sábado, 16 de junio de 2012

Niñez Desamparada y Adopción: El relato de una hija adoptada

Niñez Desamparada y Adopción: El relato de una hija

Este post lo escribe una mujer que fue adoptada y es, como ella misma se define, una hija del corazón. Para mí es una lección de futuro, de cómo se puede consolidar una familia adoptiva sin perder en la oscuridad de la ignorancia el origen biológico. Ella escribe y cuenta muy bien todo esto en este post. Os lo recomiendo.

viernes, 15 de junio de 2012

Miguel de Unamuno y la propiedad de los hijos.

"...nadie es propiamente hijo de quién lo engendró, cosa muy fácil y sin mérito alguno, sino lo es de quién lo crió, lo formó y lo educó, poniéndolo en el lugar que le corresponde".

(Miguel de Unamuno)


He copiado esta cita del blog de Verónica Fiorito.* Como veis, el tema siempre ha estado en la mente de los que le dedican un tiempo a la reflexión. La duda que me queda, es si realmente, nosotros como padres, ponemos a los hijos en el lugar que les corresponde. Yo, diría que les damos el lugar al que tienen derecho, en el seno de una familia que les aliente y les reconozca como seres únicos, especiales y valiosos. Lo que sí creo es que ellos son los que nos ponen a nosotros en el lugar que nos corresponde al convertirnos en padres y madres. 


*En una versión anterior de este post equivoqué la referencia. Perdón por las molestias y perdón a Verónica. :-)

jueves, 14 de junio de 2012

Y tú ¿de quién eres?

De pequeña mi infancia estuvo ligada a un pueblo. Uno de esos pueblos extremeños, de casas blancas impolutas, de calles estrechas y sinuosas; un pueblo con olor a café, a aceite de oliva recién prensado, a roscas y magdalenas del horno de leña. Era un lugar especial. Un pueblo limpio y paciente, en el que el verano se dajaba caer como desmayado, acomodándose entre las encinas y las parras, atorrando las losas de la plaza. Monroy es además un pueblo con castillo. Un castillo medieval como los que poblaban los cuentos de mis libros. Con torreones y murallas, con foso y con misterios. Un maravilloso lugar en el que descubrir la vida sin prisa y sin obligaciones.

Nosotros vivíamos a su sombra. El patio de la casa que vio nacer a mi madre, que construyó mi abuelo con sus propias manos, se llenaba del sonido de las cigüeñas haciendo "gazpacho" en sus nidos. Las golondrinas y los gorriones atravesaban el cielo veloces como saetas, persiguiendo insectos. Y a veces, en los momentos más felices, escuchaba en la calle, subiendo, el resonar de los cascos de los caballos que volvían del campo.

Hablar de Monroy siempre me hace volar a mi infancia. Y hoy, me han llevado hasta allí mis hijos. Cuando llegábamos, la primera aventura para nosotros, niños de ciudad, era salir hasta la plaza, comprar una de esas barras enormes de pan blanco, de miga gruesa y sabrosa y corteza crujiente como una galleta. Salíamos, deslumbrados por el sol blanco y enorme y atravesábamos la calle, felices. Y, como cada año, éramos sometidos al ritual más común. Las abuelas del lugar se nos acercaban y después de escudriñarnos un rato nos preguntaban:

-Y tú ¿de quién eres?

Al principio no sabíamos qué responder a esa pregunta. Nunca nos habíamos preguntado a quién pertenecíamos. Nos quedábamos sin sabes qué decir. Pero la experiencia es un grado y después de varios viajes ya sabíamos perfectamente cuál era el protocolo en estos casos:

-Yo soy de La Mari, la de Tío Costuras (por ejemplo).

Había que definirse, dar la filiación y para terminar de aclarar bien la situación, incluir el apoyo ancestral que disipaba todas las dudas.

