miércoles, 29 de octubre de 2014

Construir el tiempo perdido



Educar, habitualmente, es acompañar en el proceso de desarrollo social, emocional y cognitivo de nuestros hijos. Una árdua tarea, como cualquier padre o madre responsable sabe bien.
Pero en el caso de los niños adoptados, educar significa también restaurar, edificar, afianzar.

Cuando un pequeño es lanzado al mundo sin el abrigo del amor parental, el frío puede ser muy doloroso. La falta de atención adecuada o suficiente propia de muchas instituciones coloca a los pequeños al borde del abismo. Los supervivientes conservan las cicatrices del proceso. Algunas para siempre.

Y después llegamos nosotros.

Explicar a los niños cómo llegaron a nuestras vidas es una de las claves de la construcción familiar. Y uno de los puntos fuertes de atención para todas las familias adoptivas. Enseñamos a nuestros hijos todo lo que podemos acerca del proceso, de su búsqueda, de su llegada al clan, al hogar, a nuestras vidas.

Cuando el desarrollo de las familias adoptivas es normal, los niños crecen con los detalles de su historia presentes de forma sencilla, abierta y asequible. Ven las fotografías de su casa cuna u orfanato, del día del encuentro, de la primera vez que los sostuvimos en brazos... del viaje a casa. Y se convierte en su historia.
No en vano, la mayoría de los padres y madres adoptantes trabajan para que ese momento sea algo asumido y normalizado. Sin dejar para un futuro incierto las revelaciones novelescas de los orígenes, sin permitir que los secretos se instalen y empañen la confianza.

Sin embargo, hay otro proceso fundamental que es imprescindible y sin embargo, no se le presta la suficiente atención. Quizá, porque es más difícil de afrontar. Se trata de la construcción del tiempo perdido: el periodo de vida anterior a nosotros.

Cuando los niños biológicos crecen, les encanta que les hablen de su nacimiento. Recrear su llegada al mundo, sus primeros momentos, sus balbuceos iniciales y cómo a sus padres se les caía la baba con sus monerías. A los niños adoptados les hablamos de su llegada a nuestra vida: cómo les buscamos, cómo les deseamos, cómo eran cuando les vimos, sus gracias, sus sonrisas, nuestra emoción...

Es un proceso positivo y necesario. Un parte básica de su historia personal. Pero no la única. Los niños nacieron para el mundo antes de hacerlo para nosotros. Hay toda una enorme parte de su vida de la que nosotros no fuimos partícipes. Desde el momento de su concepción, su desarrollo intrauterino, su nacimiento...hasta llegar a casa. Un periodo del que a veces no tenemos ningún dato fehaciente, ningún detalle. Y sin embargo este periodo es de una enorme importancia para la construcción de la propia identidad. Los niños necesitan saber acerca de esa parte de su vida: cuando estaban en la barriga de su madre biológica; cuando nacieron; y todo ese tiempo en el hospital, el orfanato, la familia de acogida...

A veces, insistimos tanto en el aspecto adoptivo de su vida, reforzando el momento de encuentro y todo lo que comentaba más arriba, que conseguimos que nuestros hijos se confundan: no tengan conciencia clara de su origen biológico. El hijo de una querida amiga llegó a pensar que procedía de un huevo.

Quizá parezca irrelevante ofrecer a los niños datos sobre esta parte de su vida que parecen no recordar. Sin embargo, observando a los pequeños, podemos encontrar las claves que nos muestran que están necesitando esa información. En los dibujos de una pequeña adptada de cuatro años, solía reproducir una cuna. Y dentro de ella..nada: garabajos negros que se repetían una y otra vez. El bebé que ella misma representaba no tenía una imagen en su mente. No había adquirido entidad alguna. Nadie le había hablado de aquella parte de su pasado.

