domingo, 24 de marzo de 2019

¿Porqué mamá?


¿PORQUÉ NO ME QUISO?

LA VERDAD DETRÁS DE CADA HISTORIA DE ADOPCIÓN



El Amor, Amar, Me, Niño, Esperanza


Parece increíble cómo ha volado el tiempo. A veces tengo la sensación de que siempre vivimos el mismo momento, como en aquella película de Bill Murray. Y otras, cuando al abrazar a mi pequeño tengo ya que ponerme de puntillas, me parece que alguien se ha llevado sin permiso los últimos diez años.

Pero la realidad se impone. Mis niños ya, empiezan a dejar de serlo. El mayor, sumergido de lleno en la adolescencia, navega por ese proceloso mar de inquietudes y desasosiegos que nos llevan y nos traen a todos como los cayados de las playas en plena marea. La pequeña, con su cuerpecillo de sirena, su elegante manera de sentarse distraidamente a mirar sus series favoritas comenzando a ver el mundo desde otra perspectiva, haciéndose preguntas, reconociéndose y reconociéndonos una vez más.  Y nosotros, que a veces nos miramos, cuando nos queda tiempo, y nos sorprendemos de vernos con esas canas nuevas, esas arrugas que antes no eran nuestras.

¿Cuántas vueltas hemos dado ya en esta noria adoptiva que nos hace pasar una y otra vez por los mismos lugares? Creo que en esta atracción estaremos subidos para siempre. Pero como dicen por estos lugares..."tú compraste esta cuchara...¡Ahora come con ella!". El sarna con gusto no pica de toda la vida, vamos.

Es normal. Ya lo esperábamos. Es más, ya lo sabíamos. La condición adoptiva no se pasa con el tiempo. Y ella va preguntándose cada día cosas nuevas. Fijándose en aspectos del tema que nunca había tenido en cuenta. Cayendo paulatinamente en la verdad escondida detrás de todos nuestros intentos de normalizar el tema: el abandono. El irremediable, demoledor, desolador abandono que lo puso todo en marcha. Y comienza a hacerse la gran e inevitable pregunta: ¿Porqué?


Y ahí, todos nuestros recursos mascados y preparados con tanto cuidado esperando y temiendo este momento se revelan ineficaces, insuficientes, insignificantes intentos de tapar una herida que nada puede hacer desaparecer como a nosotros nos gustaría: por arte de magia. O mejor dicho, por arte de amor.

Nada de mentiras, nada de cuentos inventados para hacer más cómoda la realidad, porque poco a poco la verdad desnuda se presentará en toda su crudeza delante de nuestros hijos e hijas. Otro dolor que no les podemos evitar. Cada pregunta tendrá su respuesta. Sin prisas, sin datos que no vienen a cuenta con su edad, sin adelantarnos a su proceso mental. Suena tan sencillo: solo contestar lo que ellos van queriendo saber.

Pero no es fácil, ya lo sabéis. Cuando tu hijo te pregunta porqué su madre biológica no le quiso y se te rompe el corazón viendo sus ojos asustados y tristes...querrías tener una respuesta dulce. Un motivo que ayudase a entender. Que le hiciera libre del peso de esa duda. Que le permitiese seguir adelante con una historia clara que procesar, que contar cuando lo necesite. Pero no la tienes. Lo pienso en cada cumpleaños, cada vez que veo el amor infinito que su abuela tiene por ella, el cariño con que toda la familia la envuelve cuando está con ellos y no puedo dejar de preguntarme cómo te arrancas del corazón algo así. Como vas a vivir sin pensar en ella. Seguro que no se puede. Y me gustaría decirle eso a mi hija. Que seguro que en algún lugar alguien piensa en ella con cariño. Pero no lo hago. Y me trago mi mentira piadosa para que entre nosotras no haya nada falso u oculto. Para que crezca con verdad y fortaleza. Para que un día pueda mirar hacia atrás sin sentir que creció engañada. Para no ser parte de esa herida.

Mamá ¿tú crees que me echará de menos? Ay hija mía. Quisiera inventar para ti una hermosa historia con la que soñar. Pero inventar para ti un recuerdo etéreo de amor lejano y perfecto sería una trampa en la que tarde o temprano caeríamos las dos.

Y después, cuando te has saciado y rumias tu pena personal e intransferible, solo me queda tratar de acompañarte hasta ese lugar en el que nuestro amor te aleja de la soledad y te arropa como una mantita en la que envolverte para sentirte de nuevo en casa.

Aunque a veces, solo a veces, creo que nunca seré para ti todo eso que tú necesitas. Porque no pude parirte, como tú quieres. Porque no hay fotos tuyas cuando aún eras una ranita rojilla y casi ciega de recién nacida. Porque no tomaste pecho, por más que lo has deseado. Porque aquellos primeros llantos no te los pude consolar.

Pero la vida es así. Ni justa, ni ecuánime, ni piadosa, ni compasiva. La vida es vértigo y emoción, un camino lleno de obstáculos que sortear o superar. Una batalla con intervalos de paz para algunos; un paseo con momentos inciertos, para otros. Nadie elige. Nadie puede escapar de su devenir.