Me acordado de esto porque hace poco hablaba de la sensación que tengo de que mi hija es eso, mía. Pero esta vez, el asunto circulaba en el otro sentido, el que quizás, analizamos menos y es si cabe, más importante. Esta mañana mis hijos han protagonizado un debate acerca de esto de la pertenencia. Mi hijo mayor es muy cariñoso. Con sus ocho años, oscila entre una preadolescencia que empieza a querer asomar (socorro!) y un perfil de osito amoroso que me deleita hasta el alma. De pronto, mientras yo trataba de decidir qué menú ponerles para el recreo; algo que según él debe "comerse muy rápido para poder jugar a fútbol" y según mi hija "no puede ser sandwich, plátano, yogurt, manzana, zumo, bocadillo...". Total que en ese momento se me cuelga de una pierna como un perezoso. Yo, que no desperdicio ni un abrazo, le hago arrumacos y trato de seguir con lo mío prescindiendo de mi pierna. Y desde la mesa del desayuno escucho a la pequeña que observando la situación, informa a su hermano: "Mamá, es MIA". Inmediatamente, el niño se agarra más fuerte y tras sacarle la lengua contesta "De eso nada. Es MIA". Y ahí comenzó el debate. "Mamáaaa, ¿a que eres MIAAA?" "Nooo, es MIIIIIA".

Claro que lo soy. Soy de ellos como ellos son míos. Porque se nos ha quedado pegadita el alma y ya no veo dónde acaba la suya y dónde empieza la mía. Pero que me lo recuerden así, para empezar la mañana, es como una inyección de alegría que me hace caminar por las horas con los zapatos de hacer las cosas bien. Ellos nos hacen suyas y eso es lo mejor que a una madre le puede pasar.
:-)))


miércoles, 13 de junio de 2012

Horror en el comedor.


Suelo abordar este tema de vez en cuando, porque la hora de comer es un momento crítico en muchas familias. Cuatro veces al día, los niños se ponen delante de la tarea de consumir lo que les indicamos: desayuno, comida, merienda y cena. Cuando los niños tienen problemas para comer, estos tiempos pueden ser una auténtica pesadilla para las familias. Una fuente de malestar que empaña las relaciones entre padres e hijos y puede acarrear mayores complicaciones, incluyendo los trastornos de salud.

LA PRIMERA ETAPA. APROXIMACION A LA COMIDA SOLIDA.

Aprender a comer no es sencillo. Cuando un niño deja de mamar, o de tomar exclusivamente biberón, se produce una oportunidad de oro para conseguir que su relación con la comida sea buena para toda su vida. Es un momento delicado pero muy bonito. Los bebés están ávidos de nuevas experiencias y se prestan a todo tipo de nuevos sabores. Al principio, las limitaciones más importantes son las marcadas por los pediatras en cuanto a ritmo de introducción de los alimentos, teniendo en cuenta la edad, evitando así aparición de alergias alimentarias o en su caso, haciendo que den la cara cuando los niños son más mayores y por tanto, más resistentes.

En esos momentos, la alimentación de los niños es mucho más que el mero hecho de la nutrición. Los bebés no tienen prejuicios. No nacen creyendo que la coliflor o las espinacas son un castigo para el paladar. No saben de ascos y de manías. Pero nosotras si, y a veces, caemos en el error de contagiar a nuestros hijos nuestras preferencias y nuestras antipatías en la mesa.

Durante los primeros momentos, en la aproximación a la alimentación con cuchara, lo más importante es la actitud. Los niños deben ir acostumbrándose a las nuevas texturas, a los sabores diferentes, a los aromas. Hasta ese momento, la suavidad de la leche ha sido todo su universo gustativo.

Algunos bebés son muy lentos, otros muestran gran avidez, otros se distraen por cualquier cosa y pierden enseguida el interés. Es muy importante aquí, que la persona que les da de comer, sea paciente y cuidadosa. No es una buena idea, por ejemplo, engañar a los niños metiendo el chupete en la boca inmediatamente después de la cucharadita de puré. En este momento, el niño está tratando de aprender a manejar la nueva textura en su boca, acostumbrada solo a succionar y tragar. Si el bebé rechaza el puré, deberemos repasar cómo lo hemos realizado. Es mejor empezar con purés de un solo ingrediente, como la zanahoria, suave y dulce, más parecida a lo que han comida hasta entonces, para después ir añadiendo poco a poco los demás. La sal, no es necesaria de momento. También es preferible evitar endulzar los alimentos y dejar que descubran el sabor real de las cosas.

