http://www.tulibroamedida.com/

Y entonces la vida se volvió oscura y tenebrosa. Como una sombra helada y pegajosa, la tragedia se abatió sobre amigos muy queridos. Sobre mi comadre y compañera de adopción. Sobre la amiga con la que comparábamos progresos y travesuras, noches de mocos y fiebres y días de galletas y cuentos. E Izas se marchó. Nuestra pequeña mariposa perdió la batalla en la que la vida la había sumergido. Y dejó tras de si el polvo brillante de sus alas hermosas. Una estela de brillo dolorosamente tenue y sin embargo, increíblemente perceptible.

Quizás para eso había escrito siempre. Para llegar a ese momento. Para descubrir entonces que un cuento podría ser un pequeño beso en la profunda herida de su asusencia. Y nació "La luz más brillante". El primer cuento de ayuda que escribía en mi vida. Escrito para ella, para Ix, la hermana que buscaba las manos que le faltaban en cada pasito que daba. Para ella, que en sus cinco cortos años, habia perdido ya demasiado.

En un bosque arrasado por el fuego, una humilde flor puede ser la promesa de alguna nueva semilla de esperanza. Para eso nació aquel sencillo cuento.

Mientra tanto, desde Izas, por Izas, para todos, la asociación Izas, la princesa guisante, convirtió el dolor en una fuerza creadora de increíbles proporciones. Mónica puso en marcha todo un mecanismo que demostró que se pueden conseguir metas si se dibujan con claridad y que la solidaridad existe si existen objetivos reales. La asociación está abriendo caminos a la investigación de una enfermedad que hasta ahora no existía para ningún laboratorio. En ninguna parte del mundo. Una soledad de tal envergadura, que los niños enfermos no tenían siquiera un diagnóstico que ofreciera al menos una explicación a tanto dolor. Poco a poco caminamos en la dirección correcta. Poco a poco y con la ayuda de todos.

Y en este planteamiento de ayuda surgieron entonces otros frentes en los que vimos a necesidad de actuar. Para ello nació el proyecto SEGUIMOS SIENDO AMIGOS.

Una idea creada por la asociación y desarrollada en colaboración con la Asociación Española del Cáncer y Tu Libro a Medida. Porque se ha hablado mucho de los niños enfermos, del apoyo que necesitan que es mucho y del que sus familias también necesitan. Pero ¿qué ocurre cuando en un colegio un niño o niña enferma de pronto de gravedad? ¿Qué perciben sus compañeros? ¿Qué saben, qué ignoran? ¿Tienen miedo? ¿Tabús?

Si. La respuesta se nos puso delante con toda claridad. Los compañeros de clase de un niño que enferma de cáncer sufren de ignorancia. Una de las dolencias emocionales más destructivas.

Así que nos pusimos manos a la obra. Izas, la Princesa Guisante puso en marcha la maquinaria burocrática, consiguió el apoyo de los psicólogos de la Asociación Española del Cáncer y la financiación necesaria para emprender la aventura. Y yo puse en marcha la creación de la que será la herramienta más directa para el proceso: los cuentos terapeúticos.

Unos libritos sencillos y directos en los que se explicará, en el primero, la enfermedad del amigo, desmontando mitos y miedos infundados, explicando lo que realmente ocurre y creando empatía: la que el compañero necesitará cuando vuelva.
Y en el segundo, escrito con el deseo de que nunca tenga que ser leído, se acompañará a los niños en el proceso de duelo de un compañero que ya no volverá. Un libro que pretende ayudar a entender, a dar espacio a las preguntas que los niños y a decir adiós.

Un proceso doloroso y terrible para los niños pero un proceso que, en soledad y silencio se vuelve aún más tenebroso y aterrador.

