jueves, 31 de marzo de 2016

ESE CRUCERO AL QUE NUNCA FUIMOS

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La normalidad es como un crucero de lujo. Cuando nacemos se supone que todos seremos alegres pasajeros de ese fantástico viaje. Y a veces es así: algunos embarcarán rodeados de comodidades y estímulos, de diversión, luz y alegría. Sin embargo, hay otros, muchos más de los que se piensa, que se quedarán en el puerto, viendo como el cómodo barco se aleja de ellos.

Desde la cubierta, los felices pasajeros ven a los que se quedaron en tierra y sienten que son los afortunados poseedores de un destino especial. Y miran a quienes se quedaron preguntándose qué pasó con ellos, sintiéndoles diferentes.

Sin embargo ese es un crucero fantasma. La normalidad es un mero espejismo. Un momento que, como el viaje de un crucero, puede acabar en cualquier puerto. Para cualquiera.

Desde ese momento, la vida de los viajeros en tierra es una lucha por encontrar un lugar adecuado donde poder instalarse y disfrutar del paisaje. Porque, por supuesto, también en tierra hay hermosos amaneceres y prodigiosas puestas de sol.

Y ese viaje de búsqueda, la verdad, no suele ser nada fácil. A veces hay que abrirse hueco a codazos. Esta lucha, tristemente, empieza muchas veces en las escuelas.

Es penoso ver cómo, de vez en cuando, se escucha a alguien mencionar algún colegio en el que los niños con necesidades especiales son bien acogidos, en el que se atiende a sus peculiaridades sin discriminarles, en el que se buscan caminos alternativos al aprendizaje. Es penoso porque se menciona siempre como un descubrimiento, como si se hubiera encontrado una pepita de oro entre la grava de un río.

La triste y dramática realidad es que los colegios que realmente no discriminan, con todo lo que eso conlleva de verdad, son muy escasos. Y el motivo es muy simple: porque las personas que, de verdad, no discriminan también lo son. Los colegios no son entidades autónomas ajenas a las emociones e ideas de quienes las integran. Son sólo vehículos a través de los cuales, quienes trabajan en ellos se expresan. Se escucha muy a menudo que no se puede dar más apoyo a los niños en situación de desventaja porque las administraciones no los proporcionan. Pero eso no es más que una vergonzosa excusa.

Es cierto que las horas de trabajo de los profesores de pedagogía terapéutica, de los logopedas, de los orientadores son muchas menos de las que hacen falta. Pero es mucho más cierto que, cuando los profesores están realmente interesados en sacar adelante a todos sus alumnos, independientemente de sus circunstancias, esas trabas son mucho menores.

De hecho, la diferencia en la calidad de la enseñanza entre unos colegios y otros, en cuanto a discapacidad se refiere, no suele estar directamente relacionada con el número de horas de apoyo, o de clases especiales que se proporcionen a los niños.

¿Dónde está entonces la diferencia?

En las personas. Decir que nosotros no discriminamos a los niños con peculiaridades personales es fácil. Pero llevarlo a cabo no lo es. Supone aceptar muchas cosas y buscar caminos alternativos constantemente. Entender que convivir supone algunas renuncias y acomodaciones. Aprender a ver detrás de lo aparente y descubrir la riqueza oculta en cada uno de ellos. Dejar de sentir que nuestro estado es mejor por estar más adaptado a las exigencias sociales. Dejar de creer que estamos a salvo del dolor alejándonos de las personas que nos duelen.

Ahora mismo, yo conozco de cerca la experiencia del rechazo y el abandono. Mi hija y yo hemos sentido el dolor de vernos despreciadas por llevar con nosotras demasiados problemas. Hemos visto ya tantas espaldas alejarse...

Sacan a nuestros niños diferentes de las aulas normalizadas "invitando" a las familias a buscar lugares más adecuados. "Limpian" los colegios de niños que no corren, que no hablan, que no piensan tan deprisa, que no aprenden igual que los otros. Qué bonito. Qué orgullosos se sienten esos "maestros" cuando sacan a sus niños perfectos a sus escenarios decorados con palomas de la paz y manos unidas, en cualquier representación para las familias. Todos igualitos, todos sanos, todos perfectos.

Y yo me pregunto. ¿Qué tipo de adultos serán mañana esos niños a los que ahora les quitaron la oportunidad de aprender que no hace falta ser iguales para serlo? ¿Qué aprenderán esos pequeños que ven cómo sus mayores apartan de su lado a los niños con problemas? ¿Cómo tratarán a las personas con discapacidad si para ellos es algo ajeno a la vida normal?

No tengo muchas dudas al respecto. Los niños, generosos y abiertos por naturaleza, solo necesitan la oportunidad de crecer en un ambiente rico emocionalmente, en el que todos tengan cabida, para aprender a gestionar cualquier tipo de relación de forma positiva.

¿Y sabéis lo peor? Que esos adultos estupendos que hacen que sus hijos aprendan a rechazar a las personas con problemas, los que no las quieren en sus aulas, los que no los quieren como amigos para sus hijos, serán un día parte del grupo de las personas dependientes. Quizá por algo sobrevenido, pero no me refiero a eso, de lo que nadie por cierto, está a salvo;  Me refiero a que, si la vida les trata bien y llegan a ser ancianos...esos niños que ya serán adultos serán los encargados de velar por su calidad de vida y su bienestar.

Cómo suele decir mi padre..."que dios nos coja confesados".

Mientras tanto, mientras ellos también van creciendo y aprendiendo a ser personas, los niños con cualquier tipo de singularidad aprenden a sentirse inferiores y defectuosos. Terrible. De verdad.

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