Poco a poco, iremos teniendo un rango mayor de alimentos permitidos que nuestros hijos podrán probar. Esta etapa es fundamental. Hasta los dos años, aproximadamente, los niños están en la llamada edad del si. Lo quieren probar todo; esto incluye todo lo que les rodea; los cochecitos de juguete, las ceras, los juguetes... Su relación con el mundo pasa por la boca, un órgano extremadamente sensible y que les proporciona una gran información.

Por eso, esta etapa hay que aprovecharla. Cuantas más texturas, sabores y aromas les presentemos, mejor. Evidentemente, no todo lo que les ofrezcamos les parecerá igual de interesante o de apetitoso. Pero estamos creando un hábito, un reconocimiento, una actitud acerca de la comida que será definitoria de lo que pase posteriormente en la mesa. Que un día no quieran un alimento, no puede suponer que nunca más se lo ofreceremos. La evolución de su paladar en muy rápida y deberemos probar de nuevo más adelante, sin recordarle nada del tema.

Los niños pequeños pueden masticar. A veces, la tentación de ofrecer los alimentos muy molidos puede ser muy grande. Pero, pasados los primeros momentos, cuando los bebés necesitan una comida muy suave y muy bien batida, debemos comenzar a ofrecer los alimentos lo más cerca posible de su estado original.

Cuando mi primer hijo tenía doce meses, le llamaba mucho la atención lo que yo comía. Nos sentábamos a la mesa juntos y comíamos lo mismo. Pero si, por ejemplo, teníamos acelgas con patatas, las mías estaban en trozos, con su sofrito por encima. Y las suyas, trituradas en forma de puré. Enseguida descubrí que la que a mi me parecía una textura desagradable, la de las acelgas, a él, simplemente, le producía curiosidad. Empezó a comerlas con las manos, masticando poco a poco. Y yo empecé entonces a pasarlas por la picadora, no por la batidora. Así conseguía trocitos pequeños, pero seguían diferenciándose las patatas, las acelgas... Este sistema nos llevó poco a poco y tranquilamente hasta el momento de cortarle los trocitos con tijera o con cuchillo, a la medida de sus posibilidades de masticación.

Otro detalle que creo que es importante es el de ofrecer todo a probar a los niños. Salvando las lógicas excepciones en cuanto a alimentos prohibidos para los niños (picantes, excitantes, alcohol, etc) los niños lo pueden probar todo. Después, no todo será de su agrado, pero se acostumbrarán a darle  una oportinidad a los nuevos alimentos o preparaciones que van apareciendo a lo largo de la vida. En este sentido, es importante también ir variando las formas de preparación de la comida frecuentemente, para evitar que se acostumbren por ejemplo, a la tortilla de mamá, aborreciendo cualquier variación. En este sentido, un niño de dos años y medio, puede disfrutar de las preparaciones más elaboradas, con sofritos, salsas y demás variantes.

Después, aproximadamente a partir de los tres años, los niños van volviéndose más selectivos. Ya no es tan sencillo presentar nuevos alimentos y conseguir que prueben cosas nuevas. Lo que hayamos conseguido hasta ese momento será lo que defina su relación con la comida y en la mesa en general.

Pero, como todas las madres adoptantes sabemos, no siempre hay oportunidad de empezar a construir desde el principio.





SEGUNDA ETAPA. "ESTO NO ME GUSTA"


La hora de comer, cuando los niños ya no son bebés, es mucho más que el momento de recargar energía. Como muchos padres sabemos, puede ser un momento de gran tensión en el que entran en juego muchos factores ajenos a la alimentación: relaciones de poder, rebeldía, afirmación, control...

Cuando nuestros hijos adoptados llegan a casa, traen consigo sus rutinas alimenticias. Habitualmente nosotras, las madres, las desconocemos. Y si las conocemos o las intuímos, normalmente no podemos ni deseamos mantenerlas porque no suelen ser las más adecuadas en muchos sentidos.