El objetivo de los libros es llegar a todos los lugares en que sean precisos. Para acceder a ellos podeis poneros en contacto con  Tu libro a medida o con Izas, la princesa guisante.

http://www.tulibroamedida.com/inicio/proyecto-seguimos-siendo-amigos/

http://izaslaprincesaguisante.org/la-noche-de-la-cope-con-la-escritora-montse-vazquez/

viernes, 1 de noviembre de 2013

Pequeñas bendiciones




A veces nos empeñamos en ir por la vida buscando tesoros. En plan Indiana Iones. Caminamos mirando hacia arriba, vislumbrando a lo lejos, escudriñando entre callejones oscuros. Queremos los grandes premios de la vida. Salud, dinero y amor, vamos. Y a veces, ni con nuestro látigo y nuestro sombrero de aventureras aguerridas conseguimos el lote completo.
En la peli, si no damos con la contraseña correcta y no averiguamos donde se oculta el lo que sea de oro y rubíes, caeremos seguro al abismo negro de debajo del puente. Con sus cocodrilos y todo. Sobre todo si somos el gordito gracioso, ya se sabe.
Pero en la vida es otra cosa. Si la contraseña no funciona, el puente ese de madera, que hay que tener ganas de cruzarlo todo hay que decirlo, se rompe y el tesoro se lo traga un dragón escamoso, la peli no se acaba y aquí paz y después gloria. Toca cambiar el sombrero por un cómodo gorro de lana, el látigo por crema para los callos y echarse a andar. Porque ahí empieza la verdadera búsqueda. La del nuevo camino, sin mapas y sin pistas.

Y resulta que cuando caminas por el desierto se suda la gota gorda. Se pasa calor y frío. Y se pierde la capacidad de ver más allá. Hasta que un día se te cruza una nube. Y un ratito de sombra te acompaña. Te alivia, te refresca, te conforta.

Son las que yo llamó pequeñas bendiciones. Esos regalitos de la vida que nos llegan sigilosos, humildes, pequeños...no siempre son fáciles de reconocer porque pueden requerir un esfuerzo. Pero si abres bien los ojos y los reconoces...entonces al dibujo de tu sol le pones un rayito más.

 Yo soy recolectora de pequeñas bendiciones. Me he entrenado para reconocerlas y pelarlas, cuando toca. Porque a veces son como las castañas. A primera vista pican.

Una de las más recientes es Pepo. Llegó a mí vida sin permiso, cuando lo último que me apetecía era cargar con la responsabilidad de un perro. Apareció una mañana, con sus ojos de caramelo dulces y serenos y sus pelos de golfo callejero. Asustado y perdido como lo que era. Un chuchillo abandonado.

Un cordel y un trozo de queso más tarde estaba en casa, esperando a ser entregado en casa del veterinario que lo llevaría a un refugio. Ese era el plan. Pero las cosas no salieron exactamente así. Cuando los niños llegaron a casa y lo vieron las cosas se complicaron. Perro y niños encajaron a medida, Pepo, apenas un cachorro todavía mostraba todas las virtudes del perrito perfecto. Y mis niños desplegaron toda la artillería infantil...ruegos, llantos, chantajes, disertaciones sobre lo mala que sería cualquier mamá que echase de su casa a un perrito taaaaaan bueno. Dos noches sin dormir más tarde, hablando y repasando la decisión con mi costillo que estaba literalmente horrorizado ante la idea, Pepo fue bautizado y adoptado por nuestro pequeño y heterogéneo grupo.

Lo único fácil fue el tema del nombre. La pequeña llevaba todo el fin de semana chapurreando en inglés y preguntándonos sin parar, are you Pepo? Así que cuando llegó pensamos que al fin teníamos la respuesta. Asi que este es Pepo...

 Nuestra pequeña bendición es el adalíz de la pequeña en toda circunstancia. Se sienta ante ella cuando ve la tele protegiéndola siempre. Si los hermanos discuten, si llora o se enrabieta, si le toca oír una regañina...ahí está el, lamiéndole las lágrimas, con abrazos peludos llenos de ternura. Siempre alegre, siempre con ganas de jugar. Pepo, golfo, pillo y perro al fin, nos trajo risas cuando no sobraban. Y como todos los que tienen perro saben, es un alma transparente, una fuente de energía positiva inquebrantable, que no entiende de agobios ni problemas. Una pequeña bendición que exige a cambio amor y compromiso y que obliga a vivir.