¿Y cómo vivir entonces cuando las heridas no curan y duelen permanentemente?

Isabel Allende lo decía sabiamente en Paula: Cuando te acostumbras a vivir con la tristeza la vida vuelve de nuevo a girar sobre su eje, como siempre, enredándonos en quehaceres y preocupaciones más livianos.

Tú hija, aprenderás también a vivir con tu condición. Con el dolor, o la ausencia de él, que tu corazón te permita. Como yo, como todos.

martes, 19 de marzo de 2019


AULAS PARA TODOS O LA HISTORIA DE LA CABRA
A vueltas de nuevo con la integración

Escuela, Estudiantes, Los Niños, Tablero




El humor es una forma de terapia, una manera de normalizar y asumir diferentes momentos y situaciones que acontecen en la vida cotidiana. No hay tragedia que con el paso del tiempo no se convierta en ingrediente de bromas o chistes. Ese humor negro tan humano.
Sin embargo ¿todo es susceptible de ser enfocado en clave de humor? ¿Hasta que punto podemos reírnos de determinadas cosas?
No me estoy refiriendo a los últimos casos en los que la justicia ha tomado medidas contra cómicos que, en el ejercicio de su libertad de expresión, al parecer, han sacado los pies del tiesto. Hace algunos día recibí uno de esos vídeos que circulan por las redes sociales, en clave de humor. El vídeo no era nuevo pero llegaba ahora a mis manos, o mejor dicho a mi teléfono, procedente de la web de un sindicato de profesores de secundaria español. En él se reproducía un encuentro entre una docente y un inspector educativo. Él hacía un repaso de la evolución del alumnado de la profesora. Uno de sus alumnos había sido suspendido. El inspector preguntaba entonces por la adaptación curricular del alumno es cuestión, que no había sido llevada a cabo. La maestra, achicada por el reproche, se defendía diciendo que el alumno en cuestión era...una cabra.
Este era el gag principal del vídeo. A partir de ahí ella explicaba todas las conductas inapropiadas del alumno en clase, cornear a otros alumnos, comerse la libretas y hacer sus necesidades en el aula. Todo ello pretendidamente hilarante. En realidad se trata de una crítica al sistema educativo que, según quienes hacen el vídeo, obliga a aceptar a todo tipo de personas en las aulas. ¿Cabras? Ese es su ejemplo.
Quizá desde fuera, desde el lado de la vida en el que los padres y madres de los niños y niñas que acuden a los centros educativos, no saben de adaptaciones curriculares, pueda tener gracia. Pero la realidad es que no la tiene.
No la tiene porque cada día hay niños, niñas y jóvenes que acuden a los centros sin tener un lugar adecuado en el que estar. Son personas en formación que pasan entre seis y siete horas en un aula en el que no acaban de encajar. Antes se llamaba discapacidad a lo que les pone la vida más difícil: ahora se llama diversidad funcional. Da lo mismo. Es una enorme piedra en el zapato con la que estas personas tienen que recorrer su día a día. Y cada día, las familias de este alumnado se sumergen en la pelea de conseguir para él un lugar adecuado, adaptado y sobre todo, legítimo. Parece algo evidente, pero no lo es. En demasiados casos, las familias viven con angustia cada curso sintiendo que el lugar de su hijo o hija está siempre siendo cuestionado. Es como estar en la cuerda floja educativa, esperando cuál será el momento en que se sugiera la expulsión del alumno o alumna...o dicho de forma más políticamente correcta, el momento en que se eleve la propuesta de que abandone el aula ordinaria para acudir a un aula o centro específico.
Y la cuestión no es si es adecuado o no su comportamiento en el aula. La cuestión es si se les está proporcionando el entorno y la atención necesarios para que lo sea. Por si se lo están preguntando, la respuesta es no. Todo queda en manos de la capacidad personal de un profesorado que, en el mejor de los casos, no tiene la cualificación necesaria para atender la diversidad de las aulas, y el el peor, no está ni siquiera interesado en tenerla. Por supuesto, hay muchos docentes que dignifican su profesión y la llenan de caminos y esperanza. Pero los otros...ay.
Estamos ahora mismo en un momento en que hablar de integración en las aulas es colgarse la medalla del pensamiento progresista y solidario. Pero hablar no es lo mismo que lograr. Ni de lejos.
Los diferentes gobiernos han ido dejando tras de si un panorama apenas variable de integración real. El alumnado con necesidades especiales se enfrenta a un profesorado superado por la realidad de las aulas masificadas, por la necesidad de atender a las diferentes realidades de cada persona sin más medios que los personales, sin apoyos formativos específicos, reales y eficientes que les ayuden en esta dirección. Y en este panorama, el alumnado con diversidad funcional recibe quizás unas horas de apoyo semanales en las que se trata, teóricamente, de atender su forma personal de aprender o de pensar. El resto del tiempo se convierte en un ejercicio de supervivencia que pone a prueba la capacidad de resistencia de todos los implicados pero que, a quienes se lleva verdaderamente por delante, es a los niños, niñas y jóvenes que padecen una discapacidad.
Integrar no es simplemente juntar en un aula. Es una acción compleja que requiere inversión, conocimientos, estructura y constancia. Pero sobre todo, una visión real y globalizadora de la diversidad que consiga que deje de ser “el problema” para ser simplemente lo Normal. Con mayúsculas.


