jueves, 3 de marzo de 2011

Mucho, mucho antes...

Es difícil volver la vista atrás. No es buena idea rebuscar en los dolores pasados, escarbar en los sufrimientos padecidos, porque nos traemos al presente las negras nubes que nos cubrieron y que ya no tienen sitio en nuestro horizonte.
Sin embargo,tampoco quiero renunciar a la memoria.
Mucho, mucho antes que ahora, un día cualquiera, comenzamos por fin el camino a nuestra hija, que aún no tenía rostro, ni sexo, ni edad...
Cuando comienzas a adoptar, cientos de voces bienintencionadas te alertan sobre la necesidad de tener una ingente cantidad de paciencia disponible. Te avisan de que el proceso será largo y tú, con la arrogancia que la distancia nos brinda cuando imaginamos algo que aún no ha llegado, te crees capaz de todo, diferente a cualquiera que ya haya caminado antes este sendero.

Pero lo que nadie te previene, o lo que nunca te imaginas, es la avalancha de sentimientos y de emociones que el proceso te irá regalando.

Y no se trata de paciencia. Es mucho más que eso. Cuando el tiempo va pasando, en la vida de las familias que esperan, la perspectiva de la adopción lo determina casi todo. Económicamente, la economía familiar se organiza alrededor de los enormes gastos que exige viajar a un pais al otro lado del mundo. Viajes que, en muchos casos, se repiten hasta tres veces, con alojamientos, manutención, seguros...un sinfín de facturas que pueden convertirse en un muro más que franquear. Eso sin contar con los pagos que en algunas comunidades comienzan por los certificados de idoneidad, curiosamente obligatorios y sin embargo, no gratuitos en todas las comunidades. Afortunadamente, nosotros tuvimos la suerte de vivir en una comunidad en la que no hay que pagarlo y los plazos de espera para su realización eran bantante cortos. Pero en muchos casos, además del injusto desembolso, la espera para ser considerado apto o no para ser padre, es el primero de los calvarios incomprensibles del proceso.

DEspués de eso, las traducciónes, apostillas, legalizaciones y sellos diversos, las copias legalizadas o compulsadas o ambas cosas, los envíos por mensajerías...la lista de pagos es interminable.

¿cómo seguir con tu vida como si nada mientras esperas, si tu vida económica ha dado un giro tan radical?

Pero, al final, eso es simplemente un detalle material, quizá lo más fácil de sobrellevar, tirando eso si, de grandes dosis de imaginación y economía doméstica.

Hay otros aspectos que son más difíciles de sobrellevar. Como la ignorancia. Una vez que el expediente sale de España, tu relación con él pasa a ser cero. No sabes éxactamente dónde está, o de forma más concreta, en qué punto del proceso. Si eres de los afortunados que ven un orden estricto en la llegada de las familias a los lugares de destino, al menos tienes una leve referencia de cuándo llegará tu turno. Pero si no es así, te embraga una sensación de aleatoriedad, de indeterminación e incluso de injusticia que se convierte en una especie de camiseta mojada, que te pesa a cada paso. Qué difícil es aguantar el tirón cuando ni siquiera sabes si en un mes o un año llegarás a tu hijo.

Pero lo peor, es el miedo a que finalmente, algo se trunque. Cuando empezamos sabemos que en la adopción internacional se cuenta con la inestabilidad que suele darse en los paises de origen de los niños. Inestabilidad política, social o económica que puede en un instante cambiar por completo el panorama de los padres que esperan. Cuando el tiempo pasa y ves que nunca llegas al destino, ese miedo se vuelve casi sólido, como una almohada de piedra sobre la que pierdes muchas, muchas horas de sueño. DE nada sirven los ánimos de los amigos o familiares, ni los comentarios acerca de que todo llega. Porque, desgraciadamente esto no ocurre y los sueños, las esperanzas y las ilusiones que con tanto esfuerzo se han amontonado esperando, se derrumban.

Nosotros llegamos. Pero muchas otras familias se han quedado perdidas en el limbo de las promesas rotas. Ojalá por poco tiempo, pero quien sabe...

¿Y cómo aguantar entonces el tirón?

Una vez me dijo alguien que esperaba, que le parecía que las familias se equivocaban al vivir los procesos con tanta ilusión, tanta emotividad invertida en ellos. Le parecía que el proceso había que vivirlo con la cabeza, siendo consciente de que era un trámite burocrático y evitando el romanticismo. Ella pensaba, y sentía, que de esta forma es más fácil entender los vaivenes del proceso. Seguramente, es cierto. Pero probablemente, sea imposible de escoger. Quiero decir, que cada uno vive la vida con sus propias herramientas, y cuando la que manda es la de la emoción, las cosas son de otra manera. Se sueña, se imagina, se anhela el hijo esperado y se va poblando de ilusión su espera. Esto nos hace vulnerables, si, pero es lo que tiene el amor, incluso cuando es imaginario: nos desgasta, pero nos refuerza. Nos agota, pero nos llena de esperanza. Nos desgarra pero nos llena de pasión.

En cualquier caso, habiendo vivido mi proceso con la mayor ilusión, creo que llegar hasta ellos con el alma llena, es imprescindible para ser capaces después de caminar con paso firme el sendero de la maternidad. Aunque por supuesto, con el corazón abierto y la mente muy despierta.

1 comentario:

Mercedes dijo...

Te leo y te releeo porque eres como una maestra,siempre siempre me pones a pensar...