Yo reconocí mi pequeña bendición a duras penas, porque me pesaban más las ganas de no comprometerme más. Pero este torbellino con pelos que me llena la casa de pelotas y huesos de fibra, se sube a la cama sin permiso y hace piña con mis niños para camelarme cuando quieren, me ha recordado que los pequeños regalos pasan de largo si no apretamos bien los dientes y nos lanzamos a por ellos.

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Cosas que he aprendido en este periplo:

Si te parece que no tienes nada, o que lo que tienes no es suficiente, quizá estás olvidando el valor de las cosas pequeñas, que por modestas, se quedan esperando en el fondo del cajón. A  veces son tan bonitas...






miércoles, 30 de octubre de 2013

Viaje a la memoria 2


Cada día es como una montaña. Me pongo las botas y miro hacia arriba tratando de distinguir la cumbre. Hay veces en que el sendero está liso y despejado y lo recorro como si tuviese activada una fuente de energía inagotable. Otras veces, las nubes se apretujan arriba con aspecto de estar esperando, ominosas y grises.
En ambos casos el camino espera. Podemos demorarlo, ignorarlo un tiempo, pero seguirá ahí, esperándonos. Es como una lotería cotidiana. Si sale cara, tendremos un buen día. Si cruz, botas de monte y a trepar.

Hoy es un buen día. Su sonrisa esta mañana ha encendido el sol y ha barrido sombras desconocidas. Y sin embargo mi dolor de cabeza, que últimamente parece perpetuo, decidió aparecer. Un oportunista que reconoce los momentos de baja adrenalina para hacer su visita. Ella, tan atenta y observadora siempre se acercó a poner su manita en mi frente. A ofrecerme agua o un cacharro por si tenía que vomitar. Era el mundo invertido, cuidandome ella a mi con expresión atenta. Al volver del cole tenía algo que contar. "Mamá hoy lloré en el colé. Estaba tan pocupada por ti..."
Un pequeño detalle que la define muy bien y que me catapulta de nuevo a mi recorrido de búsqueda de recuerdos. Mientras me mira con sus ojos redondos de almendra madura y sus mejillas llenas, de manzana de cuento, me asalta una oleada de amor. Y vuelvo a buscarla, para construir de nuevo nuestra historia. Ahora con un nuevo conocimiento. Con su mano en la mía.

Llegar por primera vez a Kazajstán, el primer contacto con el lugar fuera ya del aeropuerto fue una metáfora de lo que sería después nuestra vida.
La sala de llegadas era la mímina expresión de un lugar público. Una habitación diminuta en la que las maletas aparecieron como teletransportadas antes de que fuéramos conscientes de que el viaje había terminado. Instantes más tarde estábamos fuera. Tras nosotros bruscamente se cerraron las puertas con un sonido sordo y definitivo. Y de pronto, allí estábamos, ante la estepa kazaja, inundados de sol y frío al mismo tiempo. Sin entender nada de lo que ocurría a nuestro alrededor. Y solos. Completamente solos.
Los pocos viajeros que habían volado con nosotros ya habían desaparecido en los coches de quienes les esperaban. Y nuestra tramitadora no había llegado aún. En esos momentos todo era tan ajeno a nosotros que no sabíamos ni siquiera cómo llamar por teléfono. Los móviles no funcionaban por alguna razón que una amable voz metálica nos explicaba en kazajo una y otra vez al intentar llamar. Como he dicho, toda una metáfora de lo que sería más tarde nuestra vida.

