jueves, 17 de marzo de 2011

Esos sustos sin nombre

Anoche, cuando parecía que el día iba terminando lenta y pausadamente, con los niños en pijama, oliendo a recién bañados, con el pelo brillante, las mejillas arreboladas y los ojos brillantes de sueño, de pronto un giro de los acontecimientos nos puso de nuevo en marcha. De la peor manera.

La pequeña, que por la mañana había sufrido una caída, un coscorrón de los muchos que con su todavía torpe caminar se lleva, comenzó a sentirse mal. REpentinamente el sueño, un sueño extraño, aturdidor, insólito, se le echó encima. Su carita, sonrosada y suave como un melocotón, se volvió gris. Ni la cena que tanto le gusta, ni su bibe adorado consiguieron devolverle el interés. Y, por primera vez, se durmió sobre mis brazos, ella, que necesita siempre su tortuguita de peluche y su almohada para conciliar el sueño.


Con el corazón palpitando de preocupación y la mente llena de presagios nos pusimos en camino a un centro hospitalario. ¿Porqué será que en esos momentos la memoria se vuelve meticulosa y te vienen a la cabeza todos esos datos desgraciados acerca de conmociones cerebrales y otras amenazas?

Qué camino tan largo. A cada minuto, comprobando su respiración mientras ella, dormitando en un extraño sopor, abría los ojos sorprendidos hilando frases incoherentes en su media lengua de duende pequeñito.

Poco a poco las manos se le fueron quedando heladas. Y de paso, a mi se me helaba hasta el alma, descontando los kilómetros que nos quedaban hasta llegar al hospital.

Al llegar, vomitaba desarmada por completo. Con ella en brazos corrí hasta el médico. El corazón me golpeaba contra el pecho.

Cuarenta de fiebre, me dijeron. Y al verla allí, acurrucada cobre mi hombro, asustaba y tan pequeñita, tan desvalida, me sentí tan suya y a ella tan mía que por un momento me pareció que respirábamos al mismo tiempo, que nuestra sangre corría a la vez.

Fue uno de esos sustos que los hijos nos reservan en su primera infancia. Todo quedó en rato amargo, quizá en un estirón, quizá en uno de esos virus sin nombre.

Pero en esas horas de miedo, con mi niña sin su risa de juguete y su cotorreo de radio interminable, sentí profundamente que esta hija que me llegó del frío ha echado raíces en lo más hondo del fondo de mi corazón.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Embarazos sorpresa

Es cierto, ocurre y sorprendentemente con una frecuencia mayor de la que se podría suponer. Los embarazos en mujeres adoptantes o que acaban de adoptar son tan normales dentro de su rareza, que incluso están descritos en la literatura médica como hecho repetido. Cuando hablo de la rareza de estos embarazos, me refiero evidentemente, a esos casos en que las mujeres emprenden la adopción ante la imposibilidad de llevar adelante la vía biológica.

Es cierto que desconocemos en su faceta más profunda, los mecanismos que ponen en marcha y deciden los embarazos. Parece claro que hay un importante factor psicológico que determina que un óvulo destinado a desaparecer se convierta de pronto en alguien que dejará su huella en el mundo de una u otra manera. Pero ¿cómo funciona este misterioso factor? Los médicos insisten en la vida tranquila, en no obsesionarse...pero entonces ¿cuánto más se desea un embarazo, menos posibilidades hay de conseguirlo? Es extraño. A veces, uno tiene la sensación de que la vida está dominada por fuerzas aburridas, empeñadas en divertirse a costa de los pobres mortales y nuestras pequeñas vidas. ¿Cómo sino se explican los cientos de embarazos no deseados concebidos en un momento de arrebato, en las peores condiciones emocionales, materiales y de toda índole? ¿O esos embarazos imposibles en mujeres aparente y médicamente fértiles?

En realidad no sirve de nada cuestionarse. Quizá la respuesta esté dentro de un plan universal, un destino personal...quien sabe. Pero si es así, qué puñetero es a veces.

