miércoles, 13 de junio de 2012

Horror en el comedor.


Suelo abordar este tema de vez en cuando, porque la hora de comer es un momento crítico en muchas familias. Cuatro veces al día, los niños se ponen delante de la tarea de consumir lo que les indicamos: desayuno, comida, merienda y cena. Cuando los niños tienen problemas para comer, estos tiempos pueden ser una auténtica pesadilla para las familias. Una fuente de malestar que empaña las relaciones entre padres e hijos y puede acarrear mayores complicaciones, incluyendo los trastornos de salud.

LA PRIMERA ETAPA. APROXIMACION A LA COMIDA SOLIDA.

Aprender a comer no es sencillo. Cuando un niño deja de mamar, o de tomar exclusivamente biberón, se produce una oportunidad de oro para conseguir que su relación con la comida sea buena para toda su vida. Es un momento delicado pero muy bonito. Los bebés están ávidos de nuevas experiencias y se prestan a todo tipo de nuevos sabores. Al principio, las limitaciones más importantes son las marcadas por los pediatras en cuanto a ritmo de introducción de los alimentos, teniendo en cuenta la edad, evitando así aparición de alergias alimentarias o en su caso, haciendo que den la cara cuando los niños son más mayores y por tanto, más resistentes.

En esos momentos, la alimentación de los niños es mucho más que el mero hecho de la nutrición. Los bebés no tienen prejuicios. No nacen creyendo que la coliflor o las espinacas son un castigo para el paladar. No saben de ascos y de manías. Pero nosotras si, y a veces, caemos en el error de contagiar a nuestros hijos nuestras preferencias y nuestras antipatías en la mesa.

Durante los primeros momentos, en la aproximación a la alimentación con cuchara, lo más importante es la actitud. Los niños deben ir acostumbrándose a las nuevas texturas, a los sabores diferentes, a los aromas. Hasta ese momento, la suavidad de la leche ha sido todo su universo gustativo.

Algunos bebés son muy lentos, otros muestran gran avidez, otros se distraen por cualquier cosa y pierden enseguida el interés. Es muy importante aquí, que la persona que les da de comer, sea paciente y cuidadosa. No es una buena idea, por ejemplo, engañar a los niños metiendo el chupete en la boca inmediatamente después de la cucharadita de puré. En este momento, el niño está tratando de aprender a manejar la nueva textura en su boca, acostumbrada solo a succionar y tragar. Si el bebé rechaza el puré, deberemos repasar cómo lo hemos realizado. Es mejor empezar con purés de un solo ingrediente, como la zanahoria, suave y dulce, más parecida a lo que han comida hasta entonces, para después ir añadiendo poco a poco los demás. La sal, no es necesaria de momento. También es preferible evitar endulzar los alimentos y dejar que descubran el sabor real de las cosas.

Poco a poco, iremos teniendo un rango mayor de alimentos permitidos que nuestros hijos podrán probar. Esta etapa es fundamental. Hasta los dos años, aproximadamente, los niños están en la llamada edad del si. Lo quieren probar todo; esto incluye todo lo que les rodea; los cochecitos de juguete, las ceras, los juguetes... Su relación con el mundo pasa por la boca, un órgano extremadamente sensible y que les proporciona una gran información.

Por eso, esta etapa hay que aprovecharla. Cuantas más texturas, sabores y aromas les presentemos, mejor. Evidentemente, no todo lo que les ofrezcamos les parecerá igual de interesante o de apetitoso. Pero estamos creando un hábito, un reconocimiento, una actitud acerca de la comida que será definitoria de lo que pase posteriormente en la mesa. Que un día no quieran un alimento, no puede suponer que nunca más se lo ofreceremos. La evolución de su paladar en muy rápida y deberemos probar de nuevo más adelante, sin recordarle nada del tema.