En aquel momento todo cobró realidad. Habíamos recorrido medio mundo confiando en que algunos desconocidos se encargarían de todo, nos cuidarían y nos guiarían. Eramos como niños perdidos. Conscientes por primera vez de la inmensa ignorancia en la que nos estábamos sumergiendo. No sabíamos la dirección de nuestro alojamiento, ni si sería un hotel o un apartamento. No teníamos ni idea de cual sería el plan al llegar. Como había sido habitual durante todo el proceso éramos espectadores pasivos de momentos fundamentales de nuestra vida. Nos habían entrenado durante años para aprender a oír sin preguntar, acatar sin poner en duda, y adaptarnos sin opción. Como ciudadanos sin cerebro ni derechos. Como si cualquier paso en falso pudiera determinar un retraso más en nuestro expediente. Buenos alumnos de la incertidumbre y el miedo. Habitantes de un país sin derechos que reinaba soberano en el proceso adoptivo.

Con la relatividad del tiempo en estos casos, después de un rato que pudo ser brevisimo o muy largo, llegó la tramitadora. La acompañaba otra familia que acababa ya su primer viaje y volvían a España. La mirábamos ávidos de detalles, de pistas de lo que nos esperaba. Pero aún el silencio seguía dominándolo todo. Nada de preguntas acerca de los niños que esperaban y de los cuales no sabíamos apenas nada. Y la impaciencia nos roía por dentro como una rata hambrienta.

 A partir de ahí el tiempo voló. Llegamos al hotel. Y después de acarrear las maletas los cuatro pisos que nos separaban de la habitación nos dispusimos a tomar contacto con la que seria nuestra casa de momento. El pequeño llegaba cansado y yo contaba con un rato de sueño que le permitiese recuperarse. Pero él tenía otros planes. Enseguida notificó que ni loco de perdía un paseo por la ciudad. Una gran idea porque la ciudad se exhibía en su soviética magnificencia bajo el sol de antes del invierno.

Me enamoré. Me enamoré de la luz, del olor acre del viento frío. De los enormes espacios que rompían la ciudad. Me enamoré de las voces calladas, de los rostros distintos, del orgullo y la sencillez de sus calles. La ciudad se me quedó pegada desde aquel primer momento. A veces, algo imperceptible me transporta de nuevo allí. Y viajo en busca de ese aire transparente y nuevo que se metió bajo la piel. Y respiro limpio de nuevo su olor...

Quedaba tan poco tiempo para verla al fin por primera vez...


lunes, 28 de octubre de 2013

DIAS DE SOL



Y de repente hay un día de sol. Un día inesperado, que llega por sorpresa y se exhibe coqueteando con nosotros sin pudor.
Nos pilló sin esperarlo y, como suele suceder, eso hizo que fuera mucho más intenso, más preciado. Un regalo denso y despacioso. No como los días del verano en que el sol te obliga y te empuja a correr tras él, aprovechando los instantes como si fuesen contados. Fue otra cosa. Un ritmo íntimo y privado hecho solo para nosotros tres.
Perezosos como lagartos recalentados nos bebimos las horas jugando en la piscina, sumergiéndosos en el agua tibia y acogedora, llenado la silenciosa mañana de risas, chapoteos, salpicaduras y saltos con doble giro y medio tirabuzón.
"Mamá, mira lo que hago". Y las voces de mis dos niños hacían relucir el agua como si se volviese de plata. "Mamá báñate conmigo". Y las penas y los miedos se me deshacían en las olas que sus manitas y los pies inquietos formaban a mi alrededor.
Con la piel brillante de humedad y los ojos relucientes de alegría. Así se bebieron mis hijos el día juntos. Sin colegio, sin médicos, sin prisas, sin obligaciones. Solo ellos para mí y yo para ellos.
Un día de sol. Simplemente eso. Pero qué grande.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Viaje a la memoria 1


Antes de tener hijos pensaba qué tipo de madre sería. Por supuesto, tenía grandes espectativas respecto a lo que podría aportar a mis hijos, y qué tipo de familia seríamos. Y uno de los aspectos que tenía más claros era el relacionado con la tele. Pensaba  que mis hijos dedicarían su tiempo libre a leer, a jugar, a pintar...que compondríamos una de esas escenas que vemos en la televisión, con los niños escuchando un cuento, relajados y tranquilos en el sofá, mientras la madre, impecable, con una taza de té (parece que no funciona igual con coca-cola o café), sonreía beatíficamente.

