miércoles, 11 de noviembre de 2015

LA EMPATÍA Y LA RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS




Educar es una tarea de titanes. A veces, de tanto repetir las mismas cosas nos sentimos un poco como aquel Sísifo, condenado a empujar la pesada misma piedra por la misma inclinada colina...eternamente. Parece que no avanzamos. Que el camino recorrido se vuelve atrás y comenzamos cada vez desde el mismo punto de partida. 
Y eso puede resultar agotador.
Sobre todo, porque para ser eficientes educando, tenemos que tener antes que nada, nuestro propio control emocional perfectamente estructurado. O hablando en términos más caseros: no perder los nervios cuando las cosas se ponen peliagudas.

Casi nada. 

Todas tenemos en la mente esa imagen ideal de la madre paciente, de teleserie, que aborda con una sonrisa, una fina ironía y en el peor de los casos, un leve fruncimiento de entrecejo, los avatares de la relación paterno-filial. Pero tengo que decir algo en relación a esa imagen tan ideal: que es eso, simplemente una imagen de teleserie. Nada que ver con la realidad.

Cuando las cosas se ponen difíciles, nuestras propias emociones se ponen al frente de la situación en numerosas ocasiones transformándolas en un muro que nos impide acercarnos al momento de una manera eficiente. Evita que podamos recurrir a una de las herramientas más eficaces e importantes para educar: la empatía.



Pongámonos en el caso. Los berrinches son uno de esos momentos desesperantes que muchas madres y padres vivimos recurrentemente. Hay niños que nunca los tienen: una rara bendición. Pero hay mucho otros que son, permitidme la broma, profesionales de los mismos. Y ante un niño que grita y patalea sin control, a veces durante horas, son pocos los adultos que consiguen mantenerse impasibles.

Unos padres que tratan de sobrevivir a un berrinche de grado diez estarán como poco irritados, angustiados y, en el caso de que el espectáculo se organice en un lugar público. avergonzados y presionados por la mirada ajena (los supermercados son infalibles catalizadores de berrinches). Y en este estado ¿cómo encontar la escucha activa y atenta que la empatía requiere para activar sus maravillosos mecanismos?


Otro día os contaré la receta para momentos de berrinche, pero hoy os diré que simplemente, se trata de entender lo que está causando el malestar a nuestro hijo: aunque nos parezca una tontería, un capricho egoísta o cualquier otra emoción más o menos negativa. Se trata de escuchar y atender positivamente. Esto no quiere decir dar la razón o alentar, sino entender. Y hacer ver al niño angustiado, irritado o furioso, que lo entendemos y damos valor a sus sentimientos. Esto últimos es primordial: lo peor que se le puede decir a un niño angustiado es "por esa tontería no se llora", por ejemplo. Si se siente mal, se siente mal y atendemos ese malestar emocional de forma positiva por absurda que nos pueda parecer la causa. Y sin dejárselo entrever. Muchas veces no es fácil: si lloran porque se les ha partido una galleta, les consolaremos entendiendo, pero no alentando, el sentimiento.Y sobre todo ¡no acabaremos pegándola con celo! 

Es una comunicación mágica. No es la cura de los males desde luego: hay que trabajar después en cada situación, pero es el paso que permite acceder al mundo emocional del niño alterado. Un paso imprescindible para avanzar.

UN EJEMPLO PRÁCTICO

En el colegio de mi hija hay una niña que constantemente está causando problemas. Peleas con otros alumnos, insultos, desafíos a los profesores...la niña solo tiene seis años. En mi casa, su nombre se convirtió el curso pasado en una presencia permanente. Ella era la protagonista de las historias que mi hija contaba del colegio. Historias en las que ella siempre era la sufridora. Sus comentarios eran tan malintencionados que consiguió incluso una regresión en mi hija que se llenó de miedos y de inseguridades. Reuniones en el colegio, intervenciones de la orientadora, psicólogos escolares...pero el curso pasó sin cambios en ese sentido.

Os confieso que hubo momentos en que sentí que esa niña era el enemigo. Un enemigo con capacidad para hacer daño, del que no sabía cómo defender a mi hija. Pero... es solamente una niña de seis años. Perdida en su propio laberinto emocional.

Así que, este año, decidí intentar darle la vuelta a la tortilla. Comencé acercándome a ella por las mañanas, en la fila, sonriéndole y haciéndole algún comentario amable. Al principio reaccionó sorprendida y desconfiada. Pero en dos días, su sonrisa empezó a ser habitual. Yo, cada vez que la veo, le digo la suerte que tenemos de que en la clase haya una niña tan fuerte y tan alta (es mucho más grande que los demás) en la clase. Que así podrá cuidar a los más pequeños, especialmente a mi hija que está, le dije, encantada de que sea su compañera. (no veais la cara de mi hija cuando lo oyó la primera vez. Después, se identificó con la idea y ella misma comenzó a cambiar),

Un día, le dije que teníamos muchas ganas de invitarla a merendar. Si hubiérais visto el brillo de esos ojitos. ¿Su respuesta?: A mi mamá lo que le gusta es el té ¿tú puedes hacerle un té?