Ojalá me hubiera hecho gracia el vídeo de la cabra. Ojalá se lo hubiera hecho a todas las familias con hijos e hijas con diversidad funcional, que lo vieron y se sintieron dolidas, afrentadas y tristes. Porque significaría que todo eso ya, no es más que el pasado.

martes, 25 de octubre de 2016

Un poquito de sombra

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Hoy os contaré una pequeña historia:

"Hacía un día radiante de sol. La chica había disfrutado como nadie del agua fresca de la piscina. Pero ahora, permanecía sentada en los escalones de su entrada. Inmóvil, como petrificada. Desde las ventanas de las viviendas que rodeaban la piscina, los vecinos se asomaban entre curiosos y asustados. Se preguntaban qué estaba ocurriendo, qué era aquello que no acababan de entender. Alguien, finalmente se informó: la chica había recibido un fuerte impacto mientras nadaba. Uno de sus amigos le había saltado encima accidentalmente. No podía moverse. El dolor y el miedo la mantenían como paralizada, con medio cuerpo en el agua y el resto bajo el ardiente sol. Al conocer la noticia los vecinos se movieron inquietos. Pero sus amigos ya se habían encargado de llamar a la ambulancia. Nada quedaba por hacer. El asunto era demasiado grave como para que nadie pudiese ayudar en nada. Así que cada uno reaccionó según su parecer:  algunos simplemente dieron el tema por zanjado y se volvieron a sus casas, a sus propios asuntos. Otros  permanecieron observando de lejos, comentando la situación y conjeturando sobre lo que podría o no sucederle a la pobre chica.
Ella mientras tanto permanecía sentada, acompañada por sus angustiados amigos que buscaban ayuda sin saber dónde, ni de qué manera.
 Yo, era una de las que observaban la escena. Mi hijo me preguntaba angustiado qué podíamos hacer. Al principio, ante la magnitud del problema y visto que la ayuda estaba en camino pensé en contestarle..."nada". Pero entonces me di cuenta de algo. Cogí la sombrilla que teníamos puesta en el patio y me acerqué hasta ella. Al menos, podría proporcionarle algo de sombra. Hacer su espera un poquito más llevadera. Al acernarnos nos dimos cuenta de sus hombros y la  piel de su rostro enrojecidos. Al recibir la sombra sobre su acalorado cuerpo la chica nos miró y nos dio las gracias. Sus amigos también.
Poco después la ambulancia llegó y se llevó a la joven. Nunca más supimos de ella ni de su destino.
A veces me acuerdo de ella y me pregunto qué pasaría después. Y me alegro de que, al menos, pudiera ofrecerle aquel mísero consuelo en ese amargo trance. Y recuerdo su carita agradecida y aquella triste sonrisa.

A mi también me han ofrecido a veces el consuelo de un poquito de sombra. Quizá a quienes la ofrecen les parezca una miseria: Un poco de sombra es tan poca cosa... Pero a veces, cuando el sol aprieta y la sed se vuelve compañía, un poquito de sombra es un maravilloso privilegio. Por eso, cuando la sombra sin saber porqué un día se va, se echa de menos. Y por eso, siempre recordamos las manos que un día tuvieron el tiempo y las ganas para abrir para nosotros una pequeña sombrilla.
Yo siempre llevo una conmigo (aunque no se vea)...por si acaso."

miércoles, 19 de octubre de 2016

APRENDER A LEER CON LAS MANOS






Aprender a leer es uno de los retos más importantes de la primera infancia a nivel académico. Este proceso habitualmente se produce de una manera sencilla cuando los niños adquieren la madurez cerebral suficiente. En los colegios españoles, este aspecto sin embargo, no se suele tener en cuenta a la hora de abordar esta enseñanza y se comienza casi nada más llegar a las aulas. Con tres, cuatro y cinco años, los niños tienen muchas cosas importantes que aprender. Y leer no es una de ellas. Fuera de España, los países más avanzados no comienzan con la lectoescritura hasta pasados los seis años. Hasta ese momento, el colegio es un lugar en el que aprender a jugar con otros compañeros, a interactuar a través del juego, la música y el arte, a gestionar las emociones, a reirse, a empatizar, a cuidarse a uno mismo y a su entorno...a ser personas y sobre todo,,. a ser felices. Y en España pretendemos que a los seis años nuestro pequeños ya sepan leer y escribir. Es cierto que algunos niños para ese momento ya lo sabrían igualmente, pero la cuestión es cómo se ha aprendido: si mientras tus mayores te leen cuentos a diario haciendo de leer una aspiración alegre y relajada, o sentado ante las letras, llevando ya "tarea de leer" a casa con cuatro años. Si los niños están neurológicamente preparados para ello, la lectura llegará de forma fluida y el momento en lo lo haga no marcará ninguna diferencia.
Mi hijo mayor aprendió a leer con cuatro años. Leyendo cuentos por la noche se iba fijando en las letras que aparecían. Y casi sin darnos cuenta un día ya sabía leer. Sus compañeros, en su mayoría tardaron un par de años más. Y, por supuesto, a día de hoy todo leen igual de bien.

