jueves, 17 de mayo de 2012

Seguimientos. Familias bajo sospecha.

Vuelvo de nuevo a abordar el tema de los seguimientos. Supongo que esta será una constante en mi vida como madre adoptante. Pero es que el tema es inagotable.

Ahora comienza a haber un movimiento generalizado de familias que sienten y padecen los inconvenientes que los seguimientos post-adopción generan. Y de nuevo, se me revuelve la inquietud que el tema me produce.

Cuando firmamos los compromisos de seguimiento lo hicimos, como tantas otras cosas, con la vista puesta única y exclusivamente en el objetivo de llegar a nuestros hijos como fuera. Sorteando las mil y una trabas que la administración nos ponía aquí y allí. Nunca, me atrevo a suponer, nos paramos a pensar qué supondría a lo largo de la vida, este compromiso adquirido tan a la ligera, sin reflexión previa y sin datos concretos. En mi caso, pensé que realmente no tendría importancia alguna ya que no temía en ningún sentido una inspección, segura de que todo iría bien en casa. Sólo pensaba en que era lo que había que hacer, lo que había que asumir. Y firmamos, como todos.

Sin embargo con el paso del tiempo, este seguimiento se ha convertido para mí en un escollo que me cuesta superar cada año. No hay nada que ocultar ni que temer, y a pesar de todo, la incomodidad que me produce esta inspección anual me llena de impotencia de forma recurrente. Y me pregunto muchas cosas.

Mi primera pregunta se refiere a la profundidad, el método, y lo prolijo en detalles de estos informes. Parecen más nuevos informes de idoneidad que simples seguimientos. Nos solicitan informes médicos y del colegio, visitan nuestras casas, hablan con los niños, comprueban su comportamiento y preguntan acerca de aspectos de su vida y de la nuestra. A mí, después, me queda una terrible sensación de vulneración de mi intimidad y sobre todo, de la de mi hija. ¿dónde queda nuestro derecho a la intimidad? ¿porqué debería nadie conocer la marcha en el colegio de nuestros niños, o su estado de salud? ¿o si come bien o mal, tiene rabietas o se pelea con su hermano?

Comprendo perfecta y totalmente la necesidad de comprobar que las familias adoptivas se han constituído correctamente. Lo comprendo y lo comparto. Conozco bien las dificultades por las que las familias pueden pasar hasta convertirse y funcionar de forma real como familias sólidas. Lo he visto infinitas veces y creo que es lo más habitual. Por eso, me parece normal, correcto y adecuado, que exista un control post-adoptivo que asegure que las cosas funcionan, que los niños están integrados, son amados y protegidos.

Pero este control no puede ser mantenido de por vida. En mucho países se firma un seguimiento hasta los dieciocho años y ahí es donde yo encuentro el verdadero problema.

Una vez demostrado que las familias funcionan, que la adopción se ha realizado con éxito, sobra toda injerencia ajena. Me es indiferente el interés que podamos suscitar a los países de origen. Si los niños proceden de naciones en las que el control sobre los ciudadanos pasa por encima de las libertades civiles, ahora son españoles, y deben disfrutar del derecho que todos los españoles tenemos a nuestra propia intimidad. En nuestro país, las familias no son vigiladas de oficio. Debe existir una causa que motive el seguimiento constante de una familia. Pongamos por ejemplo, una madre que tiene trillizos. Es evidentemente una situación difícil que podría provocar conflictos o problemas. Sin embargo, no se establece que cada familia que tenga más de un bebé en el parto, deba realizar un seguimiento anual. Para controlar y proteger a los menores existen mecanismos más sutiles y menos invasivos: los colegios, los pediatras y el entorno son los encargados de dar la voz de alarma cuando realmente hay algo que vigilar o atender.

Entonces ¿porqué a nosotros se nos mantiene en una situación de permanente control? Comprendo que desde los países de origen se exijan estos requisitos. No solemos traer a nuestros hijos de modelos de democracia. Pero en España las cosas funcionan de otra manera y nuestros hijos son españoles. ¿somos familias bajo sospecha? ¿es que nuestros hijos no acaban de ser españoles del todo? ¿tienen los paises de origen derechos sobre ellos? Me parece improbable, porque incluso en los casos en que los paises mantienen la doble nacionalidad, si en España no está reconocida ésta por un convenio internacional, a nuestros efectos los niños son sólo españoles.