Los niños pequeños pueden masticar. A veces, la tentación de ofrecer los alimentos muy molidos puede ser muy grande. Pero, pasados los primeros momentos, cuando los bebés necesitan una comida muy suave y muy bien batida, debemos comenzar a ofrecer los alimentos lo más cerca posible de su estado original.

Cuando mi primer hijo tenía doce meses, le llamaba mucho la atención lo que yo comía. Nos sentábamos a la mesa juntos y comíamos lo mismo. Pero si, por ejemplo, teníamos acelgas con patatas, las mías estaban en trozos, con su sofrito por encima. Y las suyas, trituradas en forma de puré. Enseguida descubrí que la que a mi me parecía una textura desagradable, la de las acelgas, a él, simplemente, le producía curiosidad. Empezó a comerlas con las manos, masticando poco a poco. Y yo empecé entonces a pasarlas por la picadora, no por la batidora. Así conseguía trocitos pequeños, pero seguían diferenciándose las patatas, las acelgas... Este sistema nos llevó poco a poco y tranquilamente hasta el momento de cortarle los trocitos con tijera o con cuchillo, a la medida de sus posibilidades de masticación.

Otro detalle que creo que es importante es el de ofrecer todo a probar a los niños. Salvando las lógicas excepciones en cuanto a alimentos prohibidos para los niños (picantes, excitantes, alcohol, etc) los niños lo pueden probar todo. Después, no todo será de su agrado, pero se acostumbrarán a darle  una oportinidad a los nuevos alimentos o preparaciones que van apareciendo a lo largo de la vida. En este sentido, es importante también ir variando las formas de preparación de la comida frecuentemente, para evitar que se acostumbren por ejemplo, a la tortilla de mamá, aborreciendo cualquier variación. En este sentido, un niño de dos años y medio, puede disfrutar de las preparaciones más elaboradas, con sofritos, salsas y demás variantes.

Después, aproximadamente a partir de los tres años, los niños van volviéndose más selectivos. Ya no es tan sencillo presentar nuevos alimentos y conseguir que prueben cosas nuevas. Lo que hayamos conseguido hasta ese momento será lo que defina su relación con la comida y en la mesa en general.

Pero, como todas las madres adoptantes sabemos, no siempre hay oportunidad de empezar a construir desde el principio.





SEGUNDA ETAPA. "ESTO NO ME GUSTA"


La hora de comer, cuando los niños ya no son bebés, es mucho más que el momento de recargar energía. Como muchos padres sabemos, puede ser un momento de gran tensión en el que entran en juego muchos factores ajenos a la alimentación: relaciones de poder, rebeldía, afirmación, control...

Cuando nuestros hijos adoptados llegan a casa, traen consigo sus rutinas alimenticias. Habitualmente nosotras, las madres, las desconocemos. Y si las conocemos o las intuímos, normalmente no podemos ni deseamos mantenerlas porque no suelen ser las más adecuadas en muchos sentidos.

Pero además, los niños traen consigo, su propia relación con la comida. Una relación afectada por muchos factores: escasez, falta de atención o ayuda para comer, tiempo limitado, monotonía, tensión, malas experiencias (comida ardiente o helada...)...o simple y terriblemente, hambre.

Este bagaje de entrada puede ser un grave problema a la hora de comer en casa.
Lo más habitual cuando los niños llegan es la avidez por la comida. Esto es muy común, incluso en niños que aparentemente no han sufrido de hambre. Son los pequeños que tratan de comerse además de lo suyo, lo de los demás. Que comen cualquier miga que se caiga del plato. Que, en un cumpleaños, no se separan de la mesa de la comida y no juegan ni participan en nada, solo pendientes de lo que pueden comer.

Hace poco, en el precioso blog "Cuaderno de Retazos", leía acerca de los niños que no sabían reconocer la sensación de hambre. Niños que lloraban, se ponían furiosos, desconcertando a los padres que no reconocían lo que ocurría. ¿cómo reconocer una sensación y saber que se cura comiendo, si quizás nunca has tenido la ocasión de ponerle remedio anteriormente?

