jueves, 7 de abril de 2011

Las historias de la vida

Poco a poco iré subiendo las historias que me van llegando en los comentarios. Lo haré, como siempre, reservando la intimidad de las familias, sin nombres ni datos, porque lo importante el aprender de la experiencia de los demás, no saber exactamente de quien estamos hablando.

Mi agradecimiento a las que ya estais colaborando.

Gracias a todas, haremos que este blog tenga alguna utilidad para otros padres y para nosotras mismas.

miércoles, 6 de abril de 2011

Abrazos que duelen




A veces, escucho a los padres decir asombrados: ¿qué ha pasado con aquel niño que se portaba tan bien en el orfanato? Parece que nos lo han cambiado.
En realidad, no han cambiado al niño, hemos cambiado todo lo que le rodeaba. Y ¿quien no ha oído alguna vez lo de "yo soy yo y mis circunstancias"? Un niño que ha perdido todos sus referentes vitales, no estará en su mejor momento en cuanto al control de sus emociones.
Pero además, entran en juego otras cosas.

Uno de los momentos más complicado cuando el niño sale del orfanato, es el del viaje de vuelta a España. Largas horas de vuelo, atrapados en unos asientos alucinantemente estrechos, sin nada qué hacer, ni a dónde ir. Una prueba de fuego que pone de manifiesto las primeras carencias, los primeros baches en la adaptación familiar. Quizá el primer desafío para los nuevos padres.

"Cuando nos lo entregaron, enseguida nos echó los brazos. Se le veía muy cansado, seguramente por el largo viaje en coche que había tenido que hacer hasta llegar a nosotros. Nos reconoció de los otros viajes y todo fue muy fácil. En el hotel, comía y dormía sin demasiados problemas. Todo iba de maravilla. Pero cuando montamos en el primer avión las cosas comenzaron a complicarse. Al principio todo iba bien. El peque, sociable y sonriente, disfrutaba del hecho de ser el centro de atención de pasajeros y azafatas. Pero al ir pasando las horas, el cansacio apareció. Sin embargo, sentarse sobre nosotros no le relajaba. Al revés, cada vez que sentía que iba a dormirse sobre mí o mi marido, en el preciso instante en que su espaldita tocaba mi cuerpo, un alarido increiblemente potente surgía de él. Se ponía rígido y miraba despavorido alrededor tratando de alejarse.
Era todo un espectáculo. Nosotros, desconcertados, tratábamos de mecerle, de acunarle, de cantarle o arrullarle, pensando de la manera tradicional: esto es sueño; tiene un berrinche de puro cansacio. Pero el paso de las horas nos demostró que no se trataba de eso. Pensamos en algún malestar o dolor. Le dimos Dalsy. Pero no funcionó. Lo que le dolía no se pasaba con analgésicos.
Ante la situación, las azafatas se empeñaban a ayudar, creando aún más tensión a nuestro alrededor. Las miradas fastidiadas de los pasajeros agotados tampoco eran de gran ayuda.

Pasó el primer vuelo. En el hotel, el pequeño entró en un estado de trance que duró toda la noche. Pero al día siguiente, en el segundo vuelo, la pesadilla se repitió en la misma forma e intensidad.

Han sido los viajes más horrorosos de mi vida. Nada que ver con la imagen idealizada que yo tenía de la vuelta a casa, con mi hijo en los brazos, abrazándole feliz."


Esta historia es muy común. Incluso, según algunos expertos en adopción, tiene un nombre: se llama síndrome de hipervigilancia. Los niños sometidos a cambios tan violentos y drásticos ven sacudida su vida de tal manera que ya no están seguros de cuál será el siguiente cambio que se producirá. Dormir, puede significar perder lo que ahora están disfrutando; despertar en otro lugar, con otras personas desconocidas...al fin y al cabo, eso ya les ha ocurrido antes.
En realidad, este es un síndrome que va asociado a trastornos más graves, que puede ser una respuesta a otras situaciones en la vida, pero en el caso de los niños adoptados se puede dar de forma transitoria, como respuesta al temor que sienten ante tantos estímulos nuevos.

Saber que esto puede ocurrir, puede hacerlo más llevadero. Si se tiene la estrategia adecuada para turnarse en la pareja, por ejemplo, durante las horas del vuelo, consultar previamente a un pediatra que podría recomendar alguna solución medicamentosa para los casos más intensos...Y sobre todo, si se sabe que es algo pasajero las cosas pueden resultar algo más sencillas. Aunque hay momentos en la maternidad que la única estrategia es... aguantar el tirón.

lunes, 4 de abril de 2011

¿Compartimos?

Cuando volvemos del viaje más importante de nuestra vida, con nuestros niños en brazos traemos siempre algo más que ropa para lavar: Los recuerdos de rostros que seguramente nunca volveremos a ver y a los que, sin embargo, estaremos ligados en nuestra memoria. El sabor del agua. El perfume del viento. El sonido de la vida al comenzar la mañana. La textura del pan. El calor de la gente. El sonido de los pasos en la escalera. El eco de las voces de los vecinos.Los gatos que nos miraban cada mañana, sorprendentemente hermosos en medio de la nada. Los pájaros que sobrevolaban nuestro coche por la carretera. La sonrisa de aquella camarera...

Es curioso cómo la memoria almacena las cosas más insignificantes, las que con el paso del tiempo se volverán claves para recordar. Volveremos una y otra vez al otro lado del mundo, cada vez que un olor nos lleve en una mágica transportación, a otro momento y otro lugar; cada vez que una voz nos sacuda el polvo del paso del tiempo y nos coloque de nuevo allí.

Pero además, de forma subrepticia, nos traemos con nosotros La Maletita. Un equipaje indeseado pero inseparable de nuestros hijos. Ya lo decía en otro post: son las heridas del corazón que vienen con ellos.

No vamos a hablar de grandes problemas. Sin embargo, si me gustaría ofrecer lo poco que he aprendido en mi propia familia y en las que me sirven siempre de ventana a la realidad. Hay pequeñas cosas que se repiten con bastante frecuencia. Saberlas, haberlas oído como normales, ayuda a enfrentarlas y superarlas.

Cuando los niños salen del orfanato un cataclismo sucede en sus pequeñas vidas. De repente, o con una transición muy breve en el mejor de los casos, se ven arrancados de lo que ha sido su hogar hasta ese momento. Sus vínculos y sus apegos, mayores o menores, desaparecen de su vida sin remedio. Sus hábitos y sus costumbres, sus rutinas, tan importantes para los niños y su desarrollo en seguridad y equilíbrio, son sustituídas por otras totalmente distintas. Sus compañeros, hermanos de vida hasta entonces, desaparecen para siempre. Y así, ellos, tan pequeños y vulnerables, se ven de pronto inmersos en un mundo ajeno por completo, en el que deben encajar y que debe encajar también en ellos, en su mundo interior, tan devastado a veces.

Los adultos que vivimos el proceso desde el otro lado, sabemos que todo este dolor es el inevitable precio de la felicidad. Que lo que les espera al otro lado de esta muralla, es mejor que lo que tenían. Pero hasta los niños maltratados muestran apego hacia sus verdugos y sufen cuando se tienen que separar de ellos.

Nuestros niños tienen que empezar a caminar por un sendero absolutamente extraño, en el que nada se corresponden con lo conocido y del que nada o poco entienden. Si son afortunados y sus padres han sido capaces de aprender para ellos, algo del idioma en que siempre se comunicaron, al menos podrán escuchar los sonidos familiares y expresarse mejor desde el principio. Si no es así, perderán incluso eso: la capacidad de expresarse y ser entendidos de verdad.

Por eso, quisiera recoger esas historias que cada familia tuvo que vivir al principio o no tanto, de la vida en común. Esos comportamientos difíciles de entender aisladamente y aún más difíciles de enfrentar de la misma manera.

Creo que muchos de los que leeis este blog teneis amplia experiencia en este sentido. Os invito a que vuestra experiencia nos ayude a recopilar estas pequeñas historias. Si lo compartís conmigo en la parte de comentarios, yo la subiré en forma de post, de forma anónima, para que todos podamos aprender de ella. Así, detalles como las manías a la hora de comer, o dormir, en el contacto físico, la relación con los extraños, o las mascotas, o tantas otras cosas podrán ser comprendidas mejor por todos los que navegamos en el mismo mar de la maternidad adoptiva.

Gracias por adelantado.

Los cursos de preparación adoptiva.


Una de las actividades que más tiempo nos ocupan cuando estamos esperando a nuestros hijos en estos embarazos extracorpóreos que sufrimos, es la investigación. Investigamos acerca de todo lo que nos pueda acercar un ratito a nuestro sueño. Navegamos por la red tratando de aprender acerca del pais al que iremos y en el que vive o nacerá, según su edad, el pequeño esperado. Yo recuerdo que trataba sobre todo, de encontrar fotografías de la calle, de la gente viviendo su día a día, para ir empapándome de esos rasgos que un día me serían propios.

La cultura, las tradiciones, la gastronomía...todo nos parece importante. Es un tributo al origen de nuestros hijos, aprender todo lo que podamos acerca de su origen.

Pero además, probablemente impulsados por los organismos de nuestras comunidades, comenzamos la vuelta al cole. Nos matriculamos en los cursos de padres adoptantes con la esperanza de que nos desvelarán los secretos de la maternidad adoptiva, las claves para hacer que nuestro proyecto de familia se consolide y ser los padres-modelo de nuestros hijos.

El éxito de esta empresa depende de muchas variantes, pero sobre todo, de la experiencia y la capacidad de quienes los imparten. En cualquier caso, siempre es buena idea disponerse a reflexionar acerca de la aventura en la que uno se embarca siempre que quiere se padre o madre, pero especialmente si se va a materializar de forma adoptiva. Sobre todo en el caso de las parejas, es un momento único para descubrir la forma educativa que el otro miembro de la pareja tiene.

Muchas parejas están convencidas de tener los mismos criterios educativos y la misma línea de pensamiento hasta que se enfrentan a la realidad. En muchos casos, el descubrimiento no es sólo el que la otra persona hace sobre su cónyuge sino el que uno hace sobre sí mismo. Es decir: en la teoría todo el mundo tiene la línea educativa que le parece más idónea, pongamos, el estilo democrático. Pero cuando llega la hora de la verdad, ocurre en muchas ocasiones que las reacciones se corresponden más por ejemplo, con un estilo autoritario. A veces, la persona que tan bien se creía conocer resulta ser toda un sorpresa como padre o madre. en ocasiones, esta sorpresa es muy positiva pero en otras... Por ello, estos cursos son una buena oportunidad de ponerse en común y hablar de cosas que habitualmente no se ponen sobre la mesa.

Cuando se comienza a recorrer el camino de la educación de los hijos, hay muchas piezas que encajar en el nuevo esquema familiar. Los cursos de padres, especialmente los preadoptivos, son una ocasión para investigar sobre estos aspectos que después surgirán expontáneamente.

Otra cosa importante que los cursos deberían ofrecer a los padres, son herramientas de desarrollo, de resolución de conflictos o de comunicación con los hijos. Los cursos que se quedan en planteamientos teóricos, de casos hipotéticos, no nos llevan a nada.

Es muy habitual que en estos cursos se cuenten historias reales acerca de casos adoptivos difíciles. ¿Cuál es el mecanismo en el que solemos recibir esta información? Por una parte, nos asustamos temiendo que algo así pueda ocurrirnos. Pero por otra, creemos que eso nunca nos ocurrirá.

Quizá hay algo que habría que tener en cuenta y en lo que creo que se debería insistir en los cursos. Es algo que yo he aprendido de mi propia experiencia pero sobre todo, de la de tantas familias con las que he caminado este camino. Todos nuestros niños traen heridas. Siempre se habla de la maleta que los niños adoptados traen consigo, pero pensamos que si son pequeños, o han sido bien tratados en el orfanato, esta maleta es insignificante.

Nada más lejos de la realidad. El hecho adoptivo parte de una herida muy grande que todo el afecto del mundo no podrá borrar: el abandono. Todos los niños, aunque sean pequeños cuando llegan a casa, han tenido que sobrevivir sin una figura de afecto incondicional, una persona fija con la que vincularse, que supusiera seguridad y calor humano permanente. Una madre (que podría ser un padre en cualquier caso). Esta herida, en los primeros meses de vida, crea una cicatriz emocional que los pequeños arrastran con ellos.

Si además, han sufrido ingresos hospitalarios al principio de sus vidas, este abandono es todavía más doloroso. Quien haya visto alguna vez el funcionamiento de una UVI o una hospitalización de neonatos, ya sabe a qué me refiero. Incluso en los centros en que se trata de ofrecer a los recién nacidos un afecto extra, la frialdad terapeútica es tan grande que los niños tienen que aprender a vivir solos. Dependen de la buena voluntad de un personal habitualmente cansado, sobrecargado de trabajo y que además, tiene que fabricarse una coraza para poder seguir adelante entre tanto dolor.

CAda personita saldrá adelante como pueda. Unos niños dejarán de llorar o mostrar emociones, ahorrándose así el sufrimiento de no lograr que sean colmadas. Otros quizá llorarán sin consuelo durante horas. Otros rechazarán el contacto o por el contrario, lo reclamarán de cualquiera que pase por delante.

Este es solo un ejemplo, un detalle de los muchos que van conformando la historia de los niños abandonados o institucionalizados.

A lo que quería referirme hoy, es a la necesidad de saber que todos nuestros niños traen heridas en el corazón. Esto es importante saberlo, porque creer que no es así, lo hace todo más difícil. Hay que saber reconocer las heridas para poder tratar de ir cicatrizándolas poco a poco. Para aceptar que algunas cicatrices no desaparecerán del todo en mucho tiempo, quizá nunca. Que hay un tiempo perdido que no podemos recuperar para ellos.

No hay que ponerse en lo peor. No hay que pensar en casos extremos, terriblemente dolorosos. Simplemente hay que pensar en que nuestros pequeños tendrán peculiaridades más o menos evidentes, más fáciles de superar o más difíciles.

La experiencia de otros padres que ya han pasado por lo mismo es quizá la mejor herramienta que tenemos. POr eso es importante reconocer la normalidad de las cosas que ocurren y nos desconciertan. Porque eso no hace que nuestros hijos sean menos maravillosos o que nosotros seamos peores padres.