Durante muchos años, muchas veces reprodujimos la escena  perfectamente. Sin tener encuenta lo de impecable, lo del té  y lo de la relajación que dependía del cuento, del día, del momento...
Pero últimamente no me llega la energía. Tener dos hijos es como una prueba de esfuerzo permanente, de esas en las que se camina por una cinta automática cada vez a mayor velocidad. Si uno de tus hijos además, tiene alguna peculiaridad que coloca la cinta con una inclinación propia de una ruta de montaña, la prueba es más intensa.

Y ahí están mis niños, enchufados a la tele como si estuvieran hechos de hierro y la pantalla fuera un enorme electroimán. Recuerdo cuando leía los manuales que insistían en los terribles perjuicios de desactivar a los niños delante de la tele, como si de una niñera se tratase. Y yo estaba tan de acuerdo...

Pero hoy, tengo unas ojeras tan profundas que creo que si mirase lo bastante cerca vería mi cerebro a través de ellas. Mi pelo no recuerda qué se siente al recibir una mascarilla. Y ahora mismo, la pila de ropa para planchar que se ha convertido en parte de la decoración me resulta tan ininteligible como un email en ucraniano.

Hoy el gremio de creadores de dibujos animados es para mi un ejemplo de labor social. Y una larga película de animación la oportunidad de sumergirme un ratito en la nada. Noventa minutitos de silencio.

Mientras veo a los niños sumergirse en la acción, con sus caritas abstraídas en la historia me pongo a divagar de nuevo. 

Como una película. Así fue nuestra búsqueda de ayuda, diagnóstico, asesoramiento o cualquier pista que nos aportase aguna luz desde el momento en que percibimos que algo estaba pasando con nuestra pequeña. Como una película de las de Indiana Jones, con sustos, carreras, traiciones, saltos al vacío...y la enorme piedra esa de la cueva persiguiéndonos con terribles intenciones mientras nosotros corríamos tratando de mantener medianamente la dignidad. O la cordura. ¿o era la paciencia? La memoria desde luego creo que no era, porque increiblemente, se me han borrado de las bases de datos de mi cerebro millones de bits de información. A veces me siento a tratar de recordar cómo eran los días, qué hacíamos, que decía ella, cómo transcurría el tiempo...y nada. Se me llena la pantalla de la memoria de verdes caritas malvadas con cuernos y todo. Como un troyano mental.

Por eso me pongo a remover entre cajas polvorientas de mi mente buscando datos. Detalles que me ilustren este reciente y lejanísimo pasado nuestro.

Ella siempre fue difícil. La maletita que tantas veces habíamos escuchado que traerían nuestros hijos adoptados era ahora una pesada realidad. Como en esos números de circo en que de un coche diminuto salen innumerables payasos. Solo que en nuestro particular escenario no eran payasos lo que surgían sino extraños protagonistas que asustaban y poblaban nuestras noches de pesadillas.

Y sin embargo... Ella era alegre.  Graciosa y valiente. Brava y sorprendente siempre. Miraba la realidad con ojos antiguos, impropios de su corta edad. Armada hasta los dientes con inesperados recursos, de inconmensulable bravura. Un pequeño armadillo. Aunque no desde el principio. Ese es uno de los primeros recuerdos que conservó claramente.

Cuando la conocimos era temprano. Las siete y media de un 19 de septiembre. Era un día fresco para tratarse de Kazajistán, pero más bien frío para nosotros que vivimos arropados por la eterna primavera. El viaje había sido largo y pesado. Comenzó cúando aún el verano dominaba los días y preparamos las maletas saltando de las chanclas a los polares. Llevábamos por supuesto, el uniforme oficial de los españoles en Kaz: los polares del Decatlon. Yo, tratando de anticiparme a todo y con un recién estrenado espiritu de super control que me tenia dominada, había preparado un equipaje válido para el Paris-Dakar o para una expedición de ayuda de médicos sin fronteras. El miedo me impulsaba a tratar de proteger anticipadamente a toda la familia en un viaje que me llenaba de emociones encontradas. Brutalmente encontradas. La ilusión frente a la ansiedad. La emoción por la aventura y el miedo atenazante que me inundaba en determinados momentos. La esperanza por encontrarme al fin con ella y el terror de lo que pudiera esperarnos.