Cuando se emprende el camino de la adopción con el corazón, se vuelcan en el proceso todas las emociones inherentes a la búsqueda de un hijo. Para algunas personas, este paso supone abandonar un sueño para abrazarse a otro. Olvidar el deseo de tener un hijo biológico para concentrarse en otra forma de formar una familia. Esto supone un duelo y un esfuerzo importante. Para algunas personas, muy costoso.

Otras veces no es así y simplemente se escoje esta vía como opción personal, olvidando el hecho reproductivo y concentrándose en el hecho maternal o paternal. Pero en cualquiera de los casos, se invierte en esto mucha energía, mucha ilusión y mucho esfuerzo.

¿Y qué ocurre cuando de repente aparece el embarazo? Quizá después de intentarlo durante años, cuando al fin se ha abandonado esa lucha. Quizá sin haberlo intentado nunca. O incluso, sin desearlo. Pero en cualquier caso, de forma inesperada.

DEsde fuera parece sencillo. Ya está. El hijo viene a nosotros sin tener que ir a buscarlo. Biológicamente. Asunto zanjado. Pero no siempre es tan sencillo. Adoptar, como parir, supone la creación en la mente y el corazón de un hijo imaginado. Y si el embarazo obliga a la suspensión de la adopción algo se trunca, como en un aborto. La alegría del hijo que viene se mezcla con la tristeza del hijo al que no llegaremos. Un duelo que también hay que vivir porque al final, el corazón es el inventor de cada uno de nuestros sueños y al corazón le cuesta siempre decir adiós.

martes, 15 de marzo de 2011

Historias de la espera 1

Habían pasado ya demasiados años. Demasiado tiempo esperando, intentando, persiguiendo por todos los medios la maternidad. Había tratado con todas sus fuerzas de seguir el consejo de aquellos que siempre lo saben todo, no obsesionándose, pensando en otras cosas, dejando que las cosas pasen cuando tengan que pasar...pero la realidad es que la vida parecía tener otros planes para ella. Y sin darse cuenta, aquel deseo incumplido se fue convirtiendo en un anhelo sin respuesta, en un vacío que la consumía por dentro.

Entonces todo entró en otra dimensión. Los médicos, las pruebas, los quirófanos...Un mundo frío y práctico en el que su deseo se convirtió en un protocolo médico en el que no había lugar para la emoción o el romanticismo. Se convirtió en una profesional del dolor. El de las pruebas, el de los intentos...el de los fracasos.

En su entorno, la compasión era la luz con la que la bañaban cada vez que una amiga, una vecina, una conocida, se cruzaba con ella en la calle empujando su carrito impoluto, con los cobertores y la ilusión recién estrenados. Y ella, componiendo una sonrisa valiente, se acercaba para felicitar a la nueva familia, para hacerle cucamonas al bebé, para decir lo hermoso que era y escuchar lo bien que se portaba.

Un día, se descubrió mirando en internet la cara de otros niños diferentes. Sus rasgos no se parecían a los de ella, pero sin embargo, la ternura la envolvió como una oleada cálida en medio del invierno. Y de nuevo, empezó a sentir viva la posibilidad de ser madre. Comenzó a fijarse en otras familias, en las que los lazos no se establecían en base a herencias genéticas ni parecidos familiares. Y se imaginó a sí misma acunando un rostro diferente, arropando una historia lejana...

No todo el mundo lo entendió y sin embargo, su adopción se convirtió en una luz que cambió el paisaje de su vida. Comenzó a tejer baberos, a bordar sabanitas de bebé, a aprender canciones. Se sumergió en la cultura del pais del que vendría su hijo, memorizó rimas infantiles en un idioma que le resultaba ininteligible, buceó en su memoria para recuperar las nanas que a ella la arrullaron ... Y la vida la arrastró olvidada de sí misma por primera vez en muchos años.