Todos los seres humanos tienen derecho a su propia historia. Con sus luces y sus sombras. La de nuestros hijos adoptados tiene algunos aspectos muy difíciles de abordar. En algunos casos, extremadamente difíciles.Recrear para ellos el tiempo perdido no significa enfrentar a los pequeños a los demonios de un pasado terrible. Significa construir para ellos una memoria vital en el que todos los procesos por los que han pasado queden recogidos. Pero siempre  a la medida de sus necesidades, de sus posibilidades y de su conveniencia.

Necesitan saber que estaban en la barriga de una mujer: una madre biológica que hizo su parte del trabajo. Que durante el embarazo fueron una lentejita, un garbancito, un muñeco "barriguitas" y finalmente un bebé. Que nacieron de un parto. Que eran pelones o peluditos; que al principio tenían los ojitos cerrados y los puños apretados. Que sus deditos eran diminutos y preciosos. Que alguien los cuidó, les abrigó y les alimentó. Que se tomaban sus biberones de un trago. Que se hacía pis en el pañal.

Necesitan saber de su vida en el orfanato. De sus carreras con el taca-taca. De sus compañeros de cuarto, sus cuidadoras, sus juguetes favoritos. De sus primeros pasos y su primer diente.
de cuando aprendieron a usar el orinal...

Todo eso es su historia. Una historia que para un niño pequeño representa un elevado porcentaje de tiempo. Y de emociones.

Y no sirve decir que los niños no recuerdan esos momentos. El refugio de la falta de memoria es una trampa muy peligrosa. Nos puede impulsar a permitir que los niños crezcan llenos de huecos. De silencios y negruras que se traducen en inseguridad y pérdida.

La gran pregunta es...¿cómo construyo para mi hijo una parte de su vida de la que no tengo datos?
Con sentido común. Lo que los niños necesitan no es tanto tener muchos detalles exactos, como la oportunidad de reconocerse en esos momentos. De poner en su sitio todas las fechas de su corta pero cambiante y dificil vida. Contarles lo que seguro que ocurrió, los hechos que siempre se repiten en cada uno de nosotros. Porque ellos también fueron fetos, nacieron y fueron preciosos y maravillosos bebés que olían a puro y merecían ser amados. Y tienen derecho a escucharlo. Aunque nosotros no estuviéramos allí. 

Esta recreación tiene además otra función importantísima: hablar de ese tiempo con cariño crea para los pequeños una sensación positiva de esa etapa, sin empañarla de tristezas, carencias, miedos y rencores. De sus deprivaciones y las partes oscuras de su historia ya nos ocupamos nosotros. Ellos merecen saber que eran bebés maravillosos y dignos de amor y afecto. Incluso, por supuesto, antes de llegar a casa.

Yo, a mi hija, le escribí un cuento contando todo lo que ella necesitaba saber. Y su expresión al escucharlo fue inolvidable. La posibilidad de tener el cuento en las manos, de manejarlo y explorarlo a su aire lo convirtió en una estupenda herramienta. Acude a él y a otros que le he ido escribiendo, cuando lo va necesitando. A veces conmigo o su padre, a veces a solas. Y piensa, analiza, pregunta, explora y reconoce su pasado antes de mi. Tranquilamente y sin presiones.  Es el maravilloso valor terapeútico de los cuentos.

Un cuento para contruir, en esta ocasión, el tiempo perdido. Un paso más en la construcción de una identidad saludable y completa para nuestros niños.


martes, 28 de octubre de 2014

Me cambio de familia

Y ¡ala!. Ya estamos en el lío. Lo sabíamos. Desde el minuto menos diez desde que emprendimos la aventura adoptiva. Pero, entre la vorágine de la vida cotidiana y los problemas que te va regalando el día a día, pensaba que no llegarían. Al menos no tan pronto.

Me refiero a los conflictos derivados directamente del hecho adoptivo. Esos que hemos leído y analizado tantas veces.

