AULAS
PARA TODOS O LA HISTORIA DE LA CABRA
A
vueltas de nuevo con la integración

El
humor es una forma de terapia, una manera de normalizar y asumir
diferentes momentos y situaciones que acontecen en la vida cotidiana.
No hay tragedia que con el paso del tiempo no se convierta en
ingrediente de bromas o chistes. Ese humor negro tan humano.
Sin
embargo ¿todo es susceptible de ser enfocado en clave de humor?
¿Hasta que punto podemos reírnos de determinadas cosas?
No
me estoy refiriendo a los últimos casos en los que la justicia ha
tomado medidas contra cómicos que, en el ejercicio de su libertad de
expresión, al parecer, han sacado los pies del tiesto. Hace algunos
día recibí uno de esos vídeos que circulan por las redes sociales,
en clave de humor. El vídeo no era nuevo pero llegaba ahora a mis
manos, o mejor dicho a mi teléfono, procedente de la web de un
sindicato de profesores de secundaria español. En él se reproducía
un encuentro entre una docente y un inspector educativo. Él hacía
un repaso de la evolución del alumnado de la profesora. Uno de sus
alumnos había sido suspendido. El inspector preguntaba entonces por
la adaptación curricular del alumno es cuestión, que no había sido
llevada a cabo. La maestra, achicada por el reproche, se defendía
diciendo que el alumno en cuestión era...una cabra.
Este
era el gag principal del vídeo. A partir de ahí ella explicaba
todas las conductas inapropiadas del alumno en clase, cornear a otros
alumnos, comerse la libretas y hacer sus necesidades en el aula.
Todo ello pretendidamente hilarante. En realidad se trata de una
crítica al sistema educativo que, según quienes hacen el vídeo,
obliga a aceptar a todo tipo de personas en las aulas. ¿Cabras? Ese
es su ejemplo.
Quizá
desde fuera, desde el lado de la vida en el que los padres y madres
de los niños y niñas que acuden a los centros educativos, no saben
de adaptaciones curriculares, pueda tener gracia. Pero la realidad es
que no la tiene.
No
la tiene porque cada día hay niños, niñas y jóvenes que acuden a
los centros sin tener un lugar adecuado en el que estar. Son personas
en formación que pasan entre seis y siete horas en un aula en el que
no acaban de encajar. Antes se llamaba discapacidad a lo que les pone
la vida más difícil: ahora se llama diversidad funcional. Da lo
mismo. Es una enorme piedra en el zapato con la que estas personas
tienen que recorrer su día a día. Y cada día, las familias de este
alumnado se sumergen en la pelea de conseguir para él un lugar
adecuado, adaptado y sobre todo, legítimo. Parece algo evidente,
pero no lo es. En demasiados casos, las familias viven con angustia
cada curso sintiendo que el lugar de su hijo o hija está siempre
siendo cuestionado. Es como estar en la cuerda floja educativa,
esperando cuál será el momento en que se sugiera la expulsión del
alumno o alumna...o dicho de forma más políticamente correcta, el
momento en que se eleve la propuesta de que abandone el aula
ordinaria para acudir a un aula o centro específico.
Y
la cuestión no es si es adecuado o no su comportamiento en el aula.
La cuestión es si se les está proporcionando el entorno y la
atención necesarios para que lo sea. Por si se lo están
preguntando, la respuesta es no. Todo queda en manos de la capacidad
personal de un profesorado que, en el mejor de los casos, no tiene la
cualificación necesaria para atender la diversidad de las aulas, y
el el peor, no está ni siquiera interesado en tenerla. Por supuesto,
hay muchos docentes que dignifican su profesión y la llenan de
caminos y esperanza. Pero los otros...ay.
Estamos
ahora mismo en un momento en que hablar de integración en las aulas
es colgarse la medalla del pensamiento progresista y solidario. Pero
hablar no es lo mismo que lograr. Ni de lejos.
Los
diferentes gobiernos han ido dejando tras de si un panorama apenas
variable de integración real. El alumnado con necesidades
especiales se enfrenta a un profesorado superado por la realidad de
las aulas masificadas, por la necesidad de atender a las diferentes
realidades de cada persona sin más medios que los personales, sin
apoyos formativos específicos, reales y eficientes que les ayuden en
esta dirección. Y en este panorama, el alumnado con diversidad
funcional recibe quizás unas horas de apoyo semanales en las que se
trata, teóricamente, de atender su forma personal de aprender o de
pensar. El resto del tiempo se convierte en un ejercicio de
supervivencia que pone a prueba la capacidad de resistencia de todos
los implicados pero que, a quienes se lleva verdaderamente por
delante, es a los niños, niñas y jóvenes que padecen una
discapacidad.
Integrar
no es simplemente juntar en un aula. Es una acción compleja que
requiere inversión, conocimientos, estructura y constancia. Pero
sobre todo, una visión real y globalizadora de la diversidad que
consiga que deje de ser “el problema” para ser simplemente lo
Normal. Con mayúsculas.
Ojalá
me hubiera hecho gracia el vídeo de la cabra. Ojalá se lo hubiera
hecho a todas las familias con hijos e hijas con diversidad
funcional, que lo vieron y se sintieron dolidas, afrentadas y
tristes. Porque significaría que todo eso ya, no es más que el
pasado.