Tardamos tres días en llegar. Malas combinaciones de vuelos nos obligaron a pasar la primera noche en Frankfurt. Nuestro hijo viajaba con nosotros y era el encargado del departamento de diversiones varias. Habíamos distribuído el trabajo así: mi marido, logística y control en aeropuertos. Yo, cuidados familiares y preocupaciones varias. El peque, localizar en cada situación una posibilidad de aventura y diversión. Un equipo bien organizado y muy eficaz.

Teníamos ante nosotros casi todo un día para explorar el macroaeropuerto de Frankfurt. Enorme, frío y enloquecedor. Pero fascinante y lleno de sorpresas. Probamos las salchicas, recorrimos sus pasillos, curioseamos...el momento de coger el vuelo a Kaz parecía no llegar  nunca. Pero finalmente, agotados y nerviosos nos embarcamos al fin rumbo a Kazajstán. La mayor aventura de nuestra vida. La que marcaría un antes y un después de una envergadura mayor de la imaginable en ese momento.

Ese fue nuestro primer contacto con la sociedad kazaja. En la cola de facturación nadie guardaba su turno. Era sorprendente y, con nuestra idiosincrasia occidental, no entendíamos esa forma de colarse tan tranquilamente. Una pista sutil de que deberíamos ir pensando en dejar atras nuestras preconcebidas ideas de lo que es normal para empaparnos de nuevas normalidades. Al fin y al cabo, nosotros seríamos desde ese momento y por un largo periodo, la minoría discordante. Afilamos codos y facturamos.

Ya en el avión, rodeados de ciudadanos y ciudadanas kazajas, buscábamos en cada rostro una pista de lo que podría ser la cara de nuestra niña. Aquella hermosa azafata de enormes pestañas (aún no había detectado que eran implantes artificiales), aquella chica que leía junto a la ventanilla, con la piel dorada, la que dormía con la boca abierta....bueno, esa por alguna razon no nos pareció una buena referencia.¡ Nos sentimos tan felices en aquel avión! Estrechos, muy estrechos, pero felices. Fueron seis horas que se hicieron muy largas pero crearon nuestra primera buena impresión del pais que nos llevaba a nuestra hija. Rellenamos el papel para inmigración, gracias a la ayuda de un asistente de vuelo que manejaba un inglés macarrónico estupendo, que encajaba a la perfección con el mío. Y entre menús, papeles, dudas y alguna cabezadita llegamos a Astana.

Era de madrugada, y quedaban aún varias horas para coger el último y definitivo vuelo hasta la provincia de Ella. En  teoría estaríamos dominados por la ilusión. En la práctica estábamos destrozados por el agotamiento. El niño dormía en un sillón, desmadejado como una marioneta de tela. Y nosotros contemplamos por primera vez la vertiginosa altura de los tacones de las mujeres kazajas.

Mientras esperaba, en aquella sala de embarque tan lejana todo lo que había sido seguro y conocido, pensaba en lo que estaba a punto de pasar. Me sentia como amortiguada emocionalmente. Nos veía a nosotros mismos como faltos de identidad real. Como fuera del espacio y del tiempo normal. En fin, estaba rara. Quizá mis fascinantes sensaciones extrasensoriales no fueran mas que hipoglucemia, como El, hizo notar entre bostezos de oso deshibernado. Asi que me comí un donut. Anodino. Nada de exóticas experiencias gustativas en la cafetería del aeropuerto. Pero eso si, manejando mis primeros tengues y mis primeros palabruskis. O sea, lo que mi método el ruso de viaje me había enseñado para estos casos.¡ Menos mal que los números se escriben igual!