Pero además, los niños traen consigo, su propia relación con la comida. Una relación afectada por muchos factores: escasez, falta de atención o ayuda para comer, tiempo limitado, monotonía, tensión, malas experiencias (comida ardiente o helada...)...o simple y terriblemente, hambre.

Este bagaje de entrada puede ser un grave problema a la hora de comer en casa.
Lo más habitual cuando los niños llegan es la avidez por la comida. Esto es muy común, incluso en niños que aparentemente no han sufrido de hambre. Son los pequeños que tratan de comerse además de lo suyo, lo de los demás. Que comen cualquier miga que se caiga del plato. Que, en un cumpleaños, no se separan de la mesa de la comida y no juegan ni participan en nada, solo pendientes de lo que pueden comer.

Hace poco, en el precioso blog "Cuaderno de Retazos", leía acerca de los niños que no sabían reconocer la sensación de hambre. Niños que lloraban, se ponían furiosos, desconcertando a los padres que no reconocían lo que ocurría. ¿cómo reconocer una sensación y saber que se cura comiendo, si quizás nunca has tenido la ocasión de ponerle remedio anteriormente?

No me voy a extender en las peculiaridades que nuestros niños muestran ante la mesa. Cada familia reconoce las suyas, con sus matices particulares.

Yo también me he visto enfrenta, y aún me veo, a esta situación con mi hija pequeña.

Cuando llegó tenía una gran avidez por la comida. Pero, al mismo tiempo, su rango de aceptación de alimentos era muy pequeño. Casi todo le daba arcadas, escupía la comida de la boca y se negaba a comer. Simultáneamente, era increíble el control de la cuchara que tenía. Con solo quince meses era una profesional comiendo sopa. No se derramaba ni un fideo. Y no sobraba ni una gota.

Durante los primeros tiempos, intenté aprovechar que aún era casi un bebé para ofrecerle nuevos sabores. Cada día insitía un poco con algunos de los rechazados, como el plátano. Un pedacito nada más. Pero cada día. Y poco a poco fuimos dando pasos.

Durante una etapa intermedia, la niña comía bastante bien. Nunca conseguí, como con mi primer hijo, que se abriera a la comida con confianza. Siempre fue recelosa y escrupulosa. Pero comía contenta y sin problemas.

Sin embargo, los problemas en la mesa reaparecieron de forma repentina y virulenta. De pronto (o quizás no, y no me di cuenta de lo que se avecinaba) la niña ya no disfrutaba comiendo. Nada le gustaba, rechazaba cualquier comida, incluso de forma agresiva...un drama. Fue limitando su espectro de alimentos aceptados hasta un límite insostenible. De pronto dejaron de gustarle los yogures, las tortillas de cualquier tipo, la carne, el pescado, los sándwiches, los bocadillos, el jamón, los cereales... ¿os imaginais planificar un menú para dos niños con estas condiciones?  De momento, solo se libran las patatas fritas, las galletas y los dulces en general.

Así que volví a mis libros. Y os comentaré, por si os sirve de utilidad, cuáles son los sistemas que me están funcionando.

Después de analizarlo mucho me dí cuenta de que mi actitud alimentaba el problema. La niña veía claramente que el tema me preocupaba. Hablaba de ello, con ella y con mi marido, me frustraba o me enfadaba. La reñía o la premiaba, tratando de encontrar el camino...

Poco a poco, la niña encontró en la comida una herramienta de control. Este tema, el de las actitudes asociadas a la hora de comer es muy importante. Muchas veces no hay más que prestar un poco de atención a lo que ocurre en la mesa para detectar qué está pasando.

Una de las situaciones más típicas es la de la búsqueda de rol. A veces, en una familia, cuando nos sentamos a comer, cada uno tiene su papel. Los mayores mantienen una conversación, los niños más grandes participan...y los más pequeños lo intentan pero no siempre lo consiguen. Ahí se produce un momento peligroso. ¿Qué ocurre cuando en una familia que come reunida, en medio de una conversación animada, el más pequeño deja de comer? Todo se detiene. Alguien se dedica completamente al niño, tratando de que coma. Todo el mundo le mira y seguramente le dicen algo, incitándole a comer, comentándole cómo está la comida, incluso reprochándole el comportamiento. Es decir, se ha convertido en el protagonista de la mesa. Es un rol incómodo, desde el punto de vista de un adulto, pero desde el de un niño, tener a su madre encima, con atención exclusiva, vale la pena.

