lunes, 4 de abril de 2011

Los cursos de preparación adoptiva.


Una de las actividades que más tiempo nos ocupan cuando estamos esperando a nuestros hijos en estos embarazos extracorpóreos que sufrimos, es la investigación. Investigamos acerca de todo lo que nos pueda acercar un ratito a nuestro sueño. Navegamos por la red tratando de aprender acerca del pais al que iremos y en el que vive o nacerá, según su edad, el pequeño esperado. Yo recuerdo que trataba sobre todo, de encontrar fotografías de la calle, de la gente viviendo su día a día, para ir empapándome de esos rasgos que un día me serían propios.

La cultura, las tradiciones, la gastronomía...todo nos parece importante. Es un tributo al origen de nuestros hijos, aprender todo lo que podamos acerca de su origen.

Pero además, probablemente impulsados por los organismos de nuestras comunidades, comenzamos la vuelta al cole. Nos matriculamos en los cursos de padres adoptantes con la esperanza de que nos desvelarán los secretos de la maternidad adoptiva, las claves para hacer que nuestro proyecto de familia se consolide y ser los padres-modelo de nuestros hijos.

El éxito de esta empresa depende de muchas variantes, pero sobre todo, de la experiencia y la capacidad de quienes los imparten. En cualquier caso, siempre es buena idea disponerse a reflexionar acerca de la aventura en la que uno se embarca siempre que quiere se padre o madre, pero especialmente si se va a materializar de forma adoptiva. Sobre todo en el caso de las parejas, es un momento único para descubrir la forma educativa que el otro miembro de la pareja tiene.

Muchas parejas están convencidas de tener los mismos criterios educativos y la misma línea de pensamiento hasta que se enfrentan a la realidad. En muchos casos, el descubrimiento no es sólo el que la otra persona hace sobre su cónyuge sino el que uno hace sobre sí mismo. Es decir: en la teoría todo el mundo tiene la línea educativa que le parece más idónea, pongamos, el estilo democrático. Pero cuando llega la hora de la verdad, ocurre en muchas ocasiones que las reacciones se corresponden más por ejemplo, con un estilo autoritario. A veces, la persona que tan bien se creía conocer resulta ser toda un sorpresa como padre o madre. en ocasiones, esta sorpresa es muy positiva pero en otras... Por ello, estos cursos son una buena oportunidad de ponerse en común y hablar de cosas que habitualmente no se ponen sobre la mesa.

Cuando se comienza a recorrer el camino de la educación de los hijos, hay muchas piezas que encajar en el nuevo esquema familiar. Los cursos de padres, especialmente los preadoptivos, son una ocasión para investigar sobre estos aspectos que después surgirán expontáneamente.

Otra cosa importante que los cursos deberían ofrecer a los padres, son herramientas de desarrollo, de resolución de conflictos o de comunicación con los hijos. Los cursos que se quedan en planteamientos teóricos, de casos hipotéticos, no nos llevan a nada.

Es muy habitual que en estos cursos se cuenten historias reales acerca de casos adoptivos difíciles. ¿Cuál es el mecanismo en el que solemos recibir esta información? Por una parte, nos asustamos temiendo que algo así pueda ocurrirnos. Pero por otra, creemos que eso nunca nos ocurrirá.

Quizá hay algo que habría que tener en cuenta y en lo que creo que se debería insistir en los cursos. Es algo que yo he aprendido de mi propia experiencia pero sobre todo, de la de tantas familias con las que he caminado este camino. Todos nuestros niños traen heridas. Siempre se habla de la maleta que los niños adoptados traen consigo, pero pensamos que si son pequeños, o han sido bien tratados en el orfanato, esta maleta es insignificante.

Nada más lejos de la realidad. El hecho adoptivo parte de una herida muy grande que todo el afecto del mundo no podrá borrar: el abandono. Todos los niños, aunque sean pequeños cuando llegan a casa, han tenido que sobrevivir sin una figura de afecto incondicional, una persona fija con la que vincularse, que supusiera seguridad y calor humano permanente. Una madre (que podría ser un padre en cualquier caso). Esta herida, en los primeros meses de vida, crea una cicatriz emocional que los pequeños arrastran con ellos.

Si además, han sufrido ingresos hospitalarios al principio de sus vidas, este abandono es todavía más doloroso. Quien haya visto alguna vez el funcionamiento de una UVI o una hospitalización de neonatos, ya sabe a qué me refiero. Incluso en los centros en que se trata de ofrecer a los recién nacidos un afecto extra, la frialdad terapeútica es tan grande que los niños tienen que aprender a vivir solos. Dependen de la buena voluntad de un personal habitualmente cansado, sobrecargado de trabajo y que además, tiene que fabricarse una coraza para poder seguir adelante entre tanto dolor.

CAda personita saldrá adelante como pueda. Unos niños dejarán de llorar o mostrar emociones, ahorrándose así el sufrimiento de no lograr que sean colmadas. Otros quizá llorarán sin consuelo durante horas. Otros rechazarán el contacto o por el contrario, lo reclamarán de cualquiera que pase por delante.

Este es solo un ejemplo, un detalle de los muchos que van conformando la historia de los niños abandonados o institucionalizados.

A lo que quería referirme hoy, es a la necesidad de saber que todos nuestros niños traen heridas en el corazón. Esto es importante saberlo, porque creer que no es así, lo hace todo más difícil. Hay que saber reconocer las heridas para poder tratar de ir cicatrizándolas poco a poco. Para aceptar que algunas cicatrices no desaparecerán del todo en mucho tiempo, quizá nunca. Que hay un tiempo perdido que no podemos recuperar para ellos.

No hay que ponerse en lo peor. No hay que pensar en casos extremos, terriblemente dolorosos. Simplemente hay que pensar en que nuestros pequeños tendrán peculiaridades más o menos evidentes, más fáciles de superar o más difíciles.

La experiencia de otros padres que ya han pasado por lo mismo es quizá la mejor herramienta que tenemos. POr eso es importante reconocer la normalidad de las cosas que ocurren y nos desconciertan. Porque eso no hace que nuestros hijos sean menos maravillosos o que nosotros seamos peores padres.

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