Pero lo que quería comentar hoy es que, cuando llega el momento de aprender a leer no todos los niños acceden a esa habilidad con la misma facilidad. En los colegios se sigue utilizando básicamente el mismo método de siempre para aprender. Con diferencias en pequeños aspectos, el método sigue siendo aprender las vocales, luego las consonantes y después unirlas. Siempre con el papel como medio.

Sin embargo hay métodos alternativos de aprendizaje que abren nuevos caminos a través de otros sentidos. Esto es útil en todos los casos, porque trabajamos con otras áreas cognitivas y abrimos caminos a la lateralidad en el aprendizaje. Pero sobre todo es estupendo en los niños que tienen dificultades con este aprendizaje.

Las personas procesamos la información que nos llega a través de los diferentes canales, de maneras personales. Es decir, a algunos la información que llega de forma visual nos resulta más accesible. A otros es la que es recibida de manera auditiva. A otros, la táctil... Saber qué canal es el dominante en cada niño ayuda a la hora de entender su acceso a la información. Hay que observar para saber cuál es.

En 1980 Ronald Davis, una persona con dislexia, descubrió una manera diferente de tratar los problemas que esa peculiaridad acarreaba a quienes la tienen. Concretamente a él mismo. Centrado en la visión de las múltiples inteligencias y buscando una manera de trabajar diferente encontró en la plastilina una manera increíblemente eficaz para conseguirlo. Su método, pensado para dislexias, es exportable a cualquier otra necesidad de aprendizaje diferente.

http://www.davislatinoamerica.com/metodo-davis/ron-davis
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Básicamente se trata de crear las letras con plastilinas, aplicándolas sobre una tira con el alfabeto impreso de manera muy clara y con un tamaño muy reconocible, como cinco dedos de alto (primero en mayúsculas y después en minúsculas). Los niños, cada día en sesiones cortas y repetidas irán creando las letras divirtiéndose con el material, dándole una nueva dimensión mental a las letras, interiorizando formas y volúmenes en lugar de trabajar con las 2 dimensiones habituales.

De esta manera, de pronto, el alfabeto pasa de ser algo intangible, una realidad compleja por su abstracción, a ser algo con entidad física que se puede asumir intelectualmente usando otras capacidades.

La clave para su eficacia es, como siempre, la constancia. Y desde luego, la tranquilidad. No hay prisa, no hay metas que cumplir, no hay presión. Hay que dejar que esa actividad sea siempre atractiva, dejando a los niños con ganas de más, sin dejar que lleguen a cansarse de ella.

Tener una caja especial para guardar el material, la plastilina y la cinta (plastificada o forrada con cinta adhesiva) con nuestro alfabeto enrollado es importante. Y tener una rutina en la que ese sea el momento esperado, también.

Este sistema se puede compaginar con otros.

Los que más me gustan a mi son los que apoyan el aprendizaje de las letras con gestos. Esto trabaja en la misma línea que el anterior, usando otros mecanismos para interiorizar los sonidos y las grafías. En los colegios se suele usar también, desde hace años, un método en el que se desarrollan historias que dotan de personalidad a cada letra. Esto hace que sea más entretenido y da otras claves para recordar cada símbolo asociado a su sonido.

Para mí, una combinación de todos los sistemas es el camino más eficiente. Poco a poco, asumiendo la manera de aprender de nuestros hijos y adquiriendo sus ritmo sin imponer el nuestro, haremos de este reto un proceso más suave, más divertido y más enriquecedor.


martes, 18 de octubre de 2016

La autoestima: el primer escalón.





Mi hija es alegre.
Mi hija es hermosa.
Mi hija es cariñosa.
Mi hija es empática.
Mi hija es ordenada.
Mi hija es trabajadora.
Mi hija es graciosa.
Mi hija es ingeniosa.

Sin embargo...

Mi hija se siente triste.
Mi hija cree que es muy fea.
Mi hija se muestra arisca.
Mi hija se aleja de los demás.
Mi hija pierde en interés en sus cosas.
Mi hija se rinde antes las dificultades.
Mi hija se ofende con las bromas.
Mi hija está a la defensiva.


En medio de esas dos listas hay algo muy simple. Tan simple como un colegio. 

Un lugar en el que la convencieron de que no era capaz ni de hacer la fila y la llevaban de la mano la primera. A ella, que es la primera que se levanta de la cama y se viste, eso sí, después de combinar cuidadosamente el modelito del día ("mamá, tú no entiendes de moda").