Este aspecto, sin embargo, es el más sencillo de controlar. Si el niño come tranquilo, hay que incluirlo en lo que pasa en la mesa y hacerle ver que, las personas que comen tranquilamente, participan en las conversaciones. Cuando lo haga se le presta toda la atención positiva que necesita y merece.

Por otra parte hay que controlar muy bien el asunto comida. Si nuestro niño ya está comiendo mal y es mayorcito, es buena idea hablar con él y explicarle por ejemplo: "mira, he estado pensando y me he dado cuenta de que tenemos un problema a la hora de comer, porque siempre acabamos enfadados y tú te pones muy triste. Como mamá no quiere verte así, a partir de ahora no vamos a pelear más." Esta información, al niño le ayudará a dar un primer paso para ir relajado a la mesa. DEsde luego, hay que cumplir lo prometido y empezar a olvidarse de regañinas, castigos o presiones para comer.

La estrategia debe comenzar por las raciones. Habitualmente, ofrecemos a los niños raciones mucho mayores de lo que realmente necesitan. En nuestro caso, comenzaremos a ofrecer a los niños que tienen problemas en la mesa, raciones muy muy muy pequeñas. Ridículamente pequeñas. Pongamos que tenemos lentejas. Al niño no le gustan. En un plato grande le colocaremos una cucharada de lentejas en el centro. Parecerá muy poco, y ese es el objetivo. Un niño que no come bien, solo de ver el plato lleno ya se agobia. No comentaremos NADA acerca de la cantidad de comida que le damos. No entraremos en debates acerca de la comida. No discutiremos antes de comer si le gusta o no, desviaremos su atención hacia otras cosas, como poner su plato favorito...Cuando se siente, con toda la familia, le ponemos el plato delante. Normalmente, se quedan perplejos ante la miniración. Y aquí hay dos teorías:

Según Carlos González en su libro "Mi niño no me come", si no lo come, al cabo de unos minutos prudenciales le preguntamos si ha terminado y pasamos al segundo plato, repitiendo el protocolo. No saltamos ningún plato, ni el postre y no comentamos nada si no se lo come. Eso si, no compensaremos lo no comido, con un vaso de leche, ni ningún otro alimento hasta que toque la siguiente comida y pongamos lo que toque.

En mi caso, he optado por una variante, porque mi hija se sostenía a base de fruta, flan, o de las meriendas y comidas de media mañana. Se saltaba los platos alegremente y su alimentación era muy limitada.

Así que yo utilizo un método intermedio.

Una vez ofrecida la miniración, les informo de que para pasar al siguiente plato hay que comerse el anterior: la miniración. Procuro además, que si el primer plato no es de su gusto (96% de probabilidades!!) el segundo le resulte más atractivo. Y cuando va pasando el tiempo y no lo come (muchas veces) le pregunto tranquilamente "¿has terminado?" cogiéndole el plato. Normalmente lo agarra y dice que no. A veces, es buena idea ofrecerse a ayudarles "¿te ayudo un poquito?" pero siempre asegurándonos de que les echamos un cable ( y un mimo) y no les forzamos con la cuchara, sino, lo habremos perdido todo.

Si se acaba el plato (fácil, si se pone se lo come en tres cucharadas), les preguntamos si quieren un poco más. Sorprendentemente, a veces dicen que si. Y les ponemos otra pizca. Esto se puede repetir algunas veces, pero recordando que tenemos segundo plato y si se llenan deberemos considerar que ya no tienen más hambre. Es mejor que lleguen a los dos platos. Vamos creando rutinas. Con el segundo plato, repetimos el proceso exactamente igual.

Y no comentamos nada. Ni qué bien, o cuánto has comido...nada que ligue nuestro estado de ánimo a lo que ellos consumen en la mesa. Esto es muy importante porque no enseñamos que comer o no comer tiene efectos de control sobre los demás, otorgando a la comida un peligroso poder que podría ser nefasto en el futuro. Es una de las bases de los trastornos alimenticios. Lo que sí se puede alabar es el comportamiento: "qué bien te has portado hoy en la mesa. No te has enfadado ni has llorado. Muy bien hecho."

