martes, 15 de marzo de 2011

Historias de la espera 1

Habían pasado ya demasiados años. Demasiado tiempo esperando, intentando, persiguiendo por todos los medios la maternidad. Había tratado con todas sus fuerzas de seguir el consejo de aquellos que siempre lo saben todo, no obsesionándose, pensando en otras cosas, dejando que las cosas pasen cuando tengan que pasar...pero la realidad es que la vida parecía tener otros planes para ella. Y sin darse cuenta, aquel deseo incumplido se fue convirtiendo en un anhelo sin respuesta, en un vacío que la consumía por dentro.

Entonces todo entró en otra dimensión. Los médicos, las pruebas, los quirófanos...Un mundo frío y práctico en el que su deseo se convirtió en un protocolo médico en el que no había lugar para la emoción o el romanticismo. Se convirtió en una profesional del dolor. El de las pruebas, el de los intentos...el de los fracasos.

En su entorno, la compasión era la luz con la que la bañaban cada vez que una amiga, una vecina, una conocida, se cruzaba con ella en la calle empujando su carrito impoluto, con los cobertores y la ilusión recién estrenados. Y ella, componiendo una sonrisa valiente, se acercaba para felicitar a la nueva familia, para hacerle cucamonas al bebé, para decir lo hermoso que era y escuchar lo bien que se portaba.

Un día, se descubrió mirando en internet la cara de otros niños diferentes. Sus rasgos no se parecían a los de ella, pero sin embargo, la ternura la envolvió como una oleada cálida en medio del invierno. Y de nuevo, empezó a sentir viva la posibilidad de ser madre. Comenzó a fijarse en otras familias, en las que los lazos no se establecían en base a herencias genéticas ni parecidos familiares. Y se imaginó a sí misma acunando un rostro diferente, arropando una historia lejana...

No todo el mundo lo entendió y sin embargo, su adopción se convirtió en una luz que cambió el paisaje de su vida. Comenzó a tejer baberos, a bordar sabanitas de bebé, a aprender canciones. Se sumergió en la cultura del pais del que vendría su hijo, memorizó rimas infantiles en un idioma que le resultaba ininteligible, buceó en su memoria para recuperar las nanas que a ella la arrullaron ... Y la vida la arrastró olvidada de sí misma por primera vez en muchos años.

Una mañana, mientras comprobaba en el calendario el lento pero regular avance de su expediente de adopción, sintió que algo no iba bien. Se sentó sobre el sofá de piel oscura, ese que habían comprado pensando en que soportase los avatares de una casa con niños. Por un momento sintió que a su alrededor todo se movía, un calambre le cruzó el abdómen y un frío súbito la empujó de nuevo hasta la cama.

Esa tarde fueron al médico. Ante la mesa de madera descansaba toda una colección de artilugios imposibles, regalo seguro de los diversos visitadores médicos. Se le quedó la mirada enganchada en un rejoj con forma de ojo que parecía escrutrarla entre cada tic tac.

La voz del médico la sacó de su ensimismamiento.

¿Cariño, lo has oído? Le dijo él, mientras le cogía la mano.

Ella le miró sin entender todavía. El doctor repitió entonces sus palabras.

"Aunque hay que confirmarlo con un análisis de sangre, la analítica de orina es muy clara: está usted embarazada".

Miró a su marido, que parecía aturdido. Miró de nuevo al doctor y cogiendo su bolso salió de la consulta sin decir nada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Aialmar,
Soy Mar (y Juanjo),¿me recuerdas?. Lo has contado tal como muchas lo sentimos.
A mi en la oficina, cada vez que me contaba algún compañero/a que estaba enbarazado/a, me daban ganas de gritar "YO TAMBIEN". Pensaba para mi como podían ser tan ciegos que no veían que yo estaba embarazadisima, como que llevaba ya varios años embarazada esperando a nuestros kazajillos. A mi nadie me daba consejos, ni se ofrecia a ayudarme, ni me contaba su experiencia. No podían ver que a veces estaba fatal porque yo no vomitaba el desayuno. En ocasiones me desesperaba por la torpeza de sus comentarios, esos que hacen daño y que se dicen desde la ignorancia.
Cuando finalmente anuncié que me iba a recoger a mis tres niños, todo el mundo quiso saber todos los detalles del proceso. En ese momento pude ver que realmente se alegraban por mí, que la curiosidad es normal aunque raye en la indiscreción, que me aceptaban en el club de las madres y que me iba tocar soportar un curso acelerado de maternidad, porque muchos decidieron que "yo no podia saber como era eso".
Ahora tengo una sonrisa mientras lo recuerdo, pero es la sonrisa que ponen mis hijos en mi corazón, la misma que me faltaba entonces, en esos malos momentos.
Besos,
Mar