Un lugar en el que un día, la profesora de PT, en medio de una conversación en la que yo mencionaba lo bonita que iba a ser de mayor me corrigió y me dijo "bueno...atractiva" y los niños la llamaban fea sin cesar, por sus ojos de almendra.

Un lugar en el que nadie la invitaba a los cumpleaños, incluso si, por compromiso acudían a suyo.

Un lugar en el que la convencieron de que no sabía recoger su material y hacían que otros niños lo hicieran por ella. A ella, que se hace la cama cada mañana y que recoge todos sus juguetes. A ella que conserva las mismas ceras desde hace tres años.

Un lugar en el que nunca le dieron alas para aprender y donde, cuando yo les contaba los grandes avances que observaba trabajando con ella en casa me contestaban..."bueno, bueno...con los pies en el suelo" y la ponían a colorear en un rincón.

Un lugar en el que una niña la acosó durante dos años sin que nadie en el colegio pusiera remedio. A ella, que deseaba más que nada en el mundo tener amigas.

Un lugar en el que el castigo cuando según ellos se lo merecía, era llamarla bebé y llevarla a la clase de los más pequeños del colegio. 


¿Porqué lo aguantamos? Porque a veces no ves lo que tienes delante de tus narices hasta que te alejas un poco. Porque la vida no nos permitía escoger en ese momento. Porque  estábamos abrumados y nos convencían de que no había otra manera de hacer las cosas. Porque hasta en esto, hay que aprender y nosotros éramos ignorantes en este territorio.

Mi hija se enfrenta ahora a un gran desafío. Un colegio nuevo en el que, por ahora (tengo demasiadas heridas como para confiar completamente) le han abierto los brazos. Es un macrocolegio con cientos de niños de todas las edades. Y muchos, muchos de ellos, son niños especiales en inclusión. O sea, en un aula normalizada. 

Yo tenía tanto miedo...un colegio tan grande y mi niña tan pequeña. ¿Y si realmente no sabia hacer la fila? ¿Y si, como me decían, no era capaz de estar sentada ante su pupitre como los demás? ¿Y si, y si, y si...?

El primer día la acompañé hasta el patio donde hacen la fila, ya dentro del recinto escolar. Esperé a que entrase y le tiré un montón de besos. Ella se fue tan feliz.

Al día siguiente, antes de salir para el colegio, me dijo muy seria: "Mamá, haz el favor de no acompañarme hasta dentro, que me dejas en ridículo. Y no me mandes besos. Ya me los darás luego." La dejé en la puerta envuelta en una marabunta de niños que entraban al colegio. Y la vi alejarse, con su mochila al hombro, camino al patio en el que se colocó en su lugar en la fila. Una niña más. 

Ni más ni menos lo que es.

Sin embargo aún nos queda mucho camino por andar antes de que ella vuelva a sentirse igual que las demás. Su autoestima está muy dañada. Y su confianza en los demás también. Y ese es el primer escalón que hay que superar para afrontar cualquier tipo de aprendizaje. Tan convencida está de que no puede aprender que cuando se enfrenta a un reto se bloquea, se frustra y abandona. Es  una actitud de supervivencia. Si tu experiencia se basa en el fracaso huirás de las circunstancias que históricamente te lo han proporcionado. Un ejemplo: está aprendiendo a leer y jugando, lee las palabras por separado sin ninguna dificultad. Hasta que, de pronto, se percata de lo que está haciendo. En ese momento, deja de ser algo divertido para ser algo angustioso y quiere dejar de hacerlo.

La confianza en las propias posibilidades es imprescindible para aprender. Corregir demasiado, exigir de forma impaciente, no valorar los pequeños pasos, despreciar la iniciativa, dar más importancia al error que al acierto, comparar con otras personas y sobre todo, no aceptar la forma de aprender de cada niño son errores que pueden herir de forma grave la capacidad de nuestros hijos de sentirse capaces. 

Ahora mi reto es conseguir que sepa cuánto vale y que crea, igual que nosotros sabemos, que es una niña maravillosa.

Su nuevo profesor en la primera reunión del aula nos dijo una sencilla frase: "Ella es, sin ninguna diferencia con el resto de sus compañeros, una niña más en el aula".

Qué pedazo de frase. Creo que me la voy a enmarcar...

jueves, 31 de marzo de 2016

ESE CRUCERO AL QUE NUNCA FUIMOS

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La normalidad es como un crucero de lujo. Cuando nacemos se supone que todos seremos alegres pasajeros de ese fantástico viaje. Y a veces es así: algunos embarcarán rodeados de comodidades y estímulos, de diversión, luz y alegría. Sin embargo, hay otros, muchos más de los que se piensa, que se quedarán en el puerto, viendo como el cómodo barco se aleja de ellos.

Desde la cubierta, los felices pasajeros ven a los que se quedaron en tierra y sienten que son los afortunados poseedores de un destino especial. Y miran a quienes se quedaron preguntándose qué pasó con ellos, sintiéndoles diferentes.