No me voy a extender en las peculiaridades que nuestros niños muestran ante la mesa. Cada familia reconoce las suyas, con sus matices particulares.

Yo también me he visto enfrenta, y aún me veo, a esta situación con mi hija pequeña.

Cuando llegó tenía una gran avidez por la comida. Pero, al mismo tiempo, su rango de aceptación de alimentos era muy pequeño. Casi todo le daba arcadas, escupía la comida de la boca y se negaba a comer. Simultáneamente, era increíble el control de la cuchara que tenía. Con solo quince meses era una profesional comiendo sopa. No se derramaba ni un fideo. Y no sobraba ni una gota.

Durante los primeros tiempos, intenté aprovechar que aún era casi un bebé para ofrecerle nuevos sabores. Cada día insitía un poco con algunos de los rechazados, como el plátano. Un pedacito nada más. Pero cada día. Y poco a poco fuimos dando pasos.

Durante una etapa intermedia, la niña comía bastante bien. Nunca conseguí, como con mi primer hijo, que se abriera a la comida con confianza. Siempre fue recelosa y escrupulosa. Pero comía contenta y sin problemas.

Sin embargo, los problemas en la mesa reaparecieron de forma repentina y virulenta. De pronto (o quizás no, y no me di cuenta de lo que se avecinaba) la niña ya no disfrutaba comiendo. Nada le gustaba, rechazaba cualquier comida, incluso de forma agresiva...un drama. Fue limitando su espectro de alimentos aceptados hasta un límite insostenible. De pronto dejaron de gustarle los yogures, las tortillas de cualquier tipo, la carne, el pescado, los sándwiches, los bocadillos, el jamón, los cereales... ¿os imaginais planificar un menú para dos niños con estas condiciones?  De momento, solo se libran las patatas fritas, las galletas y los dulces en general.

Así que volví a mis libros. Y os comentaré, por si os sirve de utilidad, cuáles son los sistemas que me están funcionando.

Después de analizarlo mucho me dí cuenta de que mi actitud alimentaba el problema. La niña veía claramente que el tema me preocupaba. Hablaba de ello, con ella y con mi marido, me frustraba o me enfadaba. La reñía o la premiaba, tratando de encontrar el camino...

Poco a poco, la niña encontró en la comida una herramienta de control. Este tema, el de las actitudes asociadas a la hora de comer es muy importante. Muchas veces no hay más que prestar un poco de atención a lo que ocurre en la mesa para detectar qué está pasando.

Una de las situaciones más típicas es la de la búsqueda de rol. A veces, en una familia, cuando nos sentamos a comer, cada uno tiene su papel. Los mayores mantienen una conversación, los niños más grandes participan...y los más pequeños lo intentan pero no siempre lo consiguen. Ahí se produce un momento peligroso. ¿Qué ocurre cuando en una familia que come reunida, en medio de una conversación animada, el más pequeño deja de comer? Todo se detiene. Alguien se dedica completamente al niño, tratando de que coma. Todo el mundo le mira y seguramente le dicen algo, incitándole a comer, comentándole cómo está la comida, incluso reprochándole el comportamiento. Es decir, se ha convertido en el protagonista de la mesa. Es un rol incómodo, desde el punto de vista de un adulto, pero desde el de un niño, tener a su madre encima, con atención exclusiva, vale la pena.

Este aspecto, sin embargo, es el más sencillo de controlar. Si el niño come tranquilo, hay que incluirlo en lo que pasa en la mesa y hacerle ver que, las personas que comen tranquilamente, participan en las conversaciones. Cuando lo haga se le presta toda la atención positiva que necesita y merece.

