lunes, 3 de febrero de 2014

Parte del clan.

Hay lugares en la vida de cada uno que son como estaciones de servicio para la energía emocional. Paradas obligatorias que hay que incluir en nuestra hoja de ruta vital si no queremos quedarnos a medio camino, sin fuerzas para continuar.

A veces esos puntos indispensables son los amigos, un lugar de vacaciones, una actividad placentera o la familia. Para nosotros, la familia es una lejana estación de servicio. Viviendo al otro lado del mar, la proximidad es obligadamente virtual. En ocasiones, no es suficiente.

Cuando emigramos no pensamos nunca en lo que eso implicaba. Vivir solos, tan lejos de todos los seres queridos era algo solo relacionado con la nostalgia. Una emoción con la que, cuando se cambia de escenario para emprender una vida distinta, se aprende a coexistir. Como decía Isabel Allende "la nostalgia es el vicio de los desterrados". Pero esa nostalgia se torna imposible de soportar si además de añoranza significa otras cosas: la ausencia de una mano que ayude a levantarse, de unos hombros sobre los que apoyarse cuando se esté extenuado, de unos oídos que escuchen sin juzgar...

Hacía año y medio que no íbamos a casa. Porque aún es eso lo que pensamos cuando viajamos hasta allí. A casa. El hogar donde crecimos, donde criamos nuestros sueños y anhelos más felices. El pueblo en el que aprendimos a vivir, la gente entre la que jugábamos a ser mayores. Un año y medio en el que han pasado tantas cosas... Lo habíamos deseado tanto sin poder hacerlo que ya parecía que daba igual. Que de todas formas, ir o no ir no supondría diferencia alguna respecto a la realidad en la que flotamos. Seguramente era algún tipo de mecanismo mental de defensa, como aquello que decía la zorra que no alcanzaba las uvas en la fábula de Esopo: "Bah, total...están verdes".

Y de pronto todo se volvió insoportable. Y nos montamos en el primer avión rumbo al hogar de la infancia. Los niños felices, impacientes por abrazar a los abuelos, a los tíos, a los primos, a los tios-abuelos, a los primos de papá y mamá...Por disfrutar de los nuevos miembros de la familia, por recrear los momentos especiales que crean para ellos sus abuelos: las chuches a escondidas de mamá, las tardes eternas de peinar a las muñecas, la propina por ser tan mayor, la visita mañanera para despertar al abuelo...

Llegar a casa...y descansar. Quizá no tanto físicamente, pero sí emocionalmente. Y sobre todo por la constatación una vez más de la importancia del clan en la vida de los niños. El clan, el círculo afectivo que rodea a los niños es como una red. En ella se entremezclan todo tipo de interacciones afectivas y sociales. Diferentes personalidades y modos de ir por la vida. Pero un sentimiento de pertenencia claro y evidente que incorpora a los niños de forma natural.

A mi todo esto me resulta mucho más palpable porque habitualmente carezco de ello. Pero desde que mi hija se ha convertido en un miembro vulnerable de la familia la sensación de Clan se ha vuelto muchísimo más real. De manera sutil, se tejen alrededor de ella interacciones especiales que antes no lo eran tanto. Y que hacen mucha falta. A ella y a nosotros.

Y yo que siempre siento que tiro de un carro lento y pesado, me siento entonces aliviada. Veo como los niños se nutren de otros afectos diferentes, reciben otras formas de ver la vida, absorben enseñanzas tácitas que no proceden de mi, son consolados, dirigidos, confortados, alentados, instruidos desde el reconocimiento de pertenencia que supone formar parte de un grupo familiar cohesionado. Crecen, en cada viaje, aprenden a ver con nuevos ojos, a verse a si mismos también de otra manera.

Mi hijo mayor, partido por la doble nacionalidad de su corazón, sufre y disfruta por igual de cada viaje, deseando renunciar a su esencia canaria de nacimiento cuando está allí. Incapaz de separarse de su tierra natal cuando la tiene cerca.

Y mi pequeña, se sumerge de lleno en el afecto blandito de los abuelos. Aprendiendo a ser parte de una familia. No solo hija y hermana, sino nieta y sobrina, prima y vecina, amiga y paisana. Y yo respiro hondo por un ratito. Dejando la batalla para más tarde. Observado y aprendiendo de mis hermanos, padres también, con otras formas de educar, otros recursos...Enseñando también a ser familia con mi propia forma de ser hija, hermana, prima, vecina, amiga y paisana.

Y sobre todo creando una idea sólida de pertenencia a un grupo en el que se es aceptado como igual, respetado y sobre todo amado. Referentes diferentes en los que mirarse y desde los que mirar.

Y a nivel personal, poder de nuevo ser una misma sin tener que explicarse, sin esperar juicios de valor ni análisis...Sentarse ante las amigas de la infancia después de año y medio sin siquiera haberse hablado por teléfono y sentir que ayer estuvimos en esa misma mesa de ese mismo bar, compartiendo el mismo café y riéndonos de las mismas cosas. Cuidar de tus padres un poquito, abrazar a tus hermanos que ya visten canas y descubrir en tu sobrina una adolescente increíble que te llena de orgullo y te emociona... Saber que te entienden aunque tú no lo hagas, que te quieren aunque estés hecha un erizo.

He recolectado para el largo invierno, calor y amor, esperanza y aliento. Qué buen, buen viaje.

2 comentarios:

Mercedes dijo...

Cómo te entiendo mi querida amiga de lejos, este mes mi hermano no cumplirá 45 y hecho tanto de menos algo como lo que tu relatas! El No tener clan ni familia es algo que cada día pesa más. Ayer me troecé de pronto con una de esas verdades que te vuelven el corazón del revés "la soledad es la consciencia de no esntirse amado incondicionalmente".y de pronto sentí la falta de mis incondicionales como falta de aire real! Qué huerfana de madre y hermano pequeño , que necesidad de tenerlos...y no solo siento su falta por mí sino por como tu bien explicas por ese amor que mis hijos no tendrán, por ese hueco que hace pensar a mi hijo que los abuelos no existen, que son fantasías, por muchas fotos que vea, por mucho que yo le diga, no tendrá ese refuerzo emocional que tanto ancla y enraiza.
Llena tus maletas y prometete un hasta pronto de verdad. Son tan necesarios que nos creemos que van a ser para siempre y nada lo es.

aialmar dijo...

Si Mercedes, lo sé. Y cree que me he acordado de tí al escribir el post, porque sé lo que sientes tú también.
Hay que vivir con lo que nos toca. Con la breve e irregular presencia familiar o con su ausencia. Que remedio.
Un abrazo.