viernes, 22 de junio de 2012

Cuando los niños no vienen bien.

Cuando una mujer está embarazada hay una frase que es recurrente en las conversaciones: "yo lo único que quiero es que venga bien". Una frase sencilla que encierra sin embargo un contenido muy grande. En la vida de un feto hay muchas cosas que pueden ocurrir, muchos momentos delicados, muchos riesgos...la vida es un milagro de la fortuna. Un reto de perfección que la evolución trata de perpetuar. Cuando se conocen los riesgos, el milagro parece aún mayor.

Cuando adoptamos, salvo que hayamos decidido ser padres de niños con dificultades especiales, también deseamos lo mismo: que el niño venga bien.

Pero esto, en los dos casos, no siempre se cumple. Hoy quisiera hablar de esos casos en que los niños llegan con problemas de salud.

En el caso de la maternidad biológica, un buen número de problemas son detectados a lo largo de la gestación. Otros, al nacer. En cualquier caso, una mala noticia que cambia drásticamente las espectativas de los padres.

Pero me gustaría hoy centrarme en el tema de los niños adoptados. Anteriormente hablé de los riesgos que en este sentido lleva aparejada la adopción internacional (y la nacional también, aunque en otra medida). Los padres conscientes deben conocer estas circunstancias antes de emprender los trámites preadoptivos. Existen completos estudios que recogen de forma clara algunos de estos riesgos sanitarios aclarando las dudas posibles o dando una buena orientación al respecto. Uno de ellos es el de "SALUD EN ADOPCIÓN. GUÍA PARA FAMILIAS, CORA" que describe algunos de los problemas más recurrentes en la adopción: trastornos hipercinéticos, trastornos del vínculo, alteraciones en el lenguaje, trastornos del sueño y la alimentación y síndrome de alcoholismo fetal.

Cuando se realizan los trámites preadoptivos los padres deben decidir para qué se consideran preparados. Se refiere este punto al tema de la salud. Los padres reflexionan y deciden si están preparados o no para ser padres de un niño o niña con alguna alteración de la salud física o mental. La mayor parte de las solicitudes se decantan por niños sanos o con enfermedades recuperables. Pero algunas familias optan por ofrecer su amor y una familia, a niños con dificultades especiales. Una decisión que nunca debería estar influida por la mayor agilidad que el proceso tiene en estos casos ya que conlleva un cambio de perspectiva en lo que será la vida familiar, muy drástico en algunas ocasiones.

Llegados a este punto, cuando se adopta, se asume que lo que ocurra después nos ocurrirá a todos. Al niño y a sus padres. Y ocurre en más ocasiones de las que se supone, que aparecen importantes problemas indetectados de salud que provocan una debacle emocional en los padres recién estrenados.

Los embarazos no controlados, no deseados, los partos difíciles, las condiciones de nacimiento desfavorables...los problemas neurológicos no son ninguna rareza. Y, cuando los niños adoptados lo son cuando aún son bebés, son dificilmente detectables.

A veces, los padres sienten que algo no va bien desde el primer momento. Otras veces es al llegar a casa cuando se comienzan a detectar los problemas. El paso del tiempo revela otros. Pero en todos los casos, el descubrimiento de la enfermedad, síndrome, lesión, etc, supone un duro golpe para los padres.

Y aquí, como en casi todo lo que acontece con las familias adoptivas, hay matices que pueden dificultar más si cabe la situación.

En el caso de los niños recién llegados, el descubrimiento de una enfermedad o limitación importante se puede convertir en una dificultad más en el proceso de vínculo y apego. Asumir que se tiene un hijo con limitaciones que podrán ser graves o no, es más duro cuando aún no ha llegado el momento del amor completo y entregado que comparten las familias ya constituídas.

Por otra parte, las familias también pueden atravesar un doloroso periplo en el que la sospecha del problema  es intensa, pero no es refrendada por los profesionales. Esto puede ocurrir por diferentes causas. La más común es la falta de formación o información de los facultativos acerca de los riesgos especiales de salud que tienen nuestros niños. Otra, es una extraña discriminación positiva que lleva a muchos de ellos a achacar cualquier síntoma o comportamiento poco claro, a sus orígenes, recurriendo a la necesidad de cariño de los niños como remedio para todo. Los padres adoptivos se dan cuenta enseguida, de que han pasado a ingresar en el club de los tontos. Me refiero a la actitud extendida entre muchos profesionales de la salud infantil, con la que las madres (da igual sin son adoptivas o biológicas) somos englobadas como colectivo especializado en localizar y alarmarse por síntomas imaginarios de nuestros pequeños. Cuando un pediatra te llama "mami", enhorabuena, acabas de ingresar en el club.