También me sorprende que las autoridades españolas consientan este flujo de información desde España hacia otros países, exhibiendo la vida privada de sus ciudadanos de esta manera y por tanto tiempo. Para mí, pasado un tiempo, el seguimiento ya no tiene sentido en cuanto a protección de menor, y se convierte en un control de la vida familiar por un país al que no le debemos rendir cuentas. Adoptamos allí, si. Y respetamos el origen de nuestros hijos. Lo cuidamos con respeto para que nuestros hijos puedan mirar atrás sin miedo y con orgullo. Pero eso no implica que debamos seguir vinculados a ellos permanentemente.

Por otra parte, no en todas partes los seguimientos se realizan de la misma manera. En algunas comunidades, la sensibilidad de los funcionarios permite que el contacto anual se realice de forma sutil y discreta. Sin que los niños sean conscientes del examen. Pero, lamentablemente, no siempre es así. Es más, no es lo más frecuente. Y ahí entra en juego otro importante aspecto de la cuestión:

¿Cómo van a vivir nuestros hijos sabiendo que cada año debemos rendir cuentas de nuestra gestión parental a la administración y más aún, a sus países de origen? Cuando sean conscientes perfectamente de lo que esto significa ¿cómo podrán asumir que son nuestros hijos sin matices igual que sus hermanos biológicos, por ejemplo, si cada año nos enfrentaremos a este examen? Da igual lo que digamos o lo que expliquemos. Ninguno de sus amigos tendrá que pasarlo, y ellos tendrán que perder un día de colegio, dar explicaciones o mentir acerca del motivo y ponerse delante de un extraño para que vea que seguimos juntos, que podemos hacerlo. Y de esto se decuce  ¿es que podemos hacerlo mal y perderlos? ¿es que NUNCA seremos lo bastante buenos como para continuar solos? Imaginar qué podría poner en la cabeza de nuestros hijos de diez o más años esta situación da, como mínimo, miedo.

Y todo esto, sin entrar aún en que, al parecer, estamos sometidos también, a los cambios de exigencias respecto a los seguimientos, que los países de origen quieran realizar. Esto es algo, como mínimo, sorprendente. De pronto, años después de haber adoptado, nos exigen traducciones juradas en traductores específicos, especifican qué quieren ver, cuántas fotos y en qué papel... Y nosotros, al parecer, tenemos que acatar y cumplir. Y mi pregunta es: ¿cuál es el tope? ¿cuál será el punto máximo de exigencias que debamos ir asumiendo? Quizás, más adelante, consideren que lo más adecuado es viajar una vez al año a las embajadas para que realicen unos test a nuestros niños. ¿deberemos aceptar y callar? Seguramente no. Pero entonces ¿desde dónde hasta dónde nos protege nuestro sistema?

Y, por último, me referiré a los casos aún más asfixiantes, de los seguimientos de pago. Un sistema que lacra a las familias con un sobresfuerzo económico anual que, en ocasiones, se puede convertir en un verdadero problema doméstico. ¿Es esto en el interés superior del menor? Nadie nos avisó de que para tener a nuestros hijos tendríamos que mantener una capacidad adquisitiva que permitiera estos gastos anuales. Cuando las familias tienen más de un hijo en esta situación, los gastos se convierten en un dispendio difícil de asumir. Y más, con la coyuntura actual.

Cuando adoptamos, nos dijeron que seríamos familias corrientes. Nuestra legislación nos reconoce como familias normales en obligaciones y derechos. Cobramos la baja por maternidad, las deducciones por hijo, las ayudas a la maternidad...Contribuimos como el resto de los padres y madres de este país, cumplimos los compromisos que todos los padres adquirimos al serlo...¿Porqué entonces? ¿Porqué?

Cada año, las mismas preguntas.