Sin embargo ese es un crucero fantasma. La normalidad es un mero espejismo. Un momento que, como el viaje de un crucero, puede acabar en cualquier puerto. Para cualquiera.

Desde ese momento, la vida de los viajeros en tierra es una lucha por encontrar un lugar adecuado donde poder instalarse y disfrutar del paisaje. Porque, por supuesto, también en tierra hay hermosos amaneceres y prodigiosas puestas de sol.

Y ese viaje de búsqueda, la verdad, no suele ser nada fácil. A veces hay que abrirse hueco a codazos. Esta lucha, tristemente, empieza muchas veces en las escuelas.

Es penoso ver cómo, de vez en cuando, se escucha a alguien mencionar algún colegio en el que los niños con necesidades especiales son bien acogidos, en el que se atiende a sus peculiaridades sin discriminarles, en el que se buscan caminos alternativos al aprendizaje. Es penoso porque se menciona siempre como un descubrimiento, como si se hubiera encontrado una pepita de oro entre la grava de un río.

La triste y dramática realidad es que los colegios que realmente no discriminan, con todo lo que eso conlleva de verdad, son muy escasos. Y el motivo es muy simple: porque las personas que, de verdad, no discriminan también lo son. Los colegios no son entidades autónomas ajenas a las emociones e ideas de quienes las integran. Son sólo vehículos a través de los cuales, quienes trabajan en ellos se expresan. Se escucha muy a menudo que no se puede dar más apoyo a los niños en situación de desventaja porque las administraciones no los proporcionan. Pero eso no es más que una vergonzosa excusa.

Es cierto que las horas de trabajo de los profesores de pedagogía terapéutica, de los logopedas, de los orientadores son muchas menos de las que hacen falta. Pero es mucho más cierto que, cuando los profesores están realmente interesados en sacar adelante a todos sus alumnos, independientemente de sus circunstancias, esas trabas son mucho menores.

De hecho, la diferencia en la calidad de la enseñanza entre unos colegios y otros, en cuanto a discapacidad se refiere, no suele estar directamente relacionada con el número de horas de apoyo, o de clases especiales que se proporcionen a los niños.

¿Dónde está entonces la diferencia?

En las personas. Decir que nosotros no discriminamos a los niños con peculiaridades personales es fácil. Pero llevarlo a cabo no lo es. Supone aceptar muchas cosas y buscar caminos alternativos constantemente. Entender que convivir supone algunas renuncias y acomodaciones. Aprender a ver detrás de lo aparente y descubrir la riqueza oculta en cada uno de ellos. Dejar de sentir que nuestro estado es mejor por estar más adaptado a las exigencias sociales. Dejar de creer que estamos a salvo del dolor alejándonos de las personas que nos duelen.

Ahora mismo, yo conozco de cerca la experiencia del rechazo y el abandono. Mi hija y yo hemos sentido el dolor de vernos despreciadas por llevar con nosotras demasiados problemas. Hemos visto ya tantas espaldas alejarse...

Sacan a nuestros niños diferentes de las aulas normalizadas "invitando" a las familias a buscar lugares más adecuados. "Limpian" los colegios de niños que no corren, que no hablan, que no piensan tan deprisa, que no aprenden igual que los otros. Qué bonito. Qué orgullosos se sienten esos "maestros" cuando sacan a sus niños perfectos a sus escenarios decorados con palomas de la paz y manos unidas, en cualquier representación para las familias. Todos igualitos, todos sanos, todos perfectos.

Y yo me pregunto. ¿Qué tipo de adultos serán mañana esos niños a los que ahora les quitaron la oportunidad de aprender que no hace falta ser iguales para serlo? ¿Qué aprenderán esos pequeños que ven cómo sus mayores apartan de su lado a los niños con problemas? ¿Cómo tratarán a las personas con discapacidad si para ellos es algo ajeno a la vida normal?

No tengo muchas dudas al respecto. Los niños, generosos y abiertos por naturaleza, solo necesitan la oportunidad de crecer en un ambiente rico emocionalmente, en el que todos tengan cabida, para aprender a gestionar cualquier tipo de relación de forma positiva.

¿Y sabéis lo peor? Que esos adultos estupendos que hacen que sus hijos aprendan a rechazar a las personas con problemas, los que no las quieren en sus aulas, los que no los quieren como amigos para sus hijos, serán un día parte del grupo de las personas dependientes. Quizá por algo sobrevenido, pero no me refiero a eso, de lo que nadie por cierto, está a salvo;  Me refiero a que, si la vida les trata bien y llegan a ser ancianos...esos niños que ya serán adultos serán los encargados de velar por su calidad de vida y su bienestar.

Cómo suele decir mi padre..."que dios nos coja confesados".

Mientras tanto, mientras ellos también van creciendo y aprendiendo a ser personas, los niños con cualquier tipo de singularidad aprenden a sentirse inferiores y defectuosos. Terrible. De verdad.