Por eso, tampoco son extraños los casos en los que los niños pasan años en su nuevo hogar antes de que sea detectado el problema. Años en los que padres y madres se enfrentan cada día a los problemas que la falta de ayuda y orientación añaden al problema en concreto. Y sobre todo, años de soledad en los que la familia adoptiva se siente incapaz de manejar o enfrentar una situación sin nombre, sin diagnóstico y sin pronóstico.

Cuando un niño llega enfermo a casa, la familia tiene que pasar por ciertas fases imprescindibles para seguir adelante. La primera es conseguir un diagnóstico de lo que está ocurriendo. Lo que una madre ve, salvo excepciones raras, es lo que realmente ocurre. Si se sospecha un problema hay que insistir, buscar y llegar a una respuesta clara.

Después llega el proceso de conocimiento. Hay que conocer al detalle todo lo que se pueda sobre la situación del niño. Ponerle nombre, aprender qué implica, qué desarrollo tiene, qué soluciones.

A partir de aquí, hay que comenzar a aceptar la nueva realidad. Los padres de un niño con una lesión cerebral tendrán que aprender a pensar en otra clave en el futuro de su hijo: si soñaban que jugarían al futbol, correría por la playa o que andaría en bici por el campo...tendrán que hacer un doloroso duelo por el hijo que imaginaron antes de aceptar el hijo real. Los padres de niños hiperactivos con déficit de atención, tendrán que aprender nuevas tácticas de comunicación, acostumbrarse al control psicológico o psiquiátrico. Los padres, en fin, que tengan hijos con dificultades especiales tendrán que aprender otro tipo de paternidad en la que la presencia médica será una constante.

Cuando el niño es adoptivo surgen además otros problemas que pueden complicar la situación aún más: el desconocimiento o la falta de datos acerca de la herencia genética, o de las circunstancias concretas del parto, o del embarazo...impiden conseguir detalles que en ocasiones serían de gran utilidad en diagnósticos o tratamientos.

 Cuando un niño enferma de importancia es un momento terrible en cualquier familia. El apoyo de otras familias que atraviesan por momentos similares es muy importante. Las asociaciones de enfermos, o más bien de padres de niños enfermos poseen grandes dosis de información que puede ayudar a los padres desorientados. La voz de quienes han atravesado esa situación es la mejor guía para caminar.

Una vez aceptada la nueva situación, la vida se irá abriendo camino. Surgirán nuevas formas de vivir, nuevos futuros, diferentes a los soñados seguramente, pero igualmente válidos. Y a los padres les tocará luchar un poco más duro, por colocar a sus hijos en el camino que la vida les haya deparado.


miércoles, 20 de junio de 2012

Depresión postadopción.

Hace poco leí de nuevo acerca de la depresión post-adopción. Cuando nos embarcamos en este proyecto nos sentimos capaces de todo y creemos que nunca nos ocurrirá. Pero a veces pasa. Y es devastador. Hoy os contaré la experiencia de una madre que lo vivió en primera persona.

"Cuando P. llegó, llevábamos ya tres años luchando por llegar a él. Comenzamos con muchísima ilusión. Nuestro primer hijo había sido sido el fruto de una reproducción asistida. Cuando tenía cuatro años quisimos tener otro hijo. Por él para que tuviera un hermano y por nosotros, que deseábamos revivir los maravillosos momentos de paternidad que habíamos vivido y ser padres de nuevo.

Después del primer proceso invitro decidimos adoptar como forma de completar nuestra familia. Para nosotros era igual que la primera vez. Pusimos toda la carne en el asador, como suele decirse.Siempre habíamos pensado en la adopción como una posibilidad más de ser padres, así que nos lo tomamos con alegría y con la misma ilusión que la vez que optamos por la vía biológica.

Sin embargo durante el proceso, comprobamos que no era lo mismo. Los trámites se alargaban indefinidamente, no teníamos información veraz acerca del cauce de nuestra solicitud, nos sentíamos maltratados por nuestros tramitadores y totalmente indefensos antes sus abusos: retrasos injustificados, mentiras flagrantes, precios desorbitados por cada servicio...Poco a poco la ilusión se iba transformando en ansiedad y desconfianza. Al final del proceso estábamos agotados. Habíamos vivido en un hilo durante tres años. Llegó un momento en que nos sentíamos ciudadanos de segunda. Sin derecho a saber, a preguntar o a  conocer nada más que las migajas que querían darnos.

En estas condiciones, como suele pasar, cuando estábamos a punto de tirar la toalla llegó la esperada llamada. La adrenalina se nos disparó. Retomamos la ilusión y empezamos a visualizar de nuevo el final de nuestro proyecto de familia.

Los últimos meses pasaron deprisa, llenos de tensiones y problemas burocráticos y de todo tipo. Pero al fin llegó el momento de conocer a nuestro hijo.