Unos días más tarde, en la puerta del aula, cuando llegamos nos esperaban ella y la maestra. Al parecer el día anterior habían discutido por unas tijeras y la maestra quería que se disculpara con mi hija. La niña  no quería. La maestra de pedagogía terapeútica trataba de ayudar instándola a pedir perdón, pero la niña se negaba. Mi hija, atrapada y sorprendida, mochila al hombro aún, decía sin que nadie la escuchase que ella ya la había perdonado. 

La niña cerraba los ojos tratando de escapar de la situación. La profesora le decía que eso no le iba a salvar de pedir disculpas. Y ella negándose en rotundo a hacerlo se bloqueaba cada vez más.

¿Qué se podía hacer? Empatizar. Simplemente.

- Estás muy triste ¿verdad?
-Si...
-¿Te sientes muy mal por lo que hiciste y no quieres hablar de ello...?
-Si...
-No pasa nada. A todos nos salen mal las cosas algunas veces. Nos enfadamos demasiado y molestamos a los demás. A los mayores también nos pasa. Pero luego, cuando nos damos cuenta, nos disculpamos y ya está. Tú eres una niña buena, pero te salieron las cosas un poquito mal ayer¿verdad?
-Siii . Perdón (suavecito y sincero). - Y se abrazaron."

No sé cómo fue ese día para las dos niñas, pero seguro que más sencillo que si hubiera comenzado con un castigo y una niña llorando y culpando a la otra de su disgusto. 
















 

martes, 10 de noviembre de 2015

NUEVO SERVICIO DE APOYO A LAS FAMILIAS ADOPTANTES EN TENERIFE

Durante años he hablado de lo abandonados que podemos sentirnos los padres adoptivos ante las dificultades que aparecen en numerosas ocasiones con nuestros hijos. La institucionalización es como un flotador que recoge a los pequeños que flotan en el proceloso mar del abandono; el físico, el emocional, ambos...Pero ese flotador es áspero y duro. Y deja heridas. Algunas de ellas profundas, como ya sabemos bien.

Nuestras vidas están sometidas al escrutinio de las autoridades. Nos sentimos juzgados y vigilados y debemos soportar la invasión ajena en la intimidad más profunda de nuestras  relaciones familiares. Y la queja común siempre es la misma: ¿para qué tanta intromisión si no existe una respuesta adecuada a las dificultades?

Pero de repente, ayer, ocurrió algo que me pareció asombroso. Cuando sonó el teléfono y alguien al otro lado se presentó como un funcionario de Asuntos Sociales, pensé que de nuevo, iban a requerirme algún documento o informe relativo a nuestra marcha familiar. Me equivocaba. Se está poniendo en marcha un servicio de acompañamiento y ayuda a las familias adoptantes en Tenerife, mi comunidad y me llamaban para informare directamente de ello y para invitarme a utilizar sus recursos.

No os imagináis cómo me sentí. Aún a la espera de saber cómo funcionará el servicio, en qué se concretará la ayuda y si responderá a las necesidades reales, me sentí como una niña el día de reyes, sentada ante la caja de regalo empaquetada en la que cree que encontrará un deseo largo tiempo esperado.

Es como agua en el desierto. De pronto, tras la gris y dura fachada del organismo oficial, se asoman las ideas y los proyectos de personas que realmente apuestan por mejorar las cosas. Y en mi caso particular, navegando entre terapias, proyectos de apoyo y un esfuerzo permanente por construir para mi hija una vida mejor, una ayuda  inesperada, gratuita y ofrecida de forma generosa se convierte en una luz. Y mientras averiguamos cuánto calor podrá darnos, disfrutaremos de la esperanza que emana de ella. Quiero creer que las cosas pueden cambiar, creer en las personas que están detrás de la burocracia y creer que un día, miraremos atrás y nos asombraremos de lo que hemos avanzado.

Sé que hay comunidades que no disponen de apoyos ni ayudas, igual  que la nuestra hasta el momento. Pero creo, que hay que pedir, solicitar y presionar sin descanso hasta que nuestras quejas y proposiciones lleguen hasta alguien que crea que es posible. Solicitar reuniones con los directores de área, exponer ideas y quejas. Nos os sintáis nunca demasiado pequeñas para intentar cambios. Yo misma lo hice y quizás mi granito, mi petición, sirviera de algo.

Cuando los niños y sus familias comienzan su recorrido juntos, es importante saber que las dificultades pueden aparecer y que eso forma parte de la normalidad. Que no es una rareza y que nuestro hijo no es peor que los demás, ni nosotros, peores que los otros padres. Y por ende, es imprescindible conocer que existe una manera de avanzar aprendiendo, con ayuda, a sortear, enfrentar y superar esas dificultades.

Hay que dejar de vivir la adopción creyendo que hay que ser superpadres que pueden con todo por sí mismos. Dejar de sentir que necesitar ayuda es una muestra de fracaso o de incapacidad personal. Que existan organismos de apoyo que estén disponibles "de oficio", que acompañen con normalidad y de forma constante evitaría quizás algunas de las dolorosas adopciones truncadas que tantas víctimas dejan tras de sí. Y mucho sufrimiento también. Porque hay pocas cosas más dolorosas que sufrir en abandono un problema que podría mejorar de contar con la ayuda adecuada.