Después repentinamente todo fueron prisas. Aquel avión de hélices era como un autobús. Sin asientos numerados, sin calefacción. Los oriundos se acomodaron en los estrechos asientos con sus abrigos y sus gorros puestos. La primera pista de que la temperatura sería digamos interesantemente diferente a la esperada. Igual que el onírico paisaje que se divisaba desde las ventanillas.
El avión volaba a baja altura y el paisaje se desplegaba agreste e infinito. Era como ver el alma del país. Kazajistán se despertaba al sol de las primeras hojas, en sus llanuras inmensas, teñido de rosa como una concesión a nuestra primera vez, a nuestro primer descubrimiento de su verdadera esencia. Los ríos se enroscaban y morían en si mismos. La tierra se mezclaba en ocres, marrones, amarillos...me enamoré sin remedio y mi corazón empezó a despertar a la llamada de Ella que ahora sentía de nuevo, como un tamtam dentro de mi. Ella. Imaginaria. Ser de anhelos y esperanzas. Una imagen de sueños que habitaba dentro de nosotros. Ella que nos atraía al fin a su lado, que se volvía real con cada kilómetro que recorríamos a bordo de ese avión. Y yo, que temo volar, me sentía embargada de emoción por primera vez desde que emprendimos el viaje. Cuando la enorme masa de casas invadió el horizonte sentía que podría volar más rápido que el avión. Ella estaba ahí, bajo alguno de esos tejados de colores. Esperando sin esperar. Nuestra hija. Nuestra Hija. Tan grande, tan extraño, tan posible ahora...casi al alcance de mis manos. Tan al alcance de mi corazón.




lunes, 14 de octubre de 2013

Magdalenas para las penas.

Cosas que hay que saber antes de cocinar unas magdalenas:

Las magdalenas tienen personalidad propia. A veces están de buen humor y se prestarán al bocado, tiernas y jugosas.
Otras veces, no. Definitivamente, no.
Y no importa el empeño o el cariño que le pongas al asunto. Al final tendrás algo parecido a unos bollos aplastados.
Si el supuesto número uno concurre, cómetelas cuanto antes, no sea que cambien de opinión quedándose duras al menor descuido.
Si se da el supuesto número dos...un buen tazón de leche con colacao para mojar, y ve inventando un nombre para tu nueva receta.

 Ingredientes:

  250 gr de harina
- 250 gr de azúcar
- 75 ml de aceite de girasol
- 125 ml de nata
- 1 sobre de levadura
- 3 huevos
- La ralladura de 1 limón

Pensareis que me he vuelto loca. De pronto, una receta de cocina. Con sus ingredientes y todo. Pero es que así es como veo la vida ahora. Hacemos nuestro menú y esperamos conseguir los ingredientes necesarios para realizarlo. Y empezamos a buscar.  Una pareja, una casa, un trabajo, unos amigos, unos hijos...cada cual tiene su propio menú en mente. No esforzamos en conseguir todo lo necesario para cocinarlo. Y por supuesto, también esperamos que después, al comerlo, nos sepa rico, nos siente bien.
La receta de las magdalenas es muy sencilla. Y por eso es nuestra favorita en las tardes caseras. Es cuando mis niños se ponen manos a la obra removiendo y mezclando, rellenando y sobre todo, esperando asomados a la ventana del horno a que se produzca el pequeño milagro. Unos minutos y todo aquello que un momento antes eran partes separadas y diferentes, se convierte en algo sólido, ligado para siempre.

Los ingredientes los tenemos, pero como todo el que ha cocinado alguna vez sabe,  las magdalenas no siempre salen bien.

Cuando Ella llegó, pensamos que el ingrediente que nos faltaba para concluir nuestro pastel estaba al fin en casa. Lo teníamos todo. Y habíamos hecho magdalenas tantas veces... Pero curiosamente, la receta no acababa de funcionar. A veces la masa no subía. A veces se quemaban por encima. En ocasiones quedaban crudas por dentro. Y otras, eran tan duras como piedras.

