martes, 19 de marzo de 2019


AULAS PARA TODOS O LA HISTORIA DE LA CABRA
A vueltas de nuevo con la integración

Escuela, Estudiantes, Los Niños, Tablero




El humor es una forma de terapia, una manera de normalizar y asumir diferentes momentos y situaciones que acontecen en la vida cotidiana. No hay tragedia que con el paso del tiempo no se convierta en ingrediente de bromas o chistes. Ese humor negro tan humano.
Sin embargo ¿todo es susceptible de ser enfocado en clave de humor? ¿Hasta que punto podemos reírnos de determinadas cosas?
No me estoy refiriendo a los últimos casos en los que la justicia ha tomado medidas contra cómicos que, en el ejercicio de su libertad de expresión, al parecer, han sacado los pies del tiesto. Hace algunos día recibí uno de esos vídeos que circulan por las redes sociales, en clave de humor. El vídeo no era nuevo pero llegaba ahora a mis manos, o mejor dicho a mi teléfono, procedente de la web de un sindicato de profesores de secundaria español. En él se reproducía un encuentro entre una docente y un inspector educativo. Él hacía un repaso de la evolución del alumnado de la profesora. Uno de sus alumnos había sido suspendido. El inspector preguntaba entonces por la adaptación curricular del alumno es cuestión, que no había sido llevada a cabo. La maestra, achicada por el reproche, se defendía diciendo que el alumno en cuestión era...una cabra.
Este era el gag principal del vídeo. A partir de ahí ella explicaba todas las conductas inapropiadas del alumno en clase, cornear a otros alumnos, comerse la libretas y hacer sus necesidades en el aula. Todo ello pretendidamente hilarante. En realidad se trata de una crítica al sistema educativo que, según quienes hacen el vídeo, obliga a aceptar a todo tipo de personas en las aulas. ¿Cabras? Ese es su ejemplo.
Quizá desde fuera, desde el lado de la vida en el que los padres y madres de los niños y niñas que acuden a los centros educativos, no saben de adaptaciones curriculares, pueda tener gracia. Pero la realidad es que no la tiene.
No la tiene porque cada día hay niños, niñas y jóvenes que acuden a los centros sin tener un lugar adecuado en el que estar. Son personas en formación que pasan entre seis y siete horas en un aula en el que no acaban de encajar. Antes se llamaba discapacidad a lo que les pone la vida más difícil: ahora se llama diversidad funcional. Da lo mismo. Es una enorme piedra en el zapato con la que estas personas tienen que recorrer su día a día. Y cada día, las familias de este alumnado se sumergen en la pelea de conseguir para él un lugar adecuado, adaptado y sobre todo, legítimo. Parece algo evidente, pero no lo es. En demasiados casos, las familias viven con angustia cada curso sintiendo que el lugar de su hijo o hija está siempre siendo cuestionado. Es como estar en la cuerda floja educativa, esperando cuál será el momento en que se sugiera la expulsión del alumno o alumna...o dicho de forma más políticamente correcta, el momento en que se eleve la propuesta de que abandone el aula ordinaria para acudir a un aula o centro específico.
Y la cuestión no es si es adecuado o no su comportamiento en el aula. La cuestión es si se les está proporcionando el entorno y la atención necesarios para que lo sea. Por si se lo están preguntando, la respuesta es no. Todo queda en manos de la capacidad personal de un profesorado que, en el mejor de los casos, no tiene la cualificación necesaria para atender la diversidad de las aulas, y el el peor, no está ni siquiera interesado en tenerla. Por supuesto, hay muchos docentes que dignifican su profesión y la llenan de caminos y esperanza. Pero los otros...ay.
Estamos ahora mismo en un momento en que hablar de integración en las aulas es colgarse la medalla del pensamiento progresista y solidario. Pero hablar no es lo mismo que lograr. Ni de lejos.
Los diferentes gobiernos han ido dejando tras de si un panorama apenas variable de integración real. El alumnado con necesidades especiales se enfrenta a un profesorado superado por la realidad de las aulas masificadas, por la necesidad de atender a las diferentes realidades de cada persona sin más medios que los personales, sin apoyos formativos específicos, reales y eficientes que les ayuden en esta dirección. Y en este panorama, el alumnado con diversidad funcional recibe quizás unas horas de apoyo semanales en las que se trata, teóricamente, de atender su forma personal de aprender o de pensar. El resto del tiempo se convierte en un ejercicio de supervivencia que pone a prueba la capacidad de resistencia de todos los implicados pero que, a quienes se lleva verdaderamente por delante, es a los niños, niñas y jóvenes que padecen una discapacidad.
Integrar no es simplemente juntar en un aula. Es una acción compleja que requiere inversión, conocimientos, estructura y constancia. Pero sobre todo, una visión real y globalizadora de la diversidad que consiga que deje de ser “el problema” para ser simplemente lo Normal. Con mayúsculas.


Ojalá me hubiera hecho gracia el vídeo de la cabra. Ojalá se lo hubiera hecho a todas las familias con hijos e hijas con diversidad funcional, que lo vieron y se sintieron dolidas, afrentadas y tristes. Porque significaría que todo eso ya, no es más que el pasado.