Pero la peque no se olvida. Hablábamos ayer, es un decir, de la percepción que está mostrando la niña hacia su vida sin nosotros. Al contacto con su pasado anterior a la adopción y el procesamiento emocional del mismo. A sus huequitos recién expuestos verbalmente.

Pues ese árbol tiene muchas ramitas. Y últimamente se está traduciendo en un bombardeo de inseguridades relacionadas con su lugar en la familia. Cada vez que hay un enfado te amenaza con buscarse otra madre. A veces, abre la puerta y se va. Pero ya, al contrario de lo que ocurría cuando el vínculo estaba aún en el horno, sin terminar de cuajar, es un farol. Se queda en la puerta esperando y cambia de opinión. Debe pensar que más vale malo conocido...Y ahí estoy yo esperando cada vez, recordándole que de familia no se cambia. Que somos, como dice ella, "para todo el rato".

Esto es muy común en los niños, aunque hayan nacido en casa. Es una fase evolutiva normal. Prueban sus límites de libertad y de paso te ponen a prueba a tí. Es como un control de pertenencia. Una buena opción es no darle demasiada importancia. Recuerdo a mi hijo mayor con tres años haciendo una noche su maletita. Metió en su mochila del cole su osito, su cuento y su coche favorito y, vestido con su pijamita de bebé grandote, nos informó a mi marido y a mi de que se iba a vivir con los abuelos porque los echaba mucho de menos y todos los vuelos salían de noche.Qué ternura.

Pero en el caso de mi hija la cosa va más allá. Tiene la sensación de que realmente podría cambiarse de madre si quisiera. Y me lo dice con frecuencia. Después, cuando se le pasa el enfado "me regala" un poco más de tiempo conmigo: "vaaaale. Eres mi mamáaa..."

Y sobre todo, esta situación se desarrolla en medio de un periodo en el que se plantea abiertamente su pertenencia a la familia. Ultimamente me ha dicho cosas del tipo "tu no eres mi madre, papá no es mi padre, pues ya no soy tu hija, mi hermano no es mi hermano..." (sic). Indagando en el tema, tratando de encontrar un detonante a este despliegue repentino aparece el nombre de una compañera de colegio. Una niña de seis años que según mi hija es quien le dice estas cosas. No es una información fiable al cien por cien, porque la niña es muy fantasiosa, pero con el paso del tiempo he llegado a creer que esta puede ser la fuente del conflicto.

He preguntado en el cole, pero ellos no han percibido nada y en nuestro caso, con un aula de tan solo diez niños no es tan difícil interceptar alguna alusión de este tipo si se produce. Así que no sé bien de dónde sale el tema.

Pero la cuestión es que ahí está.

Durante mucho tiempo he tratado la cuestión de forma enunciativa: informándola de que las familias son para siempre. Porque en el fondo, esa es la base de sus dudas. Explicándole de nuevo cómo llegamos a convertirnos en familia, acudiendo otra vez al arsenal de cuentos, vídeos y libros en los que ella es la protagonista.

Pero el otro día cambié de enfoque. Seriamente, con cara de estar enfadadilla, le informé de que las madres no se cambian. Ni los hijos tampoco. Y zanjé la cuestión....por el momento, claro.

Creo que normalizar el tema, pasa por no permitir la manipulación emocional de los niños. ¿qué ve un pequeño que encuentra una blandura especial en sus padres cada vez que saca el tema? Pues apertura si, pero quizás también inseguridad y la oportunidad de crear una situación de protagonismo que puede no corresponder con el momento en concreto.

Nuestros pequeños se mueven en un círculo de inseguridad, control y manipulación delicado. En el caso de mi hija, la necesidad de control es muy elevada. Un problema que estamos tratando de aligerar y del que me gustaría hablar más adelante.

De momento, nos centraremos en recordarle sin cansarnos, que esta es su familia. Para todo el rato y con todas sus consecuencias. Y seguiremos atentamente sus evoluciones en esta construcción que ha empezado tan pronto. Al menos para mi.