lunes, 11 de julio de 2011

La curiosidad ajena.

El otro día paseaba con mi hija por la ciudad. Estaba preciosa, sonriente y alegre. Y eso atraía muchas miradas, como suele ser habitual con los niños pequeños. Más, si además, son sociables, reclaman la atención ajena con su charla a media lengua...y son de una raza diferente a la de su madre.

La mayor parte de las ocasiones, se trataba solo de comentarios casuales y amables, como los que cualquier madre escucha cuando pasea con su bebé. Aunque, en muchas ocasiones, se notaba que tras la frase amable, se quedaban ganas de preguntar. Pero lo que no se dice, no molesta.

En uno de los comercios, yo me dedicaba a curiosear, buscando una cartera bonita entre las muchas que había. A mi lado, la pequeña cotorreaba para sí misma, mirando los objetos que tenía cerca, observando a los otros compradores. De pronto, una mujer entabló con nosotras este diálogo:

-Huy no...gracias pero yo no soy tu mamá...

Me vuelvo, extrañada, porque no es propio de mi hija a estas alturas, confundirse de mamá.

-Es que la pobre se ha confundido-me dice la mujer.
-¿Dónde está mami, cariño?-le pregunto yo a mi hija.
Y ella, con una sonrisa divertida, me coge la mano y dice:
-¡¡aquí!!

Yo sonrío, y me vuelvo a mis carteras. Pero la mujer ya se había lanzado a este tipo de comunicación indigesta.

-Qué mona es ¿no? Pero qué mona.

Sonrisa distraída por mi parte.

-Si, es muy guapa, gracias.
-Pero...-y miraba a la niña- Pero...

La miro expectante (es un decir, ya se la habían rotulado en la frente las preguntas que tenía que lanzarme).

-Pero...´¿de dónde es?...

La gran pregunta. Habitualmente no tengo ningún problema en decir la procedencia de mi hija. Pero esa persona en particular me estaba resultando muy inquisitiva. Le resultaba indiferente que yo no estuviera por la conversación, que siguiera mirando carteras. Ella tenía previsto conseguir la información a cualquier precio. Viendo que no estaba dispuesta a soltar su presa, me volví y sonriendo pregunté a mi hija:

-¿De dónde eres hija?- Y ella contestó:
-De España.

Pues eso. Nueva sonrisa mía y me vuelvo a las carteras, que seguían siendo muchas y muy bonitas. Sin embargo, para la curiosa mujer no era bastante respuesta y volvió a la carga.

-Perooooo...-miraba a la niña entre palabra y palabra, como si le hubieran crecido champoñones en la nariz- Es de otra raza... ¿no?
-Pues si, señora, es asiática.

Un silencio breve mientras yo seguía a lo mío, aunque reconozco que no estaba concentrada presicamente en escoger cartera.

-Ya, claro...la tienes adoptada ¿verdad?

¡La tienes adoptada! Me sonó a esas frases de tipo:" la tiene recogida", como se usaba antes para describir un acto de caridad.

-Mire señora, esta es mi hija, y ya está.

La señora me cerraba el paso, así que me ví obligada a tratar de evitar su atención volviéndome de nuevo al stand en el que buscaba. Pero, su curiosidad era insaciable.

-Ya, ya...¿y... tienes más hijos?

Definitivamente, las carteras habían dejado de ser interesantes. Como pude, di la vuelta con la sillita de la niña.

-Perdone, pero tengo cosas que hacer.

Me marché molesta. Me sentí invadida y expuesta. Obligada a compartir información personal con alguien ajeno totalmente a mi. Había tratado de contener la conversación pero no le conseguí. Y me quedó una molesta sensación de vulneración.

Ya sabemos que esto es parte de nuestra vida diaria. Y no se trata de algo relacionado con la ocultación de los orígenes de nuestra familia. Normalmente, no tengo problemas a la hora de explicar cómo nos convertimos en una. Es más, me encanta hablar de nuestro prdigioso viaje de búsqueda, de nuestro encuentro.

Es algo que va más allá; algo relacionado directamente con el derecho a la intimidad de cada persona. Es evidente que tenemos la capacidad de negarnos a contar nada y de rechazar estos interrogatorios.

Pero, en esta ocasión, este suceso, me ha hecho colocarme en un nuevo punto de inflexión. Hasta ahora, con la niña pequeñita, estas cosas nos afectaban solo como adultos que pueden sentirse más o menos molestos en un momento dado. Pero según nuestra hija va creciendo, nos encontramos ante un nuevo escenario. Cada vez más, será consciente de la curiosidad que sus rasgos suscitan. Y nosotros, como padres, le iremos transmitiendo determinado tipo de mensajes según reaccionemos ante las intromisiones.

Quizá no queramos que nuestros hijos se sientan constantemente examinados, y se vean habitualmente obligados a explicar o a escuchar explicaciones sobre lo que les diferencia de otros hijos o de otros amiguitos de su entorno. Pero ¿qué entenderán ellos si perciben que de alguna manera, nos violenta que nos pregunten por su adopción o sus rasgos? Los niños son especialistas en traducir el lenguaje corporal y emocional de los adultos. Son especialmente sensibles a estos detalles que emanamos en la comunicación con otras personas. Aunque nuestro objetivo, cuando cortemos la curiosidad de otras personas, sea mantener nuestra intimidad a salvo, los pequeños pueden creer que hay algo negativo en el tema adoptivo, y por ende, en su propia identidad.

Seguramente, al crecer, entenderán por si mismos y reclamarán, su derecho a no ser interrogados, a no exponer su vida ante propios y ajenos. Pero de momento, cuando son aún confiados, cuando toda sonrisa ajena les parece un regalo, cuando todo adulto amable puede ser incorporado rapidamente a su círculo social, percibir nuestra tensión o nuestro rechazo ante las preguntas incómodas puede ser malinterpretado.

Llegados a este punto, creo que es importante realizar en casa un trabajo de capacitación personal. Visualizar las situaciones que queremos rechazar, imaginar cómo nos hacen sentir y desarrollar respuestas adecuadas a las mismas con anticipación nos dotará de herramientas para enfrentarnos a estos momentos. No se trata de convertirnos en expertos en enfrentamientos, sino todo lo contrario. Lo ideal sería conseguir un pequeño repertorio de frases que nos permitan salir airosas del acoso inesperado de personas sin educación ni sensibilidad. Quizá en el momento, nos cuesta más improvisar una respuesta que no complique más aún la situación. Pero tener preparada una salida airosa puede ayudarnos a evitar un exceso de agresividad, o al contrario, a aguantar el abuso sin saber cómo evitarlo.

Cuando nuestros hijos crezcan, lo harán incorporando ellos también esta forma de afrontar las situaciones que les van a suceder a menudo.

En nuestras repuestas tenemos que ser capaces de reclamar respeto, sin negar de ninguna manera nuestro especial origen familiar. Una tarea complicada en la que afanarnos una vez más.

Y yo me pregunto ¿qué es lo que hace pensar a los demás que tienen derecho a saber? La respuesta es la diferencia. Cualquier aspecto que nos haga distintos de la mayoría, nos colocará siempre en el punto de mira de cierto tipo de personas. Seremos el foco de atención de aquellos que nadan en la homogeneidad, que no comprenden nada más allá de sus propios límites personales.

Y aún así...¡bendita nuestra diferencia!