Por otra parte hay que controlar muy bien el asunto comida. Si nuestro niño ya está comiendo mal y es mayorcito, es buena idea hablar con él y explicarle por ejemplo: "mira, he estado pensando y me he dado cuenta de que tenemos un problema a la hora de comer, porque siempre acabamos enfadados y tú te pones muy triste. Como mamá no quiere verte así, a partir de ahora no vamos a pelear más." Esta información, al niño le ayudará a dar un primer paso para ir relajado a la mesa. DEsde luego, hay que cumplir lo prometido y empezar a olvidarse de regañinas, castigos o presiones para comer.

La estrategia debe comenzar por las raciones. Habitualmente, ofrecemos a los niños raciones mucho mayores de lo que realmente necesitan. En nuestro caso, comenzaremos a ofrecer a los niños que tienen problemas en la mesa, raciones muy muy muy pequeñas. Ridículamente pequeñas. Pongamos que tenemos lentejas. Al niño no le gustan. En un plato grande le colocaremos una cucharada de lentejas en el centro. Parecerá muy poco, y ese es el objetivo. Un niño que no come bien, solo de ver el plato lleno ya se agobia. No comentaremos NADA acerca de la cantidad de comida que le damos. No entraremos en debates acerca de la comida. No discutiremos antes de comer si le gusta o no, desviaremos su atención hacia otras cosas, como poner su plato favorito...Cuando se siente, con toda la familia, le ponemos el plato delante. Normalmente, se quedan perplejos ante la miniración. Y aquí hay dos teorías:

Según Carlos González en su libro "Mi niño no me come", si no lo come, al cabo de unos minutos prudenciales le preguntamos si ha terminado y pasamos al segundo plato, repitiendo el protocolo. No saltamos ningún plato, ni el postre y no comentamos nada si no se lo come. Eso si, no compensaremos lo no comido, con un vaso de leche, ni ningún otro alimento hasta que toque la siguiente comida y pongamos lo que toque.

En mi caso, he optado por una variante, porque mi hija se sostenía a base de fruta, flan, o de las meriendas y comidas de media mañana. Se saltaba los platos alegremente y su alimentación era muy limitada.

Así que yo utilizo un método intermedio.

Una vez ofrecida la miniración, les informo de que para pasar al siguiente plato hay que comerse el anterior: la miniración. Procuro además, que si el primer plato no es de su gusto (96% de probabilidades!!) el segundo le resulte más atractivo. Y cuando va pasando el tiempo y no lo come (muchas veces) le pregunto tranquilamente "¿has terminado?" cogiéndole el plato. Normalmente lo agarra y dice que no. A veces, es buena idea ofrecerse a ayudarles "¿te ayudo un poquito?" pero siempre asegurándonos de que les echamos un cable ( y un mimo) y no les forzamos con la cuchara, sino, lo habremos perdido todo.

Si se acaba el plato (fácil, si se pone se lo come en tres cucharadas), les preguntamos si quieren un poco más. Sorprendentemente, a veces dicen que si. Y les ponemos otra pizca. Esto se puede repetir algunas veces, pero recordando que tenemos segundo plato y si se llenan deberemos considerar que ya no tienen más hambre. Es mejor que lleguen a los dos platos. Vamos creando rutinas. Con el segundo plato, repetimos el proceso exactamente igual.

Y no comentamos nada. Ni qué bien, o cuánto has comido...nada que ligue nuestro estado de ánimo a lo que ellos consumen en la mesa. Esto es muy importante porque no enseñamos que comer o no comer tiene efectos de control sobre los demás, otorgando a la comida un peligroso poder que podría ser nefasto en el futuro. Es una de las bases de los trastornos alimenticios. Lo que sí se puede alabar es el comportamiento: "qué bien te has portado hoy en la mesa. No te has enfadado ni has llorado. Muy bien hecho."

Con este sistema, seguimos ofreciendo a los niños los diferentes alimentos que se comen en casa. Tratamos de que los vayan probando e incorporando. Y, aunque quizás coman poco de ellos, van aprendiendo a tolerarlos e incorporando sus sabores y sus texturas.