Con este sistema, seguimos ofreciendo a los niños los diferentes alimentos que se comen en casa. Tratamos de que los vayan probando e incorporando. Y, aunque quizás coman poco de ellos, van aprendiendo a tolerarlos e incorporando sus sabores y sus texturas.

En cuanto a la cantidad, los niños comen lo mismo con este sistema. No es un método para que coman más. Es una forma de que coman mejor y de que su relación con la comida sea más sana. Y eso repercute directamente en el bienestar de toda la familia.

Espero que este post os sirva de ayuda. Me gustaría saber si alguna de vosotras ha vivido algo similar y tiene alguna otra idea acerca del tema.



lunes, 11 de junio de 2012

Con los ojos del corazón

Ultimamente me he dado cuento de algo curioso. Se trata de mi hija. Con sus ojos de luna negra, su nariz de botón y sus labios de corazón es evidentemente asiática. Preciosa como un sol y como no podía ser de otra manera, la niña más bonita del mundo para su madre.

Recuerdo cuando llegó. La miraba en su cuna, la miraba en el parque, la miraba en la silla...trataba de aprendérmela de memoria. Me resultaba exótica y diferente. Me llamaba la atención la forma de sus ojos, como pececillos sin cola. La manera en que sus labios se levantan. Su frente redonda, su piel morena... La observaba y la analizaba tratando de hacer míos esos rasgos distintos. La veía y veía su país de origen. Me recordaba a aquellas mujeres hermosas, de largas melenas y pómulos perfectos.

Dos años y medio después, de pronto, me he dado cuenta de algo. Cuando miro a mi hija solo veo una niña más. No soy capaz de ver nada exótico en sus rasgos. Cuando la observo, por alguna curiosa razón, se han borrado todos aquellos detalles que la hacían diferente. Se me ha vuelto tan mía que no soy capaz de reconocer aquello que me llamaba tanto la atención. Es tan intenso esto, que a veces, pregunto: ¿a tí te parece que a la niña se la han borrado los rasgos asiáticos? Y, curiosamente, la gente que nos quiere y que pasa tiempo con nosotros se queda pensando un momento y contesta: "pues ahora que lo dices...yo no la veo nada asiática". Y lo es, desde luego. Pero ¿qué ha ocurrido ahí para que ya no seamos conscientes de ello?

Antes, cuando entrábamos en un restaurante, por ejemplo y le gente nos miraba, yo siempre creía que estaban analizándonos porque éramos algo distintos, con un niño rubio y una niña asiática. Pero ahora, cuando entramos y nos miran, lo que mi viene a la cabeza es que nos falta la cabra y la escalera para ser un pequeño circo. Pero, por el ruido que hacen mis dos retoños a la hora de organizarse. (yo me pido esta silla, no me la he pedido yo, pues tú has llegado tarde, mamáaaaaa...¿os suena?) Se me ha olvidado que mi hija no nació de mí. Se me ha olvidado que no se parece a su padre o a su madre. Se me ha olvidado que, supuestamente, somos diferentes. Hasta tal punto que a veces, después de una de esas charlas de parque con otra madre desconocida hasta entonces, me preguntan "¿te estaba preguntando por la adopción?" Y yo, me sorprendo y digo. "qué va. Si no creo ni que se haya dado cuenta."

Se me ha olvidado porque mi hija ya es MIA. Definitivamente. Y ahora mis ojos, no la ven desde la pupila. La ven desde el corazón. Y ven que se ríe como mi hijo. Y que se enfada como yo (mmmssss). Y que es la niña de los ojos de su padre. ¿Que no se nos parece? Como dice siempre mi madre: "hija, no la habrás parido, pero es que es igualita que tú con su edad". Eso es lo que yo llamo, la increíble y maravillosa genética aérea. La que asegura y consolida, la formación del clan. No importa cómo seamos por fuera. Poco a poco nos iremos contagiando del aire de familia con que el amor común  nos cubre a todos.