domingo, 10 de abril de 2011

Abrazos que duelen 2

Otro de los comportamientos repetidos con frecuencia en los niños que han vivido fuera de un entorno familiar normalizado, una parte de su vida, es una extraña relación con el contacto físico. Este comportamiento puede dirigirse en cualquiera de los sentidos, es decir, con una búsqueda excesiva de contacto o todo lo contrario.

"Una de las primeras "sorpresas" del comportamiento de nuestra hija desde el momento en que la sacamos el orfanato, fue la incapacidad de relajarse en brazos de mami o papi. Siempre que soñamos con nuestro hijo adoptado, nos vemos abrazándolo, mimándolo, ofreciéndole todo nuestro cariño, en parte para compensar la carencia del mismo hasta ese momento. Sin embargo, nuestra hija parecía incluso ponerse más nerviosa cuando la intentábamos acunar, se movía como una lagartija, mirándolo todo, e incluso lloraba, se pasó prácticamente todo el viaje de vuelta a España sin dormir, no era capaz de relajarse. Eso ha durado bastante, más de un año. Paulatinamente ha ido incluso buscando los brazos de mami o papi y ahora después de dos años en casa parece que este bache está casi superado".

"A nuestro hijo no le molestaba que le cogiéramos en brazos. En el orfanato le levantábamos y le paseábamos en brazos sin problemas. Se sentaba en nuestro regazo para hacer juegos de palmitas y no parecía haber ninguna dificultad. Pero ya en casa nos dimos cuenta de que solo consentía ese contacto de forma utilitaria. Es decir, cuando quería que lo transportásemos, o le alzásemos para ver algo a lo que no llegaba. Si tratábamos de arrullarlo un poquito, o de tenerlo pegadito a nosotros para disfrutar un poco de un rato de cercanía se ponía tenso e incluso acababa llorando, empujándonos, nervioso y ofuscado. En el momento en que le soltábamos, dejaba de llorar. Era desolador. Pasó mucho, mucho tiempo, antes de que fuera capaz de relajarse sn nuestros brazos. Aún hoy, lo hace por poco tiempo. Y aún es incapaz de dormirse en ellos, aunque esté agotado"

Abrazar a nuestros niños, sentirlos entregados con total confianza en nuestro regazo es probablemente, una de la inyecciones de energía amorosa más grandes que se pueden tener. Sin embargo, cuando los niños llegan a casa, a veces, esto que parece tan sencillo se convierte en una quimera.

Muchos niños no tiene problema en la cercanía o el contacto, pero no saben lo que significa buscar refugio, descanso o consuelo en los brazos de los padres. Los primeros tiempos de la adopción pueden transcurrir sin ese premio y eso es muy duro para los padres que durante mucho tiempo han esperado y sufrido por su estos hijos tan deseados y que pueden sentir que no reciben lo que consideramos normalmente, muestras de afecto suficientes para sentirse compensados.

En realidad, puede haber muchísimas causas para este tipo de reacción. DEjando aparte traumas profundos derivados de maltrato o abusos de algún tipo, la mayoría de los pequeños no han tenido la ocasión de disfrutar de la intimidad afectiva que significa tener padre o madre. El contacto amoroso que implica relax y seguridad se aprende desde que se nace. Cuando un bebé llora, es levantado y sostenido en brazos hasta que se calma. ¿Quien no ha visto, oído o vivido esas noches de pasillo adelante y atrás con un bebé inconsolable? Para los agotados padres, esas noches son muy difíciles. Pero para un bebé son un recorrido eficaz hacia la seguridad y la confianza en sus padres. Y desde ese momento, este tipo de gestos son habituales, un ritual cotidiano en la vida de los niños. Así, van creciendo contando con el regazo materno o paterno como refugio último de todas las penas y dolores.

Para nuestros pequeños adoptados, estos gestos pueden no haber llegado nunca, o no haberlo hecho a tiempo o con constancia o suficiente presencia. No en vano, el personal de un orfanato, por muy bien gestionado que esté, trabaja bajo un horario establecido, tiene turnos de entrada y salida y ofrecen su afecto, en los mejores casos, de forma intermitente a demasiados niños y con demasiadas ocupaciones añadidas. No imaginaremos los casos en los que esto ni siquiera es así.