Habíamos visualizado ese momento muchas veces. Pero nunca imaginamos que nos sentiríamos como lo hicimos. En el orfanato la sensación que nos invadía era el miedo. El niño parecía distante y ausente y nosotros nos sentíamos cansados e incapaces. Sin embargo, decidimos luchar por ese niño. A lo largo de las visitas las cosas mejoraron mucho. El niño empezó a relacionarse con nosotros y a abrirse y eso nos hizo ver las cosas con más optimismo. Poco a poco el pequeño empezó a hacérsenos imprescindible y cuando volvimos a casa ya le sentíamos como nuestro hijo. Al menos, en parte. Quedaba mucho camino.

Ya en casa, el niño continuaba avanzando y progresando. Todo el mundo decía lo rico que era, lo grandote que había venído y lo gracioso que les parecía. Y nos daban la enhorabuena.

Estábamos ya en ese momento que tanto habíamos deseado, pero por alguna razón no nos sentíamos felices. Estábamos como bloqueados. Siempre habíamos esperado tener esa relación amorosa que se había dado con nuestro hijo mayor. Una relación llena de caricias, de abrazos, de mimos, de cuentos compartidos, de canciones de cuna. Pero el pequeño era totalmente distinto. No sentíamos el afecto que esperábamos. No quería abrazos, ni besos. No buscaba consuelo cuando lloraba...Y par colmo, si le ocurría algo y había algún extraño presente prefería su consuelo al nuestro, dejándonos ahí como espectadores de la vida de un niño que solo quería de nosotros alimento y cuidados pero que no sabía nada de amor.

Poco a poco fuimos entrando en un situación muy triste. Pensábamos que el niño no nos quería y nunca lo haría. Buscamos ayuda psicológica pero nos encontramos con la incapacidad de algunos que se limitan a colgar una placa en su puerta.  Y finalmente, entramos en la depresión post-adopción.

Ahora sabemos que es muy habitual, o al menos, que no es rara, pero en aquellos momentos pensábamos que simplemente habíamos fracasado. Comenzamos a pensar en que debíamos aceptar que quizá nuestro hijo nunca llegaría a querernos. Pero éramos sus padres y nuestra obligación era quererle incluso en esas circunstancias.

Cada noche nos acostábamos hablando del tema, de los pequeños sinsabores del día relacionados con él. Al despertarnos, sentíamos una terrible sensación de pánico, de pena, de cansancio por el día que nos esperaría.

Fueron tiempos muy difíciles para los cuatro.

Sin embargo seguimos adelante. Seguimos tratando de crear familia, de encontrar a nuestro hijo bajo todo aquello que nos separaba.

Ahora, dos años después, todo ha cambiado. Miramos hacia atrás y vemos alejarse todo aquello. Hemos caminado mucho y hemos aprendido mucho. Pero sobre todo, hemos tenido que aprender a ser padres de nuevo. Nuestro hijo nos ha adoptado al fin. Y ahora, los besos, las caricias y los abrazos no dados que tanto nos dolieron, abundan. Ha sido un proceso duro y doloroso, con momentos hermosos desde luego, pero que hemos tenido que recorrer solos. Hoy puedo decir orgullosa que mi hijo P. me quiere, que quiere a su hermano y que adora a su padre. Ya no queda nada de aquél pequeño armadillo que llegó a nuestra vida. Tardó dos años en abrirse pero esperarle valió la pena porque lo que guardaba dentro es sencillamente maravilloso".

La depresión post-adopción no es un mito, no es ninguna tontería y desde luego no es algo vergonzoso. Sin embargo, para los padres que la padecen se convierte en un problema en muchos sentidos. La depresión se puede producir por muchas causas, algunas endógenas pero otras, las más comunes, exógenas:

Durante el proceso se invierten enormes cantidades de energía. A veces, los tiempos se alargan y se viven situaciones estresantes que agotan a los futuros padres. Y es este ínterin se pierde de vista que el verdadero reto llegará a casa después, cuando los niños estén en su nuevo hogar. La fatiga física y mental puede ser el primer escollo a la hora de consolidar la adopción.

En ocasiones la imagen mental que los padres adoptantes tienen acerca de la paternidad o del hijo que esperan no corresponde con la persona que encarnará ese sueño en la realidad. Como ya comenté en otro post anterior, aceptar al hijo real es un paso imprescindible para convertirse en padres.

Los problemas que el niño puede traer consigo pueden sorprender, asustar y desestabilizar a los padres que se sienten superados por las situaciones que se pueden producir. Los niños institucionalizados traen un equipaje de problemas por resolver que puede llegar a ser dramático el algunos casos y la formación de las familias no siempre está ajustada a las necesidades de los niños.

En ocasiones, las parejas descubren que no están en sintonía frente a la llegada de un niño, frente a la paternidad adoptiva, frente a la paternidad con dificultades, etc. Pueden salir a relucir muchas fisuras.

Confrontar la propia imagen ideal de maternidad o paternidad con la real puede colocar a los nuevos padres ante la sorpresa de descubrirse de una manera inesperada, con menos capacidad de la supuesta, falta de firmeza o todo lo contrario...un nuevo rol requiere una nueva forma de reconocimiento personal.

etc...

El tema, es que llegados a este punto, las familias que sufren de depresión postadopción sienten que sus sentimientos pueden hacer creer a su entorno que no quieren al niño porque no es biológico, que se han equivocado.

Una situación muy común entre las madrea adoptivos es la siguiente: la madre charla con otras madres acerca de los hijos, o con una vecina. Se comentan las travesuras, las manía o cualquiera de esos problemillas con que la crianza se adereza normalmente; y de pronto, cuando la madre adoptiva trata de compartir su parte, la otra parte sale en defensa del niño o niña adoptado. "pobre" es la expresión más común. Como dice una madre adoptiva "cada vez que me quejo de mi hija, por cualquier tema típico de la edad , es como si tuvieran que "vendérmela", como si detrás de mi queja se ocultase una falta de amor porque no es biológica".

Esto, que es simplemente un detalle, ilustra lo que puede sentir una madre o un padre que se siente deprimido tras la adopción.

La depresión post adopción como otras formas de depresión requiere atención. Primero de los propios interesados, reconociendo su situación, tratando de acercarse a ella sin dramatismos. Después es importante contar con apoyos sólidos. Del entorno personal o familiar o  si es necesario, apoyo profesional. Sobre todo, hay que huir de la culpabilidad. Las personas que lo padecen pueden sentirse decepcionados por sus propias emociones.

La depresión post-adopción es transitoria. Una etapa difícil y dolorosa que hay que atravesar si llega el caso mirando siempre hacia adelante.

La depresión post-adopción puede complicar el proceso de vinculación con los niños. A veces es la pescadilla que se muerde la cola: niños con problemas que dificultan la vinculación, depresión maternal o paternal por ello, la vinculación de complica, más problemas de depresión...

Los consejos son sencillos.

Para empezar, es muy importante tratar de recuperar el equilibrio personal. Para ser buena madre hay que sentirse bien con una misma. Por ello, incluso si es complicado, es imprescindible contar con un momento regular para una misma: una vez al día un café con una amiga sin niños, una vez a la semana yoga, ginmasio...algo que recargue las pilas y nos ubique en la vida fuera de la tarea maternal. Si te sientes en paz, relajada o feliz, transmitirás eso y te sentirás más capaz de enfrentar las situaciones que te resultan difíciles.

Hay que aceptar las propias limitaciones. Perdonarse por no ser la madre que soñabas y trabajar siempre en mejorar pero sin culpa. A veces las madres o padres con depresión post-adopción se sienten incapaces de ser lo cariñosos que creen que deberían ser. Reconocerlo es importante para avanzar y mejorar, pero los sentimientos de culpa se convierten en una piedra más en el zapato. Hay que darse tiempo. Un buen punto de partida es hacer lo correcto. Lo ideal llegará más tarde.

No olvidar nunca que con los hijos, bailamos un curioso baile; un pasito adelante, un pasito atrás y de pronto, un saltito. Retrocesos y avances se sucederán sin más en el proceso de crecimiento. Los niños nos irán dando pistas de que mejoran pero los retrocesos, regresiones y demás, estarán presentes en él.

Olvida momentáneamente las obligaciones educativas y céntrate en divertirte con tu hijo. Lo lúdico atrae el resto. No importa si tu hijo no tiene modales en la mesa. No gastes energía ni estropees ninguna ocasión de bienestar común en inculcarle ahora esas normas. Tendrás tiempo de sobra más adelante y ahora solo se convierten en temas que os dificultan la relación.

Cuando tu hijo te decepcione trata de recordar siempre que él también está tratando de reinventarse en la nueva vida que le ha tocado. Dentro de un tiempo todo será distinto. El será distinto y tú también.

Aléjate de las personas que te llenen de pensamientos negativos, que te envíen mensajes apocalípticos y te hagan sentir más angustiada. Recuerda que la depresión post adopción es una respuesta a una situación de estrés.

Si tu hijo tiene dificultades especiales, de salud, de desarrollo, etc, busca el apoyo y la comprensión de las personas que sufren lo mismo. Las asociaciones de padres de niños que padecen alguna dolencia, carencia o  problema están formadas por personas que han sentido lo mismo que tú en algún momento, y te ayudarán a asumir y normalizar la nueva situación.

Un nuevo reto es a menudo el momento de conocerse mejor y de crecer. Apoyarse en los demás, es la forma más inteligente de afrontar nuestras propias limitaciones.