Una mañana, mientras comprobaba en el calendario el lento pero regular avance de su expediente de adopción, sintió que algo no iba bien. Se sentó sobre el sofá de piel oscura, ese que habían comprado pensando en que soportase los avatares de una casa con niños. Por un momento sintió que a su alrededor todo se movía, un calambre le cruzó el abdómen y un frío súbito la empujó de nuevo hasta la cama.

Esa tarde fueron al médico. Ante la mesa de madera descansaba toda una colección de artilugios imposibles, regalo seguro de los diversos visitadores médicos. Se le quedó la mirada enganchada en un rejoj con forma de ojo que parecía escrutrarla entre cada tic tac.

La voz del médico la sacó de su ensimismamiento.

¿Cariño, lo has oído? Le dijo él, mientras le cogía la mano.

Ella le miró sin entender todavía. El doctor repitió entonces sus palabras.

"Aunque hay que confirmarlo con un análisis de sangre, la analítica de orina es muy clara: está usted embarazada".

Miró a su marido, que parecía aturdido. Miró de nuevo al doctor y cogiendo su bolso salió de la consulta sin decir nada.

lunes, 14 de marzo de 2011

Sobre la espera





La espera es sin duda, un momento de extrema importancia en la maternidad-paternidad. Es el periodo en el que la mente y el corazón se van preparando para los cambios que acarreará la llegada del hijo.

Hay muchas similitudes entre la espera en un embarazo biológico y uno burocrático. Cuando se firman los documentos para comenzar el proceso de adopción se siente algo muy similar al momento en que confirmas un embarazo. La emoción, la anticipación, incluso el temor...

Desde ese instante, el pequeño que llegará se instala en nuestro pensamiento colocándonos ese filtro que nos convierte en detectores de embarazos o niños adoptados según el caso. El cambio que se avecina se prevé grandioso, con toda la dosis de emoción, anhelo y pánico que en determinados instantes nos vienen a visitar.

Sin embargo, a medida que el tiempo pasa, se van separando las emociones que un embarazo y una adopción llevan aparejadas. En el embarazo, la madre se convierte en un ser sometido a cuidados y vigilancia constantes. A tu alrededor aparecen una serie de personas que se ocuparán de que todo vaya bien. Tendrás toda la información posible, a veces incluso más de la necesaria, acerca de cada cambio que se produzca. Y sobre todo, irás sintiendo poco a poco, como la persona que se instalará en tu vida, se va haciendo cada minuto más real, más tuya.

Cuando asumimos en embazaro burocrático las cosas son bien distintas. La soledad es un sentimiento común: soledad respecto a las personas que llevan tu proceso y que raramente compartirán contigo la información que te permitirá conocer con detalle qué va pasando. Soledad, en muchos momentos, respecto al entorno, poco proclive quizás a la adopción, poco informado, o directamente en contra. Y soledad respecto al niño, porque continuará siendo una idea en tu mente durante un tiempo increiblemente largo. A falta de ecografías en las que imaginar los rasgos, buscarás en las caras de otros niños adoptados en el pais de tu hijo, alguna pista de la carita en la que esperas mirarte el resto de tu vida.

Sin embargo hay lugares especiales en que esta sensación desaparece. Para mí, el mayor apoyo cotidiano en el proceso procedió de los foros de adopción. Desde el mismo entresijo, enredadas en las mismas emociones y viviendo los mismos problemas, desesperos y derrumbes, las mujeres que poblaban esos foros se convirtieron en la voz que todo lo entendía. Los foros fueron una ventana abierta a un mundo en el que todo lo que yo sentía era común, en el que veías como otros sueños hermanos de los tuyos se iban convirtiendo en realidad, aprendías de la experiencia ajena, y un día, te sentías útil tú también a las demás, haciéndote más fuerte en la medida en que más manos se unían a la tuya para seguir adelante. Nunca había participado antes en un foro y llevaré siempre en mi memoria los nombres y las palabras de esas mujeres con las que recorrí el camino más difícil de mi vida como madre.
Ya lo he dicho con anterioridad, pero me repetiré: sé que muchas de ellas han visto su camino interrumpido bruscamente. Y sé que estarán esperando encontar alguna alternativa que las conduzca hasta ese sueño esquivo. Y aunque ahora ya, siento que no sirve de nada lo que pueda decir ni hacer por ellas, llevaré siempre clavadas esas esperas suspendidas, en mi corazón.