Con todo esto, y mucho más a las espaldas, muchos pequeños no saben qué se espera de ellos en un abrazo. No conocen el placer de abandonarse en él. Son autosuficientes afectivamente hablando, en apariencia, porque en el fondo, tienen un hueco tan grande que harán falta horas y horas de paciencia y entrega para rellenarlo, al menos en parte.

A los padres, después de la sorpresa inicial de ver nuestro cúmulo de mimos y achuchones despreciados sin compasión, nos queda una árdua tarea. Enseñar a nuestros hijos a dejarse querer.

Si son muy pequeños, el momento del biberón es el ideal para ello. Normalmente son autónomos; se lo toman solos y prefieren hacerlo así. Están acostumbrados a controlar incluso ese tema. Sin embargo, pronto aprenden que pueden confiar y comienzan a tomarlo en brazos de la madre o el padre. Así, se produce de forma sutil, la identificación de los brazos de mamá o papá con algo profundamente placentero. Pero a veces, hay que insistir sin desfallecer.

"Cuando le daba el biberón, no lo soltaba. Me miraba con sus ojillos semicerrados y el ceño fruncido, como temiendo que se lo fuera a quitar. Cada noche me ponía a la tarea, pensando en que ella se iría acostumbrando. Pero fue difícil, porque en cuanto terminaba, se incorporaba y se me escurría inmediatamente. Y si trataba de retenerla, cantándole o hablándole. siempre acababa rígida como una tabla, empujándome y rechazándome de nuevo. Fue duro. Y largo. Pero al final lo conseguimos y ahora disfruta como la que más de un achuchón. Eso si, no demasiado largo ni demasiado "atrapante". Pero ya sé que eso no tiene que ver con el amor. Ahora lo sé."

Después, los juegos de regazo son una potente herramienta para el contacto lúdico. Según van creciendo o si ya son más mayorcitos, es una forma de motivar ese contacto. Cuando vemos la tele, cuando leemos o vemos las imágenes de un cuento, la hora del baño que puede ser compartido... Poco a poco, se van acostumbrando a compartir su espacio personal con nosotros.
" Otra de las reacciones "no deseadas" de nuestra hija ha sido lo nerviosa que se ponía tanto en el carrito cuando la sentábamos y la atábamos, como en la sillita del coche. Y esto para una familia viajera, que se desplaza el 80% de los fines de semana, ha llegado a ser muy muy estresante, ya que se pasaba (y se pasa aún algunos viajes) llorando todo el camino. No había manera de calmaría: música, cuentos, historias, darle de la mano, jugar con sus hermanos... "

"Ho hay forma. Desde que llegó, sentarle en la silla de paseo y atarlo para que no se caiga es imposible. Se pone como loco. Al final, para evitar los berrinches le dejamos suelto, pero claro, nerviosos por si se cae. Cosa que ya ha ocurrido más de una vez."

Otro matiz que puede encontrarse en este asunto es el relacionado con el rechazo de los pequeños a sentirse atrapados. A veces, en los orfanatos los niños deben pasar tiempo sujetos de diferentes maneras. A las tronas, a las sillas, a los tacatacas, incluso a las cunas, a veces de formas increíblemente desafortunadas. Puede que esta sea una razón para este rechazo. O quizá simplemente, es lo que decía antes, una falta de costumbre, un rechazo ante una situación en la que pierden el control. En estos casos, los niños pierden los nervios cuando sienten que están sujetos de alguna manera: y un abrazo puede transmitir también eso.



Cuando estas cosas ocurren pueden ser dolorosas para los padres. Sobre todo, porque se está necesitando un poco de ánimo en algunos momentos. Pero hay que recordar siempre algo que nos será imprescindible en nuestras vida como padres: los niños no hacen estas cosas para castigarnos. Es su forma de sentir en ese momento y hay que respetar sus tiempos. Todo pasa y todo cambia y con los niños, como con casi todo en la vida, nada es definitivo.

Pasito a pasito, se van escalando cimas que al principio parecen inexpujnables.

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