UN AMIGO DE MARTE




El lenguaje es la puerta de entrada el mundo. A través de él nos conectamos con los demás; nos representamos y nos creamos constantemente a través de él. Nos da identidad, nos explica y nos identifica.  Es nuestra herramienta más primaria. Aún antes de poder controlar nuestras más básicas expresiones faciales ya somos capaces de emitir sonidos que nos hacer visibles y nos reportan atención y cuidados.
Entonces ¿Qué pasa cuando esa puerta no se abre, o permanece entornada?
O cuando, ni siquiera es una puerta. Cuando no es más que una ventana desde la que ver sin ser oído. Desde la que asomarse a un mundo que no nos escucha, que nos ve y no nos entiende. Que nos mira y no sabe que estamos ahí, ávidos de atravesar ese cristal, deseosos de salir afuera y poder mostrar nuestra propia y particular identidad.

Hay personas que saben exactamente qué pasa entonces. Como Pablo.

El cuento de Pablo y el marciano

Pablo es un niño como todos los demás. Le gusta sentirse seguro. Le gusta que sus padres le quieran. Le gusta tener amigos. Le gusta jugar a la pelota. Le gustan las cosas ricas para comer. Le gusta ser felíz.

Pero Pablo no puede hablar. Como muchos otros niños autistas el lenguaje es para él esa puerta con las bisagras endurecidas que no se acaba de abrir. Y sus emociones, sus tristezas, sus miedos, sus decepciones, sus alegrías y sus esperanzas se quedan ahí, atascadas esperando a que los demás den con la clave que les permita descifrarlas. No siempre ocurre. Y Pablo espera, detrás del cristal de la ventana a que un día se vuelva más sencillo ser quien es y mostrar su mundo personal, hermoso y brillante, a los demás.

Cuento de pabloPor eso ha escrito un cuento. Un relato lleno de imaginación en el que sueña con un mundo alternativo en el que no poder hablar no es un impedimento para la amistad. En su imaginación vuela hasta otro planeta para lograr al fin, ese amigo que no le vea solo por fuera y que sepa leerle por dentro sin prejuicios y sin etiquetas.

Si ese mundo está en Marte, yo quiero ser marciana. Por Pablo y por todos los Pablos que sueñan con volar hasta allí.

Este es el enlace al cuento de Pablo. A él le gustaría que todo el mundo lo leyera, para que Marte dejase de estar tan lejos. Y para que todos los que creen que detrás de un autismo no hay nada, descubran la riqueza que espera detrás de muchas puertas y ventanas entornadas.

Me gustaría pediros que difundierais este cuento y me ayudarais a darle toda la difusión posible. Vamos a traernos a Marte a los patios de los colegios, a los parques y a las calles.

El cuento de Pablo y el marciano





domingo, 31 de enero de 2016

La madre biológica. El gran tabú.



Con siete años mi hija explora el mundo sin cansarse. Es una navegante emocional muy curtida, a pesar de su corta edad. Cada día reflexiona sobre algún aspecto nuevo de sus sentimientos, de los míos, de los de su entorno y saca sus propias conclusiones.

Ha sido siempre como un scanner viviente del mundo emocional que la rodea. Tiene ese don. Y desde siempre ha sido muy consciente de sus orígenes adoptivos. Desde, quizás, demasiado pronto, sorprendiéndonos a todos con comentarios y preguntas que esperábamos mucho más tarde.

Ahora hemos dado un paso más.

La niña siempre ha sabido que su origen biológico no partió de nosotros. Nunca hemos cometido el error de crear una falacia que nos lo hiciera más fácil en algún momento. Pero siempre hemos ido poco a poco, respondiendo a sus preguntas sin irnos más allá de lo que ella demandaba. Sin embargo, a pesar de la transparencia, de que mi hija ve en su cara cada día sus diferencias biológicas con su hermano y con nosotros, sus padres, de las fotos y cuentos que le cuentan la historia de su llegada a la familia, a pesar de todo eso mi hija tiene dudas.

Ella pasó, como muchos niños adoptados, por la fase en la que quería escuchar que estuvo en mi barriga y no quería oír hablar de su adopción. Quiso jugar a que era un bebé que nacía y llegaba a mis brazos pequeñito, pequeñito, para recrear esos momentos que no compartimos. Quiso oír una y mil veces, cómo la buscamos, cómo la encontramos, cómo la quisimos...que lo nuestro es para siempre. Y aún así...

¿Os habéis parado a pensar en el poder oculto del lenguaje? La forma de expresar determinadas cosas define mucho del mundo sentimental que subyace tras de él. Mi hija llevaba tiempo diciéndome: "Eres mi mejor mamá". Una frase sencilla. Cabría pensar que el uso del posesivo es solo un pequeño defecto de     expresión. Pero no lo es. Hay todo un universo por detrás. Muchas preguntas sin resolver.

Yo ya había abordado muchas veces con la niña el tema de la madre biológica. Una cuestión inseparable de la historia de mi hija que siempre quise que formase parte de su vocabulario natural, para evitar desgarros cuando tarde o temprano esa expresión y esa idea aparecieran. Sin alardes, sin dramas, sin momentazos. Simplemente se mencionaba de vez en cuando, cuando venía al tema: una conocida embarazada podía ser el desencadenante, por ejemplo.

