jueves, 9 de enero de 2014

Con la espalda doblada.

Últimamente pienso mucho en las familias que adoptan niños con dificultades especiales, enfermos o discapacitados. Podría simplemente pensar en todas las que viven esta circunstancia sin ser padres adoptivos, la mayoría seguramente. Pero no. Lo que mi mente me envía es la circunstancia concreta de la adopción con un handicap especial. Por lo que lleva de voluntario, de decisión.
Recuerdo algunas conversaciones en las que se mencionaba el pasaje verde de china como una opción que agilizaba el proceso a cambio de pequeños problemas de salud solucionables en los pequeños. Y también lo que la realidad podía suponer en este sentido.
Y me viene a la cabeza la ligereza con que en algunos casos se enfrentaba este tema, con la ceguera que la búsqueda desesperada de un hijo puede acarrear.
A mi, como a muchas madres de cualquier origen y condición, la enfermedad me esperaba agazapada, sin dar la cara. Y se lanzó sobre la familia con la avidez de un animal hambriento atropellándonos y revocándonos en el miedo y la desesperación.
Pero eso fue solo el principio. Después empezaron otros dolores. Los asociados a a la vida que gracias a dios, sigue adelante.
De pronto la vida que antes era fácil ya no lo es. De pronto ya no puedes trabajar porque tu hija te necesita ahí, porque aún temes que en cualquier momento el animal acechante volverá a hacer presa en ella...en nosotros. Y entonces, aquellos tiempos en los que el bienestar económico se daba por hecho se vuelven cada vez más un recuerdo.
Y nosotros aún ingenuos creyentes en un estado protector que arropa a sus indefensos, confiamos en la ayuda que nos llegaría. Quizás una beca para logopedia, apoyo pedagógico y fisioterapia. Quizá una pequeña ayuda a la dependencia que nos abriera las puertas de algún centro de apoyo. Qué ingenuos, decía, qué confiados.

Pienso en los que se verán igual que yo, con sus hijos adoptados, enfermos o discapacitados, descubriendo todo lo que eso acarrea, lo que requiere y lo que exige...y me pregunto si encontrarán abiertas las puertas que yo encuentro cerradas.
Y recuerdo esos informes de idoneidad en los que el soporte social era un punto importante...y reflexiono al ver cómo es una piedra de toque imprescindible para salir adelante indemne. Esas manos que acompañan y ayudan cuando el corazón se cansa. Porque, a veces, la amarga realidad, es que muchas manos antes extendidas se vuelven esquivas y se prodigan menos cada vez. El dolor ajeno es como una enfermedad contagiosa de la que conviene apartarse.

De ser madre a ser enfermera. De disfrutar jugando a las muñecas a ejercer de terapeuta a tiempo continuo. De creer que siempre encontraría repuesta y orientación a las cosas que les pasan a mis hijos a descubrir que un encogimiento de hombros es una respuesta común. Es como navegar en un mar sin estrellas buscando a tientas el camino, sin brújula ni timón.
Salir adelante es la única opción. Pero a veces... Ay, a veces, se pierde de vista elhorizonte y solo los ojos tristes de mi hija cuando al final me falla la alegría son capaces de ponerme de nuevo a rodar. A rodar dejándome jirones en cada nueva vuelta. Y'curándome cada vez en los abrazos de mis hijos, en su sed de vida y su ávida forma de querer.