En cuanto a la cantidad, los niños comen lo mismo con este sistema. No es un método para que coman más. Es una forma de que coman mejor y de que su relación con la comida sea más sana. Y eso repercute directamente en el bienestar de toda la familia.

Espero que este post os sirva de ayuda. Me gustaría saber si alguna de vosotras ha vivido algo similar y tiene alguna otra idea acerca del tema.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

Con este tema creo que es importante la educacion, me refiero a la educación en alimentación. La profesora de 1ºde primaria de mi hija tenía una enorme pirámide de los alimentos y todos los días iniciaban la mañana hablando sobre lo que habían desayunado. Y toda la clase aprendió lo que es sano, e insano, lo que se puede comer y los por qués.
Cada niño es un mundo y en la alimentación se enconden, como tan bien explicas, un transmundo de emociones, de aprendizajes de hábitos, de relaciones. Pero aún así creo que la educación es importante. Con mi hija funciona, si le explicas cómo asimilamos los alimentos, cual es su misión como nos ayudan a crecer a estar fuertes, sanos.... (contado como un cuento) acepta lo que pides que coma o no coma (negociaciándolo, por supuesto). Mi hija come de todo, pero por diversos problemillas de salud tiene prohibidos una amplia gama de alimentos que son los que más le gustan y que comen todos los niños. Este tema lo considero importante. Sin alarmismos no podemos olvidar todos los trastornos de alimentación que tan extendidos están entre los adolescentes.
Itsaso

montse dijo...

Itsaso, tienes toda la razón aunque eso funciona si el niño no ha desarrollado una relación extraña con la comida. Yo era una pésima comedora de pequeña. Recuerdo mis mediodías como una pesadilla delante de un plato: todo me daba asco, "pelaba" la paella hasta dejarla limpia de polvo y paja. No comía nada que llevara algo aparte de sal y aceite. Recuerdo a mi madre angustiada y cansada. Pero siempre paciente. Pero sobre todo me recuerdo a mi, odiando la hora de comer. Lo pasé fatal. Luego, cuando crecí, descubrí el placer de comer por mi misma.

Por eso con mis hijos me he esforzado en que no les pasara lo mismo. Con el mayor lo conseguí fácilmente. Pero la pequeña es un universo complejo. La comida es su forma de reafirmarse, de medirse, de controlar su entorno. De pronto, pasa de adorar la tortilla de patatas hasta el extremo, a odiarla hasta el punto de vomitar. Una vez se atragantó comiendo y al ver la reacción que yo tuve, angustiada y cuando al fin respiró (unos momentos terribles) abrazándola llorosa, ha empezado a fingir atragantamientos y vomitonas. Es tremenda. Y la única vía de evitar que entre en espiral de no comer, que ya nos ha pasado, es lo que comentaba en el post. No sabes lo duro que es, verla tratar de atragantarse diciéndome, mira mamá, mira lo que me pasa...Y hacer como si nada. "Anda, qué cosas haces. ¿quieres más pan?" Acabaré esquizofrénica. ;-)

Chiquita adorada dijo...

En nuestro caso, nuestra hija tiene una obsesión por comer, si la dejáramos todo el día estaría comiendo algo. Estamos en la mesa y está viendo qué queda en el platón para avisar que es de ella, que nadie más lo tome. Los fines de semana que es la primera en despertar cuando me doy cuenta ya ha sacado queso del refrigerador (es su alimento preferido) y se ha comido una gran porción!!

Está ligeramente pasada de peso, cuando llegó a nuestra casa tenía desnutrición y era flaquita, flaquita!!El pediatra opina que hagamos que coma lo más sano, el neuropediatra opina que la dejemos comer lo que quiera, que tiene pacientes con diez años que ya tienen anorexia o bulimia. El papá está con el neuropediatra, la mamá con el pediatra, vivimos en el estira y afloje!!

Chiquita adorada dijo...
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