Y parecía que estaba claro.

Pero más allá de nuestros intentos de dar al asunto una forma dulce, la cuestión del abandono es un dolor que tarde o temprano será descubierto y sufrido por nuestros niños. Y con él, las grandes preguntas acerca de la madre primigenia, la biológica, la de la barriga, la que queráis. La que les parió y les puso en el mundo. Y ahí estaba mi niña. Con sus dudas masticadas en su pequeña mente sin atreverse a salir.

Por fin, el otro día, cuando de nuevo me otorgó el título de "su mejor madre" le pregunté directamente en quién pensaba. Fue el momento de abrirle otra vez las puertas a sus deseos de saber. ¿Porqué, en qué momento, ha llegado ella a la conclusión de que mencionar o preguntar sobre su madre biológica puede no ser adecuado? Quizás en su propio miedo esté la respuesta.

Miedo a indagar en un dolor que el abandono tatúa en el corazón de nuestros hijos adoptados.

Unos días más tarde me acordé de que tenía en casa el cuento que escribió Mercedes Moya (pincha aquí para conocerla) para explicar la figura de la madre biológica a los niños. Y se lo leí. Y simplemente con ver su cara, ya sabía que cada palabra estaba llegando al lugar preciso al que tenía que llegar.

La historia es la de un niño que se da cuenta de que tuvo dos madres: una biológica y una adoptiva y el impacto que esta revelación causó en él. Mi hija, que se distrae con facilidad, no perdió ni un detalle. Fue poniendo imágenes a sus dudas y dándole respuesta a cosas que no sabía formular. Al acabar, me pidió que se lo leyese de nuevo. Sonreía y hacía comentarios positivos, demostrando empatía y disfrutando del relato con toda normalidad.

¿Sabéis cuáles fueron sus palabras al terminar el cuento? Me miró muy seria y, al hilo de lo que decía el cuento, me dijo: "Claro mamá, porque las madres no se cambian. ¿verdad?"."No, mi amor. Tu familia es para siempre". Y se acurrucó a dormir con una sonrisa en la cara.
 Para conocer el cuento ¿Yo tengo dos mamás? pincha aquí

Sé que hay muchas corrientes de pensamiento sobre este tema en el mundo de la adopción. He de reconocer que yo, antes de tener a mi hija, era bastante fundamentalista al respecto. Decía y creía que su única madre era yo. La que la amaría siempre, sin condición. Y eso era lo que pensaba que debíamos transmitir para crear seguridad en nuestra hija cuando llegase a casa.

Pero a día de hoy creo que estaba en un tremendo error. Soy la segunda madre que mi hija ha tenido en la vida. Se lo puedo contar de mil maneras diferentes. Camuflarlo bajo palabras preciosas, contarle los cuentos más dulces que oculten la dura realidad. Pero siempre estará ahí. Esperando el momento adecuado para hacerse presente en su vida. Quizá cuando su madurez le enfrente a la situación con más herramientas para descifrar lo que se esconde detrás de las frases tan cuidadosamente construidas. Quizá cuando alguien se lo lance a la cara como un reproche. Quien sabe. Pero el abandono es un hecho inseparable de su historia. Y con él, su madre biológica, la que la creó, la parió y la abandonó (y figo esto sin juicios de valor, como un hecho, con los mil matices de esta acción).

Cada niño es un mundo, ya lo sabemos. Y cada cuál se enfrenta a la vida como puede. Pero creo que incorporar con naturalidad la figura de la madre biológica al vocabulario, a las conversaciones de nuestros hijos, les puede ir dotando de herramientas para enfrentarse a su realidad cuando sean mayores.

A mi hija ya le habían dicho en el colegio que yo no era su madre verdadera. Ahora es ella la que explica que tuvo otra madre que la llevó en la barriga pero que, según sus palabras "esta es mi mejor mamá. Mi mamá verdadera y para siempre".

Quizá exactamente las palabras que ella necesitaba en este momento para sentirse segura.

¿Qué voy a decir yo? ¿Que me gustaría ser la única? ¿Que me gustaría haber tenido el privilegio de parirla? Pues si. Pero la vida es como es, no como nos gustaría que fuera. Y yo quiero saborearla, así sin perderme ni un trago.

Ayer, charlando en el coche, en un momento de intimidad sacó de nuevo el tema. Y las dudas, esas que parecía que no existían, salieron a borbotones. Sin pudor ya y sin recelos. Sabiendo que podía contar conmigo también en eso. Hablamos, repasamos, y cuando al final, su necesidad de hablar del tema se sació cambió tranquilamente a otra conversación más trivial.

Al final del día, cuando se iba a acostar, me dijo.

"Mamá, tú eres mi única mamá. La mejor mamá del mundo."

¿Notáis la sutil y brutal diferencia? Yo si. Y ella también.