La verdad es que un buen cocinero se da cuenta en seguida cuando algo falla en la receta. Y eso hice yo. Llevaba muchos años como madre a mis espaldas. Y había hecho más de un máster en educación infantil. Pero de esos de verdad, de los de noches en vela y juegos en la hierba. No en vano mi primer hijo era uno de esos pequeños que parecen tener el secreto de la energía inagotable corriendo por su venas. Siempre ideando alguna trastada, siempre dispuesto a dar una vuelta de tuerca más a la paciencia maternal. Pero sin embargo, todo fluía.

Repasamos la receta una y mil veces. Hablamos con vecinas cocinillas, coon aficionados a la repostería de diferente pelaje, leímos sesudos tratados de cocina perfecta...Vamos que nos dejamos las pestañas entre papeles y pantallas. Pero no había manera.

Nuestro nuevo ingrediente no se integraba bien en la masa.

Ella era tan diferente a todo lo esperado que las herramientas que tan cuidadosamente utilizábamos no funcionaban como debían. Y empezamos a buscar ayuda profesional.

Mientras tanto, mientras nuestras magdalenas volvían a subir, nos comimos las que nos ofrecieron quienes nos quieren. Pocas personas, pero muy grandes. Las que nos enviaban su amor, su comprensión,  la escucha sin medida a veces impagable, su ayuda, su orientación, su mano...Sus magdalenas para las penas que nos supieron y nos saben todavía, a gloria bendita.

-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Cosas que he aprendido en este periplo 1:

1: Una cesta de magdalenas no la regala cualquiera. 




viernes, 11 de octubre de 2013

El hilo de Ariadna

Ha pasado más de un año.
Y parece que el tiempo se ha vuelto del revés, alterando su esencia para poder parecer al mismo tiempo tan largo como un caminata bajo el sol y tan breve como la sombra de una nubecilla en el desierto. Una extraña paradoja.

Un año sin escribir, un año sin leer, un año sin mirar más allá que el siguiente paso que había que dar. Un pie delante. Otro pie delante. Caminar.

Ha pasado más de un año y a veces me parece que sigo allí, en aquel momento, en un verano que supuso el fin y el principio de mi vida. De nuevo una paradoja: algo que ha dejado de ser algo sorprendente para hacerse recurrentemente real.
Eso es lo que ocurre cuando la vida cambia drásticamente de dirección y todos los valores se funden, se confunden y se redeterminan. Eso es lo que ocurre cuando descubres que esa niña pequeña que te coge la mano cuando tiene miedo, la que no puede dormir de noche sin su maltrecha tortuguita de trapo, la que se ríe con todo el cuerpo y te dice te quiero con lengua de chocolate...que tu hija de cuatro años tiene una enfermedad rara, crónica y grave.

En realidad no podría decir que ocurrió de repente. Las cosas ya hacía tiempo que se habían vuelto difíciles. La realidad parecía cada vez más incomprensible, menos asumible.Yo luchaba contra viento y marea por inundar de normalidad una vida que cada día lo era menos. Poco a poco la oscuridad se fue acomodando sobre nosotros. La desesperanza y el miedo se conviritieron en compañeros inseparables. La vida parecía haberse transformado en un lugar inhóspito y lleno de sombras.

Pero será mejor empezar desde el principio. La única manera de ordenar y examinar de nuevo cada paso que dimos por ese laberinto sin fin en el que nos introdujimos sin brújula ni mapa. Tan solo un hilo tenue, liviano y sencillo nos mantenía asidos a la realidad, a la vida: la imparable vitalidad de  nuestro hijo mayor que inasequible al desaliento vivía como siempre haciendo de cada instante una oportunidad para sentir de nuevo la vida tal como solía ser; vibrante y llena de fé.

Hoy vuelvo a escribir. Para ponerle nombre a las cosas. Para respirar al aire libre de las emociones abiertas. Para conjurar fantasmas.