Y la espera, ay, la espera. En un embazaro son nueve concretos meses. Quizá alguno menos, con riesgos y sustos si, como a mi, te toca un embarazo de riesgo, pero siempre con un plazo máximo muy claro. Se pasa miedo, si, pero siempre sabiendo por dónde caminas. Y una vez que das a luz, la vida comienza en solitario de nuevo, ahora con tu hijo en los brazos y un millón de dudas rodeándote a cada paso.

Cuando adoptamos, el tiempo tiene la cualidad de un chicle. Se alarga, se alarga, se alarga...Además de lo dicho acerca de la paciencia y la suspensión de la vida normal en espera del viaje definitivo, hay algo que me parece lo más importante de todo.

Los procesos de adopción tienen una asombrosa tendencia a volverse eternos. Pero las personas no lo somos. La vida va cambiando y nos arrastra con ella. A veces, cuando el proceso va culminando, las parejas o las madres no son quienes eran cuando comenzaron. Esto ocurre no solo por el transcurrir del tiempo, los cambios sociales que suceden de forma impredecible, como la crisis, los cambios laborales o incluso de salud, o de pareja. A veces, el sufrimiento que acarrean los vaivenes del proceso, el maltrato con que somos vapuleados producen un desgaste emocional demasiado caro. Depresión, angustia, crisis de pánico, problemas de pareja, problemas familiares... Cuando se sufre una situación estresante durante un periodo sostenido de tiempo, las secuelas encuentran formas muy creativas de presentarse.

Lo malo es que esto lo aprende uno a posteriori. Yo, mientras esperaba nunca pude sustraerme al sufrimiento terrible cada vez que veía que los plazos se alejaban de nuevo. Cada vez que creíamos que ya llegábamos, un nuevo empujón lo alejaba todo un tiempo indefinido más. Nuestro planteamiento familiar variaba, cambiaba la situación laboral, nuestro hijo crecía separándose del rango de edad del que vendría, algunos seres queridos que esperaban no pudieron hacerlo más, hubo enfermedades, sustos...la vida misma en su máxima expresión. Y yo me iba desgastando absorvida por los acontecimientos y padeciendo la espera.

Hay un momento en que hay que detenerse, sin embargo, y hacer una valoración de lo que está ocurriendo. Seguir adelante no debería ser una cuestión de inercia, de responsabilidad, o de economía (con lo que ya hemos gastado...). Lo más terrible de la espera, es que puede acabar con la ilusión. Y creo que hay que pensar muy bien cuando ese momento llega, si se da el caso, si seguir adelante o no.

En mi caso, la adopción llegó justo a tiempo. Cuando aún no habíamos empezado a desinflarnos, aunque sí estábamos cerca de ello. La pregunta que yo siempre me hacía, cuando el cansancio y el hartazgo me podían era: "si ahora lo parásemos todo, dentro de un par de meses, cuando el stres y la angustia se me hubiesen pasado ¿cómo me sentiría? ¿aliviada o triste?" Para mi, la respuesta era triste, triste sin remedio, con una sensación de pérdida demasiado grande.

Pero a veces la respuesta es otra y entonces hay que volver a pensar. Porque la adopción no acabará cuando nos asignen un menor. En ese instante, simplemente acabará al fin, de empezar. Y nos harán falta todas nuestras energías, nuestra ilusión y sobre todo, todo nuestro amor para empezar a andar ese camino.