lunes, 10 de febrero de 2014

De terapias.

Parece mentira en este paraje calmado y sosegado en el que vivimos, pero nuestra existencia se ve constantemente convulsionada por cambios y retos. Esta tarde empezaremos una nueva etapa de nuestra vida familiar. La pequeña comenzará a acudir a una terapia especial. Se trata de psicomotricidad relacional. Aún no tengo claro en qué consiste pero espero ir averiguándolo poco a poco.
Llegamos a este centro recomendados por un grupo de profesionales que realizan su trabajo en la Universidad de La Laguna. Fina Rodríguez y José Luis LLorca son un referente por su trabajo con niños adoptados o con dificultades especiales. En una de mis inmersiones en la red buscando ayuda desesperadamente, dí con ellos y concretamente con Fina. Me pareció una de esas personas que están como bañadas en un fluido que las hace deslizarse pausadamente por donde los demás corremos atrabancados. O quizá mi grado de estrés es tan grande que veo la vida como desde la ventanilla de un TGV.
Me escuchó amablemente, me dió consejos valiosos para la gestión de la nueva situación, incluso a nivel práctico e institucional y recibió a la pequeña para una valoración.
Ese día acudimos los cuatro. Aunque los chicos enseguida salieron para que el tiempo no se le hiciera a mi hijo mayor demasiado largo. Después, mientras una de las profesionales del equipo charlaba conmigo realizándome la entrevista acerca de la niña, ella jugaba con Fina ante nosotras, en una sala tapizada de colchonetas de colores y juguetes diversos.
Una cosa que me suele pasar y que seguro que a muchas personas les ocurre igual, es que uno cuenta algunas de las cosas que les preocupan de los niños a un profesional, y los pequeños por arte de magia, se convierten en pequeños angelitos que parecen totalmente ajenos a lo que contamos. Ese día la niña estuvo encantadora. Ni un berrinche, ni un ataque de rabia, ni un grito... Yo, ya acostumbrada, esperaba de nuevo, un informe en el que ninguna de mis preocupaciones quedase recogida. Y me equivoqué. Afortunadamente, me equivoqué.
Y no es que me alegre de ver por escrito que los problemas que detecto son reales, pero es el primer e imprescindible paso para comenzar a buscar soluciones.

Parece mentira que en dos horas de juego frente a frente, Fina fuera capaz de comprender tan acertadamente por dónde van algunos de los problemas de la pequeña.

Y ¡sorpresa! lo confieso. Hubo algo que no me esperaba en ningún caso. La parte más importante de la actuación recomendada con la niña se refiere a un problema de comportamiento derivado de la institucionalización. De la deprivación afectiva en sus primeros contactos vitales, de su ingreso en una casa cuna...¿os suena?

No es nuevo, pero para mí era un tema abandonado prácticamente. El hecho de que la niña enfermase borró el tema adoptivo de la lista de preocupaciones o mejor dicho, de ocupaciones. Los problemas de la enfermedad, la medicación y demás, ocuparon cualquier niño  de atención familiar.  Creyendo además, en mi caso, que es que hacían que el resto desapareciera. Es un defecto derivado de la sobreatención que una enfermedad grave determina en una madre: el peligro de leerlo todo en clave de enfermedad.
Y es que es muy difícil discernir: ¿se porta tan mal porque la medicación la pone nerviosa, la vuelve irritable? ¿Hay alguna razón médica que explique sus cambios de humor? Después de darle la medicación os aseguro que estoy más que dispuesta a decir que si. Y entonces me pregunto: si los fármacos condicionan su forma de sentir y de actuar ¿qué herramientas que quedan a mi como educadora?
Y de pronto, me recuerdan la herida primordial: el abandono. Y reabrimos la maleta adoptiva sacando los trapos sucios a relucir.

Según el informe, las tendencias de carácter que la niña muestra ahora se convertirían probablemente en rasgo de carácter si no se realiza algún tipo de intervención en este sentido. Y para eso empezaremos hoy la terapia.

Tengo mucha esperanza porque reconozco que no sé cómo actuar en muchos momentos. Sobre todo cuando vuelve del colegio de nuevo, con las quejas de los profesores que han tenido que bregar con un comportamiento ingobernable. Y con su carita triste y frustrada.

En fin. Ahora toca reajustar de nuevo la vida. Y esperar que de verdad, encontremos un poco de luz entre tanta tiniebla.