Ese vídeo es un tesoro familiar. A veces, cuando en estos años de dolores y miedos, me perdía en el barullo de mis propias emociones, lo veía a solas de nuevo. Y a través de su música, con esa nana kazaja que mueve mi mente hasta remotos lugares a través del tiempo y el espacio, las fotografías de la espera y de encuentro...y sobre todo, el retrato emocional de todos aquellos sentimientos que invertimos en la Aventura de Nuestras Vidas, me reencontraba conmigo misma de nuevo. Y reencontraba el camino que a veces se me volvía nebuloso. Todavía tiene ese efecto en mi.
Y no solo en mi. Ayer, cuando el vídeo invadió de repente la pantalla del televisor, llenando ese momento y ese tiempo, mi hija se volvió hacia adentro. Y por primera vez las imágenes no la hicieron reir de alegría al verse en ellas, al verse con nosotros. Una nostalgia primitiva y nueva se despertó en su corazón. Y al verse allí, en brazos de la cuidadora que nos la presentó por primera vez, sintió quizá por primera vez de forma consciente, el dolor de la pérdida.
Se puso melancólica y triste y estuvo toda la tarde con ese pensamiento recurrente que de vez en cuando la asaltaba.
No tiene recuerdos conscientes. No creo que recuerde realmente a la cuidadora, porque no la reconoce en las fotografías que hemos visto mil veces. Pero sí reconoce con los ojos del corazón, siente la ausencia de un tiempo perdido y el dolor de la separación. Una nostalgia inevitable, que ahora por fin es capaz de verbalizar pero que creo que siempre ha estado presente en ella.
Ahora nos toca empezar a recrear para ella todo un tiempo perdido del que apenas hemos hablado, tan concentrados en el tema de la adaptación y la creación de los vínculos. Ahora que está segura de quien es y a dónde pertenece, toca acompañarla a recrear toda aquella parte de su primera infancia que vivió sin nosotros.
Ahora que ya podemos hacerlo desde la seguridad mutua, sin miedos, sin